Julia de Burgos en su tiempo, sociedad y poesía puertorriqueña

Julia de Burgos en su tiempo, sociedad y poesía puertorriqueña

El tiempo vivido deja una marca en el individuo, abre horizontes a partir de los cuales podemos iluminar la obra y profundizar el análisis literario como una ventana abierta al futuro. Toda escritura verdadera goza de esa apertura de su especificidad hacia la comprensión del mundo y de la vida.

El tiempo de Julia fue muy convulso. Nació el mismo año en que inició la Primera Guerra Mundial. Cuando Puerto Rico desarrollaba una expansión frenética de la caña y la producción de azúcar para el diezmado mercado europeo. Las empresas absentistas convirtieron el Caribe en escenario y los jíbaros puertorriqueños bajaron de las montañas donde había vivido más de cuatro siglos en un tiempo congelado, donde la sobrevivencia y los juegos solo eran sacudidos por la presencia de piratas o alguna patrulla española.

La caña significó una aceleración del tiempo; la locomotora, con su bocina rompía la tranquilidad del campo y la sirena del batey destrozaba el silencio y animaba a decenas a trabajar en el cultivo, el corte y la elaboración del dulce. Las políticas de salubridad habían tenido como resultado el aumento desmedido de la población, que pasó de 900 mil habitantes en 1898 a 1.5 millones en 1930. En consecuencia el uso extensivo de la tierra para el cultivo de la gramínea y el aumento poblacional habían revocado un desabastecimiento de alimentos.

En dieciséis años de dominación estadounidense, la expresión del general estadounidense Nelson Miles en Ponce en 1898, de que entraba Puerto Rico a la modernidad y a la democracia, eran una promesa redentora incumplida. La clase propietaria, en lo político, no había logrado el gobierno propio que ya España le había otorgado bajo el Parlamento Autonómico de 1898. Ahora tenía que reconvertir las formas de diálogos con otra metrópolis, en otro idioma y en otras circunstancias. En 1905, el Partido Unión de Puerto Rico volvía a pedir el gobierno propio y en su programa tocaba el futuro para señalar que de no otorgársele pedirían la independencia.

En 1916, las tropas estadounidenses intervinieron en la República Dominicana echando abajo la segunda república restaurada por Benito Monción, Gaspar Polanco, Florentino y Luperón en 1865. La suerte de Puerto Rico sería la misma que la de otros países del Caribe, como Cuba y Haití. Tanto en Cuba como Puerto Rico, la cañaverización convirtió a sus habitantes en peones de las centrales azucareras y desarrolló una élite política que se debatía entre la búsqueda de la libertad y la sumisión a los actores de las empresas absentistas.

Para Antonio S. Pedreira, quien publicó “Isularismo” en 1934, Puerto Rico era un país que se había proletarizado; los estadounidenses habían traído una nueva enfermedad: el azúcar como diabetes colectiva. En el orden político, los puertorriqueños lucharon contra el acta Foraker, que hacía de la isla un fideicomiso del gobierno estadounidense. El acta Jones de 1917 no resolvió el problema, y daba la ciudadanía a los puertorriqueños. El proceso de superación y la falta de un modelo político provocaron el descontento tanto en el sector hacendado como en el sindical. Puerto Rico vivió grandes convulsiones sociales que no había experimentado en toda su historia.

La clase hacendada vino a menos por la pérdida de sus principales fuentes económicas y por la competencia que le hizo la burguesía moderna estadounidense. La expresión política entonces fue la fundación del Partido Nacionalista. La lucha de la mujer en el plano sindical con Luisa Capetillo, en el sufragista con Isabel Andreu y en el educativo con Inés de Mendoza, hicieron del género femenino puertorriqueño una vanguardia consciente que podemos ver en la expresión de una poeta sin igual en América como lo fue Julia de Burgos.

La lectura de su poesía muy bien avalan el proceso de formación educativa que logró Puerto Rico en las primeras tres décadas del siglo XX. El inglés como lengua vehicular de enseñanza implantado desde 1900, y los temores de asimilación por la cultura estadounidense que sentían los grupos letrados, tensaron la mirada hacia la puertorriqueñidad.

Luis Llorens Torres, el poeta más importante en las primeras tres décadas, fundó la Revista de las Antillas y desplazó su poeta hacia el Caribe y Latinoamérica como una forma de buscar los valores liberales que incluyen a Puerto Rico dentro de las islas hermanas, las hespérides, y entre las repúblicas de Bolívar. Mientras tomaba el paisajismo que inauguraban en la poesía Santiago Vidarte, Gautier Benítez y Gualberto Padilla, El Caribe. Llorens, hombre culto, hizo de la poesía un canto para la patria y buscó las esencias populares en sus décimas jíbaras y el patriotismo, al recuperar la figura de la rebelión de Lares en su drama del mismo título.

La aparición de una poeta del talante de Julia de Burgos, que manejaba el verso como ninguna otra en América, no puede ser vista correctamente sin analizar el contexto político, tampoco sin el contexto cultural. En lo poético en la década del veinte cambia del modernismo, como Palés va de “Azaleas” (1915) a una poesía comprometida, social que denuncia la situación de vida del puertorriqueño. Luis Palés Matos asume ya su poesía negrista que toca a Julia en su primer libro (“Poema en veinte surcos”, 1938) con el poema “Ay, ay, de la grifa negra”…. Por otro lado estaba la poesía moderna de Evaristo Ribera Chevremont y la difusión que hizo de las vanguardias a su regreso de España en el periódico La Democracia. Pero Julia de Burgos, que definida por Juan Bosch como una lectora extraordinaria, no incursionó en moderna escritura.

Había nacido Julia Constanza Burgos Díaz en el barrio Santa Cruz, muy cerca del río Loíza. Pasó una infancia muy agitada. A pesar de eso vivió en una naturaleza que cautiva su poesía.

Se destaca, a mi manera de ver, una concepción totalizadora, del verso, de la musicalidad y el ritmo, solamente dable en la escuela del modernismo de Darío. El parnasianismo con su imperativo estético queda presente en una poesía hermosa, bella, rítmica, pero que busca un diálogo con el pueblo, sin perder el escenario. Creo que en la poesía de Julia, el escenario modernista se transforma en un tablado proletario, nacionalista. Sin que su intimismo deje ver del todo una afiliación política que lleve el verso a la lucha política.

Sabía la autora en medio de la tempestad que azota la sociedad en que ella vivía, sacar a parte el arte como proyección de un decir que atraviesa las épocas. Es su poética una construcción de la identidad femenina. Es un yo en el mundo que lucha por ser y alejarse de los condicionantes sociales; es una individualidad que aviva el desarrollo del sujeto femenino y dejar atrás todas las ataduras. Vista de esta manera, es Julia la mujer que mejor trabaja el lenguaje para crear rupturas en las prácticas sociales, políticas y personales.

Porque ella no copió a Llorens, ni al Palés ni la poesía vanguardista de Chevremont. Sus versos se alzan en medio del posmodernismo. Toma de Darío como lo hizo Pedro Mir, la expresión artística, retoma la escena modernista y dialectiza la relación entre la voz y el escenario. Con ella, la mujer toma en la poesía la tea redentora y se sitúa como protagonista de la historia puertorriqueña contemporánea.

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