A continuación, presento la primera de varias entregas en las que publicaré el artículo del escritor José Antonio Bobadilla, descendiente de Tomás Bobadilla, quien juzga la conducta histórica del mismo en comparación con la del Padre de la Patria. Luego conocerá el lector algunas opiniones sobre dicho escrito. Veamos:
DON TOMÁS BOBADILLA Y BRIONES
Por
José Bobadilla
Prólogo primerizo para una biografía necesaria muy a propósito del mes del mes de la Patria.
Lo primero que resalta e incluso hasta se impone ante la figura histórica de Don Tomás Bobadilla y Briones es la vacuidad de un contenido que explique para la comprensión más elemental de manera satisfactoria el de un hombre que políticamente lo fue todo en su época en su inequívoco papel de actor de señera importancia en casi todos los sucesos que conformaron los primeros años de lo que hoy terminó siendo nuestro país.
Bobadilla o De Bobadilla, según el aserto que se elija de la fuente genealógica verificable (1), fue un personaje de índole y rango rarísimo en su contexto social. Nacido en una villa remota y paupérrima de una posesión insular olvidada desde los encontronazos frontales del Gran Almirante de la mar océana con la corona española (suerte aciaga de la que nunca jamás se logró reponer) para luego dar todo tipo de traspiés entre una capital fantasma, desde siempre Santo Domingo Ciudad Primada, y el vecino Mayagüez; hasta la primera década de una Restauración que cimentó la continuidad de un Estado Nacional (2), Don Tomás conoció en primera línea de combate todo lo que había que ser desde amanuense o letrado doctoral (3) hasta el primer Jefe de Gobierno de su país. De hecho baste señalar como pincelada elocuente su dilatado desempeño en el aparato del gobierno de la isla el cual comienza en 1809, bajo el poder de Francia, y culmina en una de las administraciones restauradoras, para ser más precisos, bajo los mandatos del Gral. José María Cabral, en 1868.
Es impensable hablar de él sin hacer mención de una esclarecida competencia intelectual que con mucho lo hacía una primera persona entre los dominicanos. Como muestra es menester señalar su ingente aporte al traducir para el uso común todo el Código Civil francés, labor que por razones de vida no logró concluir, siendo a su vez completada por su yerno Carlos Nouel Pierret y su nieto el arzobispo metropolitano y también presidente de la República Monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla.
De pensamiento conservador y voluntad demasiadas veces (con las reservas de la ofensa) pragmática, sobre todo lo primero, siendo un personaje de reconocidísima posición social, era impensable que los trinitarios, en busca de un sólido apoyo para su causa, no lo atrajeran sellando un pacto político que lo llevó a ser el primer presidente de la nueva nación (4). Dado el caso, su aporte como Jefe Conservador a la causa de nuestra independencia fue decisivo, sin ninguna duda considerable.
Claro, la confrontación de miras e intereses entre los liberales (entonces el comercio y quienes desempeñaban oficios llamados de bufete y escritorio) y los conservadores (el poderoso, en aquellos términos, sector de los hateros) no se hizo esperar. Su mal querencia, demasiados quieren enemistad, con Juan Pablo Duarte y los trinitarios, siempre fue política, nunca personal (5) aunque para todos los efectos en su momento «el Ministro Universal» fuera más odiado, por ser quien pensaba, que el mismo Pedro Santana.
Para cualquier juicio lúcido, equilibrado y justo, según la orientación que enfoque el tema, Bobadilla para Duarte no podía ser otra cosa que su antítesis anclada en un pasado de atraso y taras seculares responsables de la miseria de una patria que ahora pretendía ser nación. Autoritario, hasta el extremo más cruel de un sistema odioso (6); tradicionalista negado a cualquier escrutinio que consigo trajese el sueño de una nueva razón; decadente en la justificación y permisividad del hecho consumado de una forma de ser y hacer que desde siempre se había constituido en el hecho social; y sin alcance alguno para engendrar visiones vanguardistas de cara al futuro de un mundo que debía ser; Bobadilla era precisamente el muro que por necesidad vital cualquier mente progresista debía derribar. Como bien romántico, Juan Pablo Duarte y Diez, según las calenturas de su siglo, la vida tenía su fundamento en el héroe enfrentado a su destino lo que hacía que el origen de la causa que defendiere fuese azarosamente personal.
Bobadilla en cambio fue siempre un culto, entusiasta y perspicaz animal político con escasas o ninguna ilusión, aunque al final absoluto de su vida, cuando al haberlo perdido todo ya nada más tenía que perder, se decidió por encarnar el punto de vista radicalmente opuesto a sus convicciones y a su práctica al defender para perplejidad de todos la divisa de la «pura y simple» al asumir la defensa de una soberanía que temió como se le teme a la soledad de ser. El romanticismo, con sus atronadores exabruptos de furor sagrado, era coto para una mentalidad aérea, sin base factible en la realidad. Generalmente, la generosidad es un atributo sustancial de un alma joven, es decir: de la juventud. Una persona madura. Por el contrario hace galas de la reserva, de una actitud prudente que mide, considera las cosas con el rasero de una experiencia con muy poco que ver con el deseo y sí con el equilibrio de aquello que identifica como necesidad.