JULIO IBARRA RÍOS
U
n juez con temple de acero

<STRONG>JULIO IBARRA RÍOS<BR>U</STRONG>n juez con temple de acero

POR ÁNGELA PEÑA
Hace seis años le fue extirpada media garganta a causa de un cáncer. En una segunda operación, le adaptaron un aparatito por el cual habla cubriendo con un dedo de su mano derecha la parte extrema de la cánula que debe cambiar periódicamente.

Su voz no es la del luchador por la amnistía a los presos políticos y el retorno de los exiliados durante los doce años de Balaguer ni la del Magistrado Procurador Fiscal del gobierno de Antonio Guzmán aplicando justicia a esposos violentos o asignando manutenciones a menores. Pero es el mismo “Julito”, “Profesor Ibarra Ríos” o “El Doctor” del pueblo, enfrentando la enfermedad que ha vencido con fortaleza y filosofía admirables.

 Es juez de la Suprema Corte de Justicia que sube a estrados y se enfrenta a abogados de agresiva verbosidad o a culpables de delitos penales con el pintoresco léxico y la insobornable e imparcial sentencia que le caracterizan.

  Puntual en su horario de ocho de la mañana a tres o cuatro de la tarde, muchas veces se prolonga hasta las diez de la noche porque hay exceso de casos pendientes y él es sustituto de don Hugo Álvarez Valencia, presidente de la Cámara Penal.

 Con su envidiable riqueza oral y vibrante capacidad de exposición, lúcido en extremo, atildado, lozano, sonriente y feliz como el más saludable mortal cuenta su ejemplar vivencia presente y la historia de su pasado edificante y útil.

 “El problema mayor del cáncer es que quien lo sufre se deprime y se asusta, y por eso muere rápido. Papá me decía: ‘Mi hijo, de este mundo nadie se ha ido con vida, tú brincas y saltas, pero te mueres. Yo me he llevado de eso: no le he cogido miedo al cáncer y hago una vida totalmente normal”, confiesa.

 Sigue siendo el insuperable mejor bailador de los “Serie 23”, el eterno enamorado de las mujeres bellas y frecuente libador de exquisitos licores. ¿Todavía ingiere alcohol? se le pregunta con sorpresa. “Y no por el hoyo, sino por la boca”, responde con su jocosidad habitual. “Lo único que no he vuelto a hacer es fumar”, agrega. Ese fue, precisamente, el motivo  de su mal.

 Sonríe y habla ocurrente, está saludable y elegante a pesar del flagelo y más que el padecimiento le hacen sufrir los errores de las “Estrellas Orientales”, el equipo de su simpatía, por ser nativo de San Pedro de Macorís. “He sufrido demasiado, pero no las abandono, estoy con ellas desde 1951, era muy amigo de Tetelo Vargas, una persona muy seria, muy capaz, pero hay que ver cómo están los directivos de las Estrellas, Miguel Féris y Félix Reyes, uno los ve como unos viejitos y es el sufrimiento del equipo”, comenta.

 Con ese mismo ánimo, “Julito” participa de audiencias, estudia miles de sentencias, interroga, falla, sin el menor complejo, con entusiasmo. “Todo esto lo tengo como un gran beneficio, dice refiriéndose a la enfermedad. Hace seis años que me operaron, debí haber estado debajo de la tierra hace cuatro o cinco. Es más, el médico me mandó a decir que no tenía que chequearme. He vivido más de la cuenta. A quien le diagnostican cáncer le dicen que es hombre o mujer muertos, entonces yo tengo que disfrutar cada día que estoy vivo, porque es un día más para mi existencia, y aprovecharlo al máximo, porque no sé lo que pueda ocurrirme mañana”, confiesa.

 Manifiesta que no se ha afectado su existencia “ni en el aspecto sentimental” y atribuye la supervivencia a la ciencia. “El médico que me operó (Frank J. Givantos, de la Miller School of Medicine, de Florida) ha escrito varios libros sobre el cáncer, es un cubano-norteamericano muy agradable, simpático y culto”.

Con Antonio Guzmán

 Julio Ibarra Ríos era una especie de abogado exclusivo y honorífico de casi todos los presos políticos durante los 12 años de gobierno balaguerista por lo que su residencia fue allanada varias veces y él detenido. En 1978, al asumir la presidencia de la República, Antonio Guzmán Fernández lo nombró Procurador Fiscal y le encargó ejecutar la ley de amnistía. “Se decía que su gobierno iba a durar poco, salíamos de un régimen muy fuerte, de militares comprometidos en hechos delictivos. Fui a La Victoria, vi los presos y eso daba lástima, encontré uno, José Ignacio Marte Polanco, que solté antes de la amnistía. Llevaba 11 años preso, se le cayó todo el cabello, parecía un viejecito”.

