Jugando a lo rotundo

Jugando a lo rotundo

En el país jugamos a lo rotundo. Es quizá por nuestra impronta caribeña. Hablamos estruendosamente, nos expresamos en absolutos: siempre, nunca, todo, nada. La vida para los dominicanos no puede ser de a poco, tiene que ser siempre al borde, pasional. Las cosas son o no son, aún antes de las evidencias, aún antes de los contextos, ni qué decir de los matices. Eso puede ser tanto en el deporte, como en la vida personal, como en la arena pública.
Ese jugar a lo rotundo no tiene los mismos impactos en un ámbito que en otro, obviamente. No es lo mismo en una relación de parejas, desde que el calor de las palabras puede terminar en el calor de los cuerpos; que en el ámbito deportivo, donde por más que empujemos un equipo gana y el otro pierde y toda pasión desbordada se enfría con una cerveza fría; o que en el ámbito público, donde algunas cosas que se hacen o dicen llegan más lejos, afectan a más personas, y sus impactos, a veces son irreversibles.
Jugar a lo rotundo sube los egos, las voces, la adrenalina. Las consecuencias, pueden ser pasajeras como las tormentas tropicales que nos azotan de cuando en vez, o pueden ser más dramáticas y permanentes como las inundaciones que provocan. A pesar de las posibles consecuencias o la disposición por lo extremo, por lo fuera de contexto, por la exageración o por la mera irresponsabilidad, el jugar a lo rotundo es cada vez más común.
Hablamos con más firmeza que convicción, con más volumen que firmeza, con más ligereza que prudencia, con más pasión que compromiso. El juego de lo rotundo no admite dentro de sus reglas al sentido común o la moderación. Espontáneo, a ratos divertido, siempre ruidoso, el juego de lo rotundo, a veces nos deja extenuados, gastados, sin creatividad. Además, deja poco margen para la reconstrucción de los espacios. La “mai del play” no es la “mai del play” siempre y para todo el mundo, cuando se insulta, cuando se agrede, cuando decimos “verdades” que no podemos demostrar, o que simplemente son exabruptos, se trasgrede una línea que no siempre podemos desandar.
Lo más preocupante es cuando indignados emitimos juicios rotundos sin importar medios, o consecuencias. Arriesgando estabilidad emocional o disposición a la inestabilidad pública, dependiendo de si estamos en los planos personales o públicos. Del juego pasamos al fuego, y del fuego al desastre generalizado.
En esas andamos, en nuestras vidas privadas, en las redes, y en las cosas públicas, jugando a lo rotundo, sacando pecho, despreciando estabilidad, espacios ganados, marcos legales, sentido común y razón de Estado. Que parecería que nos hemos vuelto locos, y no hablo de oposición o de gobierno, de marchas o de procuradores, ni de experiencias propias si no de un marco general. Es como si nuestras particulares maneras de pensar, nuestras frustraciones propias, nuestras ansiedades personales y como sociedad, fueran absolutos y lo único que importa.
En la era de la posmoverdad, esa de la que tanto se habla y que significa que sólo es verdad lo que queremos que sea verdad, en la era cínica donde el poder se ejerce sin calibrar medios, en la era del tener a toda costa y lo más rápido posible, ahora también estamos jugando a lo rotundo… y con ello a la catástrofe. Vale calmarnos… ¿No?

Más leídas