Es un mal viejo, quién sabe si hasta una “cultura”, eso de hacer denuncias públicas sin señalar de manera responsable, por sus nombres y apellidos, a los denunciados, como si se tratara de una adivinanza. Tan extendida está esa mala costumbre, y tan arraigada, que un “aguerrido periodista”, un líder de la oposición, un funcionario público o un jerarca católico sueltan su andanada de acusaciones contra innominados sectores, traidores a la Patria y grupos económicos poderosos y nadie se preocupa ni se ocupa de exigirles que los identifiquen, aunque a veces ocurre que la denuncia es tan estrambótica y descabellada, se parece tanto a un soberano disparate, que nadie se la toma en serio ni tampoco al denunciante. Ha sido el caso, por ejemplo, del presidente de la Junta Central Electoral, Roberto Rosario, quien hace unos días denunció la existencia de un movimiento que busca borrar todo vestigio del pensamiento del patricio Juan Pablo Duarte. ¿Qué movimiento es ese? ¿Quiénes lo integran y patrocinan? ¿Cómo opera? Eso nunca lo sabremos, probablemente porque solo existe en la mente enfebrecida del presidente de la JCE. Pero el doctor Rosario no es el único al que le gusta jugar a las adivinanzas con la opinión pública, pues todavía ignoramos quiénes son los “enemigos ocultos” de nuestro orden constitucional, que el doctor Milton Ray Guevara ubicó, como quien ofrece una pista, en una minoría política y organizaciones de la sociedad civil locales y extranjeras. ¿Cómo defendernos de la amenaza que representan esos “enemigos ocultos” si el presidente del Tribunal Constitucional no dice quienes son? El día que nuestros dirigentes y hombres públicos se atrevan a llamar a las cosas por su nombre, dejando a un lado la cultura de la “puya” y las verdades a medias que mas que revelar persiguen ocultar, la sociedad dominicana habrá dado un gran paso hacia la verdadera y auténtica transparencia.