Julio César Martínez, una vida marcada por la lucha contra dictadores del continente

Julio César Martínez, una vida marcada por la lucha contra dictadores del continente

POR ÁNGELA PEÑA
La vida de Julio César Martínez estuvo marcada por la lucha contra las dictaduras de América Latina. Por eso su existencia fue agitada, insegura, prácticamente signada por la clandestinidad, privaciones y penurias. Fue soldado de la libertad que combatió con las armas y con la firmeza de su palabra ardorosa impresa con dificultad en máquinas que hoy son reliquias museográficas, o a través de la radio, denunciando injusticias y salvajismos. Muchos hombres con los que hizo causa común como revolucionario llegaron a ser presidentes de sus respectivos países y siguieron cultivando afectos con él que se prologaron hasta su muerte. La casa de sus hijos y viuda es un acervo de fotos, cartas, folletos, libros, álbumes, notas, que conforman la historia política reciente de República Dominicana, Cuba, Venezuela, Costa Rica, Panamá, Puerto Rico, Curazao, México y otras tierras a donde lo lanzaron los vaivenes de su militancia rebelde.

En la revista Renovación, que fundó en 1936 en su natal La Vega, imprimía los volantes antitrujillistas del Partido Socialista Popular por lo que fue perseguido por el régimen que al no dar con su paradero asesinó cruelmente a Ramón Espinal (Van Elder) el dirigente obrero que lo auxiliaba, y a su aprendiz de imprenta. Él salvó su vida oculto en un cielo raso, en la capital, y luego en el campo bajo una yagua y en una carbonera hasta que un miembro del PSP logró traerlo a Santo Domingo en la cama de un camión. Médicos de la Iglesia Evangélica, a la que pertenecía, lo escondieron en el Hospital Internacional hasta transportarlo a la embajada de México, donde se asiló en 1945. Su pequeño hijo, Julio César, fruto de su primer matrimonio con la dominicana Carmen Rivera, fue secuestrado para obligar a la esposa a delatarlo. Su primo José Sobá, connotado trujillista, no logró convencerlo para que abandonara la sede diplomática.

Don Julio había ganado fama en su pueblo como periodista, poeta, escritor. Fue mecenas del grupo literario Los Nuevos, al que dio nombre, había trabajado como aprendiz de linotipo y además, publicaba en El Progreso junto a Guido Despradel, Agustín Concepción y Rubén Suro. Como único varón, era el sostén de su madre, Soledad Sobá Gaudio, puertorriqueña, y de sus hermanas Emma, Coralia, María y Lolín. Su padre era Jesús Martínez Sánchez, también boricua. En La Vega, Martínez Sobá hizo amistad con Juan Bosch, al que compuso su primer libro, «Indios».

EL EXILIO

En México se enteró de la presencia de Bosch en La Habana y se trasladó a Cuba donde limpió ventanas, «dio pico y pala», hizo etiquetas para un laboratorio clínico, administró una fábrica de porcelana, sin abandonar la causa antitrujillista pero entregado, también, a la lucha contra Fulgencio Batista. Se entrenó para la abortada expedición de Cayo Confites, contra Trujillo.

Olga Quisqueya, la hija mayor nacida en la hermana Antilla, y doña Olga Bello de Martínez, la inseparable compañera cubana que respaldó el activismo de su esposo, son dos archivos humanos, lúcidos, que dominan de memoria el intenso historial de Martínez, aunque avalan cada aseveración con una prueba escrita, pública.

«Nunca me ocultó que era casado, tenía la foto de su hijo en la cabecera de su catre y me pidió permiso para que su mamá y su esposa le escribieran a mi dirección, con mi nombre, él firmaba Julieta Sánchez», cuenta doña Olga, a quien don Julio estuvo visitando desinteresadamente durante cuatro años, hasta que le llegó una carta de su consorte solicitándole el divorcio. Entonces contrajeron matrimonio el doce de octubre de 1949. De esa unión nacieron César Gustavo, Olga Quisqueya, Noemí Soledad, Julio Oscar y Ana Selene. Si viviera, tendría hoy veintitrés nietos y trece biznietos.

Mientras se aliaba con estudiantes universitarios antibatistianos a los que hacía el periódico Alma Mater, el combatiente se empleaba también en la propaganda contra Trujillo. En su casa de Oquendo se formó el Movimiento Popular Dominicano, junto a los hermanos Ramos Peguero, José Moscoso, Tiberio Castellanos, Máximo López Molina, Ramón Mejía (Pichirilo), Pablo A. Martínez, José Moscoso, Víctor Orizatellis, Espinal y otros. Pero también sostenía encuentros con otros exiliados dominicanos como Ángel Miolán, Juan Bosch, Miguel Ángel Velázquez Mainardi, Ramón Grullón, Pipí Hernández…

Dirigió el periódico Revolución, contra Batista, y ente los afiches que con mucho esfuerzo y suma delicadeza imprimía a color, se leen títulos como «Batista, hiena insaciable; Masacre en Oriente; La dictadura desata feroz ola represiva; Batista es un hombre» (con el ex dictador pisando un campesino). «Cada vez que sonaba un tiro caía preso. Cuando Fidel desembarcó, la policía vino a mi casa doce veces. Un apartamento nuevo que teníamos en el reparto La Víbora lo rompieron», cuenta doña Olga, cuya cadena de atropellos y sacrificios parece interminable.

