Júbilo de los políticos

Júbilo de los políticos

Los impactantes resultados de la última encuesta Gallup-HOY, que tantas opiniones ha generado por el posicionamiento en las simpatías  populares de los dos principales  candidatos para las elecciones venideras, ha dejado a los políticos llenos de júbilo  y muy tranquilos, por la percepción de la ciudadanía acerca de la corrupción.

 Y es que la encuesta arrojó que el tema de la corrupción administrativa, solo ocupa un 9.1% de los problemas del país, muy por debajo del  59.2% registrado para la inflación y casi similar a  la inseguridad ciudadana.

 Es decir, que los dominicanos consideramos a la corrupción  administrativa como un mal endémico de difícil erradicación;  por tanto, se acepta como algo de las costumbres tradicionales. Así,  cada uno de nosotros, tiene más de un corrupto favorito; estos agasajan y ayudan  en determinado momento a sus conciudadanos.

Ocurre la distorsión moral de una conducta, que  acepta los actos de corrupción como la consecuencia lógica, de que al llegar a un cargo público  es para aprovecharse y extraer los beneficios que vienen casi siempre  aparejados a esas posiciones. Se celebra a quien, a los pocos meses de su disfrute del cargo, ya ha cambiado de casa, de vehículo, viste mejor y consume bebidas caras; comienza a frecuentar los sitios de esparcimiento de más renombre, se construyen “casitas” en las montañas o las playas y hasta cambian de compañeras.

 Si ocurriera que apareciera un dominicano, que no comulga con ese tipo de enriquecimiento y cuida su nombre y el de su familia, administra correctamente como lo exigen las leyes que juró cumplir, entonces se le acusa con los epítetos más vergonzantes, por considerarlo un pendejo que no supo aprovecharse del cargo.

 Por eso es que vemos de cómo determinadas posiciones ministeriales  se las otorgan a quienes más dinero recolectan para la campaña del presidente electo, y este político, en agradecimiento y reconocimiento de lo capaz que es para esos menesteres recaudatorios,  lo premia con un cargo donde el dinero llega como abeja a la miel. Con ese premio se logra que se rehagan fortunas, o se aumenten o surjan nuevos ricos, que por lo general tienen sus compromisos para atender necesidades superiores. 

 Es ya una tradición, muy vieja, esperar el regalo de un cargo proveniente del gobierno, como si viniera del cielo, costumbre que se consolidó durante la dictadura de Trujillo, que eventualmente premiaba a munícipes  de los pueblos con cargos para que salieran de pobres.

Lo anterior se ha modificado en los últimos  50 años. Ahora se entiende que el trabajo político de vociferar  en las calles, de hacer bandereos en las esquinas,  de gastar gasolina en costosas y dispendiosas caravanas por las calles y carreteras del país o de hacer cenas recaudadoras de fondos, forma parte de los ingredientes esenciales para aspirar a un cargo de importancia en un gobierno con  que sueñan esos políticos.

De ahí, la poca importancia que le da la ciudadanía a la corrupción, ya que se le considera como algo  cultural  de la sociedad  y que se vive con eso y es inevitable su ocurrencia que, incluso, moralmente  quien lo comete no se siente culpable, ya que esa acción de dolo le permitiría asegurar mejores niveles de vida, sin caer en la delincuencia más repudiada.

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