Julio Iglesias también disfruta
de las cosas simples

Julio Iglesias también disfruta <BR>de las cosas simples

La imagen de persona glamorosa e inalcanzable que tiene Julio Iglesias entre el público no es del todo real. El ídolo llamado “el español universal” por ser el artista de habla hispana más famoso del mundo es una persona sencilla, dicharachera, generosa y tiene una memoria de elefante, según hemos podido comprobarlo de primera mano a través de los 25 años que lo conocemos.

Conoce los nombres de personas que no ha visto por largo tiempo, y los saluda como si fueran sus grandes amigos, lo que halaga a esas personas. Además, tuve oportunidad de tratarlo más íntimamente cuando me contrató como su asesor de prensa en 1991.

Ese año realizamos en República Dominicana, país que nos fascinaba a los dos—a tal punto que los dos nos radicamos aquí, él en una mansión paradisíaca en Punta Cana y yo en un pequeño pero cómodo apartamento en el Mirador Norte—, el lanzamiento mundial de su álbum “Calor”. La producción traía temas como “Milonga sentimental”, “Lía”, “Uno”, “Aunque te haga calor” y “Somos”entre otros.

Aparte de la cena de gala en la que presentamos oficialmente el disco en el Salón La Fiesta del Hotel Jaragua, la visita de Julio incluía asimismo una actuación en el Champions Palace de Santiago y un concierto en Altos de Chavón.

“Manolito, yo podría estar en este momento ganando un millón de dólares en Las Vegas”, me confidenció en el espartano y estrecho camerino del club nocturno santiaguero tras salir de la ducha, situada ingeniosamente en un hueco muy pequeño en la pared. “Pero el dinero no me importa, yo ya tengo lo suficiente. Aquí me siento feliz cantando para esta gente que me adora y que me consideran un dios”.

Iglesias se alojó en el mejor hotel que había en ese momento en Santiago, El Gran Almirante, donde le asignaron “la suite presidencial”, una habitación bastante sencilla para ese título tan pomposo y muy lejos del lujo al que estaba acostumbrado este artista en los superlujosos establecimientos de Las Vegas, Europa o Asia. Sin embargo, la aceptó gustoso, como si fuera el palacio de algún país de ensueño.

Al día siguiente de la presentación en el Champions Palace, nos dirigimos en automóvil a Puerto Plata a tomar el avión de Julio, un lujoso Gulfstream de 20 millones de dólares—considerado el Rolls Royce de las aeronaves para ejecutivos—porque el aeropuerto que tenía Santiago entonces no estaba en condiciones de recibir una nave de ese calibre sobre su primitiva pista.

Pero en el camino, a Julio le dieron ganas de comer fruta fresca y al ver un puestito a orillas de la autopista, hizo detener el coche. Un anciano soñoliento estaba sentado junto a unos cuantos mangos, piñas y aguacates que no tenía muchas esperanzas de vender por el poco tráfico que había en la carretera a esa hora. Cuando ese señor vio que se le acercaba Julio Iglesias, el artista cuyo rostro estaba en todos los postes del área que promovían el show del Champions Palace, casi sufre un infarto.

“¡Nereida, ven acá!”, le gritó con todas sus fuerzas a su esposa, que estaba en una casita situada a varios metros de la entrada de su finquita. “Mira quién está aquí”.

La mujer salió rauda a ver de quién se trataba y su rostro se llenó de una amplia sonrisa al ver al ídolo apuesto y elegante