El veintiséis de marzo de 1957, Martínez Sobá debió asilarse en la embajada de Argentina, de ahí partió a Costa Rica donde trabajó en la Confederación de Trabajadores Rerum Novarum, del Partido de Liberación Nacional, y conoció a Carlos Andrés Pérez, Luis Alberto Monje y José Figueres con quien consiguió diez toneladas de armamentos que se enviaron a la Sierra Maestra en un avión C-46.

Una marcha de protesta contra la apertura de relaciones diplomáticas con Cuba y República Dominicana impuesta por el presidente Mario Echandi, motivó que lo arrestaran junto a su esposa. Ella fue libertada y él arrojado a la frontera entre Costa Rica y Panamá, donde lo acogió Omar Torrijos. Lo enviaron luego a Nicaragua y posteriormente a Venezuela, donde vivió desde 1958 hasta diciembre de 1961. Allí fue jefe de redacción de las revistas Elite y Momento, y colaboró con el semanario de Acción Democrática.

EN SANTO DOMINGO

Su ansiada llegada al país, para la que vendió sus propiedades en Venezuela, fue de amargura: lo devolvieron del aeropuerto pues estaba en lista negra por su participación en Cayo Confites. Viajaron a Curazao, a Caracas. Pudo regresar para enfrentar un nuevo revés: tras haber invertido sus ahorros en la compra del diario La Nación, que «Balaguer había devuelto a los descendientes de su propietario, Mario Fermín Cabral», un decreto del Consejo de Estado lo despojó del periódico, alegadamente por ser cuñado de Pedro Rafael Rodríguez Echevarria. Ese parentesco, refieren las damas, fue motivo de nuevas persecuciones. Sin recursos, un amigo acogió a la familia en una habitación.

Cuando pudo, sacó otra vez Renovación, que asomaba a otra etapa con una histórica edición de diciembre de 1962 que anunciaba: «Con el voto de la gente, Juan Bosch Presidente». La foto sonriente del líder, casi a toda página, fue adorno en muchas casas de familia dominicanas. Días después, cuando se efectuaba el encendido debate entre Bosch y el padre Láutico García, Julio César se apresuró a la estación a llevar al político el ejemplar de Elite donde había planteado, con anterioridad, la tesis que motivó la polémica. Don Juan comentó al periodista: «Julito, tú me acabas de hacer Presidente». En 1963 el gobernante lo designó director de Radio Santo Domingo, que aceptó por insistencias de José Figueres. Cuando derrocaron al gobernante fue encarcelado y después deportado a Puerto Rico. Volvió a Costa Rica, Venezuela. En Caracas trabajó en el diario La Tarde y en la revista Bohemia. Nuevamente en la República, en 1966, trabajó en la Editora Cultural Dominicana, escribía su columna «Proa», en Ultima Hora, y volvió a sacar Renovación que circuló hasta su muerte, el 29 de marzo de 1979, víctima de un paro respiratorio.

Había nacido el catorce de noviembre de 1915. Dejó publicados: Un país desesperado, Terror en el Caribe, Batista y los trabajadores, Trujillo: presencia siniestra, Cómo burlamos la GESTAPO de Trujillo, Pipí Hernández: un luchador rectilíneo, Cuba: ¿Ha fracasado la Revolución? Santo Domingo: un ajedrez sangriento, Quienes y por qué asesinaron a Trujillo, entre otros.

Martínez fue, según sus deudos, el primer funcionario que renunció a Fidel Castro, quien lo nombró Director Nacional de Radio y Comunicaciones. A los cuatro días dimitió argumentando que ese no era el régimen por el que habían luchado. Salió de La Habana el 27 de enero de 1959. Fue un ferviente defensor de la libertad de Huber Matos, quien le escribía notas desde el Castillo del Morro.

Doña Olga y su hija Quisqueya resumen la personalidad de don Julio: «No le gustaban las injusticias. Pasó hambre, durmió hasta en los parques, era sensible, lo que pregonaba, lo sentía. Fue evangélico desde jovencito, cuando ser «protestante» era un crimen. Era ayudante de mister Rathie y del reverendo Miguel Limardo y le decían: ¡Ahí va el diablo en bicicleta!».

La designación de la vía Julio César Martínez se debió a Fabio Ramón Montes de Oca, quien hizo la propuesta al Ayuntamiento del Distrito Nacional. Fue inaugurada en 1997. Nace en la calle 2, de Alma Rosa I y se extiende hasta la Autopista Las Américas.

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