Julio Franco se niega a despedirse del béisbol

Julio Franco se niega a despedirse del béisbol

Julio franco tiene un intérprete a unos cuantos pasos de distancia, pero, en este momento, no lo necesita para gritarles a sus jugadores en japonés. Los tres bateadores que realizarán la práctica de bateo en el infield sin pasto se muestran renuentes, así que Franco cambia al inglés y baja el volumen de voz. Su intérprete, un antiguo vendedor de 25 años llamado Keita Sugano, interviene.

«Relaja las rodillas y coloca los pies de este modo», le indica Franco a uno de los bateadores. Mientras traduce, Sugano imita con las piernas la postura relajada. Franco levanta el mentón, antes de recordarles a los jugadores: «¡Levanten la cabeza!» Quiere que golpeen la pelota sin temor.
El siguiente jugador entra a batear y, en su primera abanicada, envía la pelota por encima de la pared del campo central.

«¡Ven!» Dice Franco, aplaudiendo y asintiendo con la cabeza.
Después de que la mayoría de los jugadores han bateado, Franco, quien jugó por última vez en las Grandes Ligas en el 2007, cuando tenía 49 años, levanta el bate más pesado disponible (una onza más ligero que el de 36 onzas que le gustaba usar en los Estados Unidos). Se coloca en el plato y hace una señal para indicarle al entrenador en el montículo que le envíe unos cuantos lanzamientos. Los jugadores a su alrededor dejan de hacer lo que están haciendo y se voltean a mirar. Las cigarras zumban en los árboles más allá de la cerca del outfield.

Franco alza el bate y ¡ahí está! Esa postura. Es posiblemente la posición de bateo más inusual en la historia del béisbol. Sus dedos del pie están viendo hacia adentro. Su trasero está muy afuera, al igual que el codo trasero, que mantiene por encima de la oreja. Sus dedos se entrelazan en el bate, y el bate está por encima de su cabeza, como si estuviera dirigiendo la punta hacia la cara del lanzador. Desde lejos, parece un pelícano patizambo inclinándose curiosamente sobre una posible presa. De cerca, se asemeja a una serpiente enroscada.

El pecho y los brazos de Franco son enormes, tal vez nunca habían estado tan grandes. Está un poco más ancho de lo que solía estar, un poco más abarrilado, pero cuando sostiene el bate, cuando toma esa postura, es inconfundible. Es la misma postura que tenía cuando debutó con los Filis en abril de 1982, durante la presidencia de Reagan. La misma que tenía veinticinco años más tarde, cuando se convirtió en el jugador de posición más veterano en la historia de las Grandes Ligas en sumar 100 apariciones al plato. (Ostenta los récords de MLB del jugador más viejo en batear un grand slam, el jugador más viejo en robarse dos bases en un juego y, posiblemente, el único pelotero en batear un jonrón con un nieto en las tribunas). Jugó contra, por lo menos, un lanzador que se enfrentó a Ted Williams. Sigue casado con esa misma postura al batear.

Franco, de 57 años, está en su primera temporada como manager de los Ishikawa Million Stars, en una liga independiente japonesa. El equipo tiene su sede en Kanazawa, a dos horas y media en el tren bala desde Tokio. Prácticamente no gana nada de dinero. No hay casi ningún estadounidense. Realiza largas sesiones de entrenamiento bajo el sol, largos viajes en autobús a través de zonas rurales y juega ante una multitud más pequeña que cuando era adolescente.

No obstante, para Franco, también representa la oportunidad de desempeñar una función en el deporte que ama desde que tomó un bate por primera vez hace 48 años en la República Dominicana. Y no solo es el entrenador. También juega.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas