Julio Brea Franco

Julio Brea Franco

Víctima de una  informalidad “a lo dominicano”, a mi regreso de Canadá en  1974, me encontré sin consultorio. Busqué y di con el apartamento adecuado para instalarme. Me cité con el dueño, un joven encorbatado que me recibió   detrás de un escritorio ejecutivo, el doctor Julio Brea Franco.

Diplomado en politología, “Magna Cum Laude”, había regresado un año antes de Italia. Lucía  repleto de energía, de inteligencia, y desbordando simpatía; quería realizar proyectos e innovaciones en las ciencias sociales y llevarse el mundo por delante. Así lo hizo. Se convirtió en poco tiempo en uno de los jóvenes profesionales más importantes de la época, y en mi gran amigo.

Ensayos, artículos, libros, conferencias, magisterio; fundador de una maestría en ciencias políticas, consultor, experto constitucional y, que no se olvide, responsable de diseñar y ejecutar la modernización logística de la Junta Central Electoral.

Afable y cariñoso, espléndido a la hora de ofrecer asistencia intelectual y profesional, fue aceptado en los círculos de poder donde se nutrían  de sus críticas y conocimientos. Fue en su hogar, capitaneado por una eficiente y comprensiva esposa, donde comencé a conocer “tete a tete” a muchos de los actores políticos dominicanos.

Julio fue una historia de éxito, una personalidad apasionada sostenida por   una inteligencia académica. Actuó regido por valores que le acompañarían hasta el momento en que supo que la muerte le ofrecía descaradamente  mayores posibilidades que la vida.

Sin embargo, el éxito transita junto a la envidia. Muchos anhelaban ponerle una  zancadilla, y aguardaron la pifia abalanzándosele encima a tropel. Mientras le agredían, negociaban, festejaban y toleraban las altas posiciones de grandes y conocidos monstruos del quehacer político.

Posiblemente su mayor virtud fue la humildad, una humildad que lo inclinaba, a veces exageradamente, al auto-análisis. Reconocía los errores propios, pedía excusas y rectificaba opiniones. El sentido del humor tan sólo lo abandonaba en momentos de rabietas e intolerancias de las que luego se arrepentía.

Conversábamos prácticamente a diario sobre tópicos diferentes a los que siempre aportaba clarividencia y conocimiento de causa. Era un intelectual a tiempo completo.

A través de los años se desencantó del país y de su clase dirigente. Desesperanzado en extremo, tomo la decisión de no regresar. La carencia de ética, el egoísmo y la falta de compromiso social de la clase gobernante las consideró nefastas. La sustitución de la lógica, la ciencia y la honestidad intelectual por el vedettismo y la inmediatez que exhiben importantes intelectuales nuestros lo llenaban de pesimismo. La politización de las instituciones públicas la consideraba atroz y difíciles de superar.

Julio Brea murió hace unos meses dejándome enganchado, solo y privado de un interlocutor brillante al que siempre andaré buscando para volver a recorrer juntos los diferentes locales de la cultura a los que él continuamente frecuentaba como excepcional cliente.

El país sabrá a quién perdió cuando pueda  evaluar su trabajo intelectual y, sobre todo, cuando pueda leer y apreciar la obra póstuma que nos lega sobre  el sistema electoral dominicano.

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