Julián Assange encara hoy en un tribunal londinense, un juicio histórico que marcará un antes y un después en el intrincado universo de la libertad de expresión y difusión del pensamiento, uno de los soportes nodales que estructuran las sociedades civilizadas, signadas por la democracia libre, de la contaminación oficial.
Sin esos atributos esenciales, una sociedad se decanta por la autocracia, arbitrariedad, influencia de los poderes estatutarios divorciados de los elementos esenciales que reputan al sistema propiciador de la mejor convivencia humana, precisamente garantizados en esos inalienables derechos connaturales en los seres humanos consignados desde el primer palpitar del vientre materno.
Julián Assange es acusado por Estados Unidos de divulgar en la plataforma informativa WikiLeaks, que fundó, documentos secretos estadounidenses, conectados con providencias non sanctas y luciferinas, que involucran interferencias y diseños perjudiciales a varios países, dentro del diseño hegemónico de geopolítica, fundamento del dominio planetario planeado por Estados Unidos, que tiene su acta de nacimiento en el Destino Manifiesto de Jaime Polk, América para los americanos de Jaime Monroe, Bick Steack de Teddy Roosevelt, Diplomacia de las cañoneras de Woodrow Wilson, y Estados Unidos primero, del cataclismático Donald Trump.
El peor error de Assange fue asilarse en la embajada de Ecuador, debiendo hacerlo en la rusa, china o hindú.
Luego de siete años asilado y dos años preso, el mundo tiene sus ojos hoy en Londres, donde se decidirá no la suerte de Assange, sino de la libertad de prensa y libre derecho a informar, preceptos consignados en la Carta de San Francisco 1945, OEA, y los países que honran ese sagrado precepto, honrando el sacrificio de informar, sin temor, ni favor.