Julio Cortázar, perseguido(r) del jazz

Julio Cortázar, perseguido(r) del jazz

POR JOCHY HERRERA
La influencia del jazz no sólo ha sobrepasado los límites geográficos de su país de origen sino los de la música misma. Es un género que, más que música, es todo lo demás: ícono de dimensiones infinitas, pletórico de actitudes y asociaciones simultáneas y conflictivamente estéticas, viscerales, raciales, religiosas, políticas, idiosincráticas, colectivas e individuales, filosóficas y utópicas.

No ha de sorprender por ende que haya influenciado artistas de otros medios. Porque es entendible que una música que aspira a la condición de discurso o mensaje más allá de los límites de lo decible, induzca a los artesanos de la palabra, los escritores, a desafiar expectativas convencionales sobre estructura, lenguaje, carácter y voz, componentes esenciales de la forma literaria. Al menos así lo consideran Art Lange y Nathaniel Mackey, editores de Moment´s Notice (Coffee House Press, Minneapolis), la más importante antología de literatura influenciada por el jazz publicada ya hace diez años. Dos de los 108 trabajos seleccionados son autoría de Julio Cortázar; en unas cuantas semanas, serán 21 los años transcurridos tras su muerte.

Aunque utilizó la pintura como instrumento creativo y lenguaje de comunicación (Fin de Etapa), fue el jazz lo que le facilitó a Cortázar la invención de un sistema de palabras. Lo empezó a escuchar durante una adolescencia que transcurría a fines de los años 20 mientras descubría el maravilloso fenómeno de su esencia: la improvisación y la libertad, características análogas al surrealismo de Breton y Crevel, escritores que le influyeron en esa época formativa.

Cortázar se consideraba un músico frustrado y llevó esa nostalgia a la escritura y a la prosa a través del ritmo. En la más extensa entrevista antes de morir (concedida al ensayista uruguayo Omar Prego), él definió la relación entre los takes del jazz y el surrealismo de lo que él llamaba literatura automática: “La escritura es una operación musical con ritmo y eufonía propios”.

En la medida en que se ajusta a un ritmo que a su vez surge de un dibujo sintáctico (el idioma), al haber eliminado todo lo innecesario, todo lo superfluo, aparece la pura melodía. La escritura que no tenga un ritmo basado en la construcción sintáctica, en la puntuación y el desarrollo del período… carece de esa especie de swing que busco en los cuentos.”

Los textos cortazarianos revelan el jazz bajo tres vertientes principales: como instrumento que condiciona el texto mismo, como instrumento del autor en la creación del personaje, la historia o el momento argumental y como un reflejo de que la libertad del género se asemeja a la libertad del juego de palabras que Cortázar siempre buscó: un rechazo a la separación de lo real de lo fantástico. La libertad auténtica a que el jazz alude, soslaya y hasta anticipa, le resulta atractiva porque implica una búsqueda personal. Si bien tanto en Rayuela como en Louis, Enormísimo Cronopio se filtran los músicos más importantes como partícipes o personajes insinuados, no es hasta El Perseguidor donde a partir del jazz su cuentística toma otro rumbo. Johnny Carter es Charlie Parker en la postrimería de su carrera y Bruno, protector, crítico y admirador, es el autor: “…por primera vez hay una tentativa de acercamiento al máximo a los hombres como seres humanos. Hasta ese momento mi literatura se había servido un poco de los personajes; ellos estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica… en El Perseguidor es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida… quise renunciar a toda invención y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir, mirarme un poco a mi mismo lo que era mirar al hombre, a mi prójimo.”

La nostalgia, sentimentalismo e inocencia evocada por el swing jazz de los años treinta, se transformó en bebop, un ritmo rebelde, intenso y energético que exigía un mayor compromiso. La realidad de la posguerra llevó a que los artistas negros reclamaran el jazz de los salones y las grandes bandas, que lo reinventaran a base de la improvisación de frenéticas notas por encima de la línea melódica. Charlie Parker, responsable principal del desarrollo del bebop, se convierte en el más grande saxofonista e improvisador en la historia del género. A Johnny Carter, al igual que a Parker the Bird le obsesionaba la idea del tiempo: “…esto lo estoy tocando mañana (…) yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo.”

Esta concepción encajaba con el planteamiento formal de El Perseguidor y en cierta medida también con el de Rayuela: los personajes de los relatos, al igual que el lector, serán todos perseguidores de algo que dé sentido a nuestra vida sobre este mundo. Y encajaba además dentro de la visión cortazariana de que los juegos, las invenciones, lo lúdico, es una de las armas centrales por las cuales el ser humano se maneja en la vida: “…lo lúdico entendido como una visión en la que las cosas dejan de tener sus funciones establecidas para asumir muchas veces funciones muy diferentes, funciones inventadas”.

Amante de las aves, al igual que John Keats su poeta favorito, Cortázar relató una vez cómo un pájaro vagabundo se estrelló contra la ventana de su estudio suponiendo tal vez que estaba abierta. Recogiéndolo en sus manos, todavía aleteando y moribundo pensó: “pero eso, no saber y no sentir, pasar del todo a la nada sin saberlo ni sentirlo, ¿puede ser la muerte?” Su amigo el ensayista Alberto Cousté, dice, aludiendo al incidente: “…no dejó de preguntárselo, de uno u otro modo, a lo largo de su obra y de su tiempo, sabiendo como sabía que nada contestaría en él a esa pregunta, que nada definitivo existe ni existirá nunca en las respuestas”.

Charlie Parker, como Cortázar, insistió en vivir lúdicamente. Persiguiendo la pista de mundos que otros no conocían, uno en Kansas y el otro en París, ambos, conjugaron dos géneros bajo un mismo estilo: el jazz de las palabras.

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