Ecología y naturaleza continúan animando las exposiciones de la Galería Nacional de Bellas Artes. A las obras sobresalientes que participaron en el Concurso Nacional para Jóvenes Artistas, sucede la muestra pictórica de Julio Tejada, una versión distinta y atractiva, tan rigurosa como poética, del paisaje.
Oriundo de Moca y profesor de la Escuela de Arte en las materias de Dibujo y Pintura, Julio Tejada presenta su primera individual en Santo Domingo, habiendo celebrado sus anteriores exposiciones personales en Santiago. Fue una revelación hace cuatro años dentro de una exposición colectiva profesoral en Bellas Artes. Sus obras demostraban técnica impecable, dominio del realismo, soporte conceptual, lo que añadía a la representación circundante, inteligencia e imaginación. Estos elementos conferían una personalidad especial a paisajes, a menudo pintados en primer plano, como si su autor penetrara dentro de la naturaleza.
Si consideramos el optimismo como valor aquí inherente al tratamiento y enfoque del tema, es que se nos propone una naturaleza verdeante, todavía intacta y rica en recursos acuíferos. Una visión refrescante que estimula la preservación del medioambiente…
La exposición. Esta primicia expositiva incluye treinta obras, todas adscritas al paisajismo e indudablemente a la tradición cibaeña en un género tan secular como actual en sus inquietudes de renovación.
Julio Tejada es un pintor completo. Su obra, de varias facetas en la unidad temática, podría considerarse también una síntesis de poesía visual, rimando cromáticamente y “ritmando” parajes rurales. La pintura funde la expresión sensible y la academia observada –sin que esta perjudique a la discreta modernidad–.
Es evidente que el artista reinventa lo que ha visto, vivido y soñado. Él “escribe” con el pincel metáforas de la naturaleza cibaeña que podrían situarse igualmente en otro contexto tropical y antillano. Esta interpretación apela tanto a la imaginación, al sueño aun, como a los modelos cercanos.
A partir del dominio formal y un dibujo sólido, el pigmento consistente y/o ligero –casi como acuarela– y colores luminosos, transmutan la claridad del día. La luz tropical y envolvente de la mañana, expresa, a través de la pintura, vibraciones delicadas y hasta tonalidades con reflejos opalinos y opulentos. Notamos, por cierto, cuán rica es la paleta en matices de verde, una gama difícil.
El aire libre ha encontrado ecos pictóricos entre flora frondosa, río palpitante y agua saltarina, elementos que fluyen armoniosamente.
Otras visiones. Ahora bien, Julio Tejada no es un artista dogmático, aun cuando él se vuelca hacia el paisajismo puro. Intervienen la vegetación, las piedras, el monte, el río, hasta unos lagartos, y entonces la factura se suelta. El pintor llega a jugar con estructuras cromáticas, nuevamente metáforas de transparencias que suelen dialogar con objetos, evocando la niñez, sus juegos, su gusto por el dibujo…
La lectura atenta de detalles, que de pronto pueden convertirse en elemento principal, revela una fina sensibilidad por la infancia y la familia, a la vez aproximación del “artista docente” y del padre atento –calidad que muy pocas veces se menciona–, ¡y la consideraríamos aquí una omisión! Julio Tejada juega con el flujo cristalino y las piedrecitas, los lápices de colores y los barquitos de papel, referencias casi permanentes en una atmósfera límpida y de hermosura natural.
Otra visión ha surgido, con un enfoque de nuevo realismo, magnificando hojas y palmas, superponiendo texturas y variando su colorido. Decía Vincent Van Gogh que “hay cosas que uno siente en el porvenir, y que verdaderamente llegan”. Ese fenómeno ocurre con el estudio y la inspiración, la intensidad plástica y el oficio, que caracterizan a Julio Tejada.
El artista observa, siente, transfigura el medioambiente y circundante transmite fe, paz, esperanza, felicidad, ¡anhelamos que sea por mucho tiempo! Estaremos atentos a la evolución de una obra, simultáneamente inmersa en el contexto local y realmente singular.