Releyendo la historia dominicana he comprobado que nuestros Padres de la Patria, aunque gloriosos y dignos, no estuvieron, humanos al fin, exentos de virtudes y defectos.
A Duarte, por ejemplo, hay que reconocerle su visión y decisión de hacer de este pedacito de tierra una república libre, soberana e independiente.
Pero hay que lamentar que él y otros trinitarios cedieran espacio y poder a los conservadores y acatara su reenvío por el Gobierno restaurador (posiblemente por celo político), a Venezuela, lugar donde acababa de vencer un exilio que le mantuvo alejado por 20 años de acontecimientos claves en las luchas postindependentistas.
Mas, Duarte fue visionario en su concepción de la política como una de las ciencias más nobles. Efectivamente, cuando se ejerce correctamente, la política es servir, no servirse. Es válido recordar esto cuando en tiempos de pulpos y otros animales marinos, algunos buscan pescar en mar revuelto y califican de política la abominable práctica de usar los recursos públicos para el lucro y enriquecimiento personal, y no para el servicio público como concibió temprano nuestro padre fundador.
Este compartimiento es criminal cuando el fraude tiene lugar en un país pobre, donde a casi 178 años de la fundación de la República y pese a tener en las últimas décadas un crecimiento económico sostenido promedio de un 5%, liderando la región, no puede exhibir la solución de ninguno de sus problemas estructurales.
Por eso como sociedad no deberíamos confundirnos por el aspaviento de politiqueros acusados de defraudar el erario público que, ante una situación sin precedentes de fiscales, procuradoras, jueces y juezas valientes, determinados a poner fin a siglos de impunidad, simplemente se ven en esos espejos e intentan revoltear el mar con tal de no poner sus barbas en remojo.
Pero ojo: la judicialización de la política no es perseguir judicialmente los políticos que se presumen corruptos; ni los políticos ni nadie deben estar por encima de la ley. Pero si de judicialización de la política se quiere hablar, el mejor ejemplo es de antaño, cuando las Altas Cortes se llenaban de dirigentes políticos por reparto y el Procurador dependía del Presidente, so pena de ser destituido.
No obstante, como sociedad tenemos dos acciones pendientes en esta coyuntura: preservar el Estado democrático de derecho, estando vigilantes para que como ha pasado hasta ahora, no haya excesos, se respete el debido proceso y la presunción de inocencia de todos y todas.
Lo segundo es separar la paja del trigo y salvar la política, teniendo en cuenta que la buena política y los buenos partidos no corren peligro porque por primera vez en mucho tiempo la justicia pida cuentas a “intocables”, dejando atrás frases como “no tirar piedras hacia atrás”, “borrón y cuenta nueva”, “los expresidentes no se tocan” y “no se metan con los guardias”, que eran auténtico caldo de cultivo a la impunidad.
¡Total! Lo uno y lo otro ha pasado en otras naciones y no se ha acabado el mundo. Por ejemplo, solo en Latinoamérica, en los últimos cuatro años, desde el 16 de diciembre de 2016, 19 políticos, incluyendo mandatarios, han sido judicializados. A algunos se les ha comprobado la inocencia y a otros la culpabilidad, y por eso no se ha acabado el mundo, lo que sí ha mermado es la impunidad, un deseo de fin de año ideal para República Dominicana en este Año Nuevo 2022.
Duarte fue visionario en su concepción de la política como una ciencia noble
No debe confundirnos el aspaviento de los acusados de defraudar el erario
Perseguir a políticos presumiblemente corruptos no es judicializar la política