 Por otro lado le llamaban y escribían cientos de exiliados y “fueron como mil personas a mi casa. La gente estaba desesperada, angustiada, quería libertad para hijos, esposos, hermanos y el retorno de los que estaban fuera”. Expresa que su experiencia como catedrático de historia dominicana y de Derecho en las universidades Autónoma de Santo Domingo y Pedro Henríquez Ureña, la renovación constante y el trabajo profesional le permitieron “desempeñar bien ese cargo, aparte de que tenía el respaldo de don Antonio, que me dio un trato paternal, fue el hombre más integro, después de la caída de Trujillo, el  que brindó mayores satisfacciones espirituales”.

  “En 1978-1982 el derecho se humanizó, se protegió a la mujer, se persiguió a los hombres que tenían en la prostitución a menores, se humanizó en todos los sentidos la aplicación de la ley y la acción penal”, asegura. Resaltó la presencia  femenina ocupando por primera vez funciones de asistentes del fiscal: Carmen Imbert, Ligia Minaya, Miriam Germán. “Hasta ese momento nunca una mujer había sido Ayudante del Procurador Fiscal, hablé con don Antonio y me dijo: ‘Julito, recomienda gente que valga la pena’. Hicieron un trabajo extraordinario, eran honestas en grado extremo, nunca nadie ha podido señalarlas”.

 De 1982 a 1986 fue Asesor Legal del Senado de la República, luego estuvo en “Radio Mil” produciendo un programa de Derecho y durante diez años en el “Matutino 103” junto a Emmanuel (Manny) Espinal y  Teófilo Barreiro, comentando la actualidad.

 El Magistrado Ibarra ha casado dos veces. Primero con su condiscípula Sara Toledano Asencio, madre de su hija Carmen Elena, abogada, y en la actualidad es su esposa Nurys Pión Pérez, con quien procreó a Luis Eduardo y a Julio Salim, también abogado.

 Está en la Suprema Corte de Justicia desde el tres de septiembre de 1997 cuando “se hizo una selección a través de la televisión”. Sus colegas celebran que a pesar de la limitación por el cáncer, no le tiembla la voz para decir a los villanos cuando comprueba que son falsos sus alegatos de inocencia: “Usted se jodió”.

Perfil

 Nació el 20 de septiembre de 1934, hijo de Julio Ibarra Fax y Elena Ríos Miranda, él de padres libaneses y ella de españoles nacidos en Puerto Rico. Pasó su infancia en el municipio de Ramón Santana y a los nueve años,  por la función de gobernador de su progenitor, residió en Santo Domingo, estudió con los sacerdotes salesianos e hizo el primero de bachillerato en La Normal. Vivió además en La Romana y retornó a La Sultana donde se graduó bachiller. Ingresó a la Universidad de Santo Domingo en 1953 y tras graduarse de abogado, en 1958, ejerció un tiempo en la capital y otro en San Pedro hasta que decidió fijar domicilio en Santo Domingo en 1967.

 Antes estuvo preso por sus simpatías con la causa revolucionaria de abril y puesto en libertad vino a la zona constitucionalista. Gran amigo y condiscípulo del coronel Juan María Lora Fernández, “uno de los hombres más íntegros que he conocido”, militó en el 14 de Junio, el Partido Revolucionario Dominicano y estuvo un tiempo con el profesor Juan Bosch, en el Partido de la Liberación Dominicana, como consultor jurídico.

 Mayor de tres hermanos, sufrió tremendamente la tragedia de su hermano Luis Eduardo, caído el 15 de diciembre de 1963 en La Berrenda, Miches, uno de los frentes de las guerrillas de Manolo Tavárez Justo. Los ojos se le llenan de lágrimas al recordarlo. Enterado por un oficial de que el ejército esperaba que se marcharan a las montañas para matarlos, lo comunicó a Manolo, su amigo, y a su hermano, “pero ellos no lo creían. Hablé con Luis cuatro veces, en la Universidad, en el Jaragua, y me dijo que él estaba comprometido. Se fue y allá murieron. Como es natural, el impacto emocional, el dolor, es algo inevitable. Cumplió 23 años en la loma y había pasado el cuarto de Derecho”. Su otra hermana, fallecida, era Nurys.

 “Después de la muerte de Manolo el 14 de Junio quedó desarticulado y yo salí, pero siempre mantuve buenas relaciones con los catorcistas, incluyendo a Fidelio Despradel Roque, a quien estimo mucho”, relató.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas