Jueces, descrédito y elecciones

Jueces, descrédito y elecciones

Es a Román Jakobson que se le atribuye la frase, utilizada con anterioridad por Aristóteles: los iguales se juntan. Por eso, una parte significativa de los ciudadanos que acceden a los espacios administrativos, al desconocer la especificidad de su rol en el tejido social confunden la condición de instrumentos, y con posterioridad a cumplir con la orden de sus amos, terminan atribulados y en la ruina moral.

La distorsionada lógica del poder produce arquetipos de la sumisión. En ese orden, los jueces del Tribunal Electoral cumplen con una misión política que espera la retribución de sus beneficiarios porque a los ojos del país el descrédito de sus integrantes imposibilita el desarrollo de las elecciones pautadas para mayo del 2016, donde los aspirantes saben los riesgos que corren con cinco jueces dilucidando recursos donde la razón legal no prevalece, sino las maniobras y combinaciones de dos políticos que tienen secuestrada la institucionalidad.

El espíritu malicioso con que se lee el texto constitucional del 2010 revela el objetivo a cumplir por los jueces del TSE. Juramentados en diciembre del 2011, deben concluir su mandato de cuatro años en el 2015. No obstante, el interés politiquero crea las condiciones para que sean relevados en agosto del 2016, dando paso a ocho meses para administrar los litigios que surjan en el proceso eleccionario. En términos reales, eso equivale a mandar la carne con el gato debido a que sus decisiones estarán orientadas por el acomodo, ventajas y deseo de una promoción hacia instancias electorales superiores. Y eso sería catastrófico para la salud del sistema democrático.

Los dirigentes que se perfilan con reales posibilidades presidenciales saben que la impugnación del TSE en la sociedad podría impactar sobre ellos. Además, no puede existir un proceso democrático de incuestionable reputación cuando los llamados a interpretar con apego a la ley andan a la deriva ética y en medio de litigios menores operan como activistas políticos, utilizan la nómina de sus instituciones para beneficiar amigos, relacionados, familiares, se aumentan el salario vulgarmente y no guardan las distancias suficientes entre sus simpatías y la responsabilidad de juzgar correctamente. A los cinco jueces del TSE debe recordársele que cuando la incompetencia se escuda en una conexión con el poder, la ira ciudadana se incrementa. Aunque esos avances y posicionamientos han sido desplazados por la supremacía del talento y el coraje de toda una generación capaz, estudiosa y dispuesta a dejar en el pasado la red de mediocres que podrá prevalecer en lo inmediato, pero sus días están contados.

Con anterioridad a que un grupo de intelectuales nuestros, como José Ramón López, retratara el drama de lo que se conoce como el pesimismo dominicano, cargado de resentimiento, Mosén Pedro de Margarite nos calificaba como una isla de vicisitudes. Existe una altísima cuota de verdad. No obstante, no podemos confundir a los exponentes de esas fatalidades con la sed de reconstruir la credibilidad de las instituciones. Aquí la mayoría aspira a un país mejor, el desafío es seguir derrotando en la escena ciudadana a los legitimadores de tantas fatalidades revestidas de legalidad.

Podrán retener las siglas con la complicidad de los cinco. En el interregno, resultaría cuesta arriba transitar por las calles sin que ellos y los suyos no sientan la sentencia de indignación de la gente decente. Afortunadamente, la época en que los hijos respondían por los desvaríos de sus padres y se colocaba un inri la entrada de los pueblos azarosos es cosa del pasado. ¡Oh, envilecidos magistrados, cuánto deshonor alrededor del Tribunal Electoral!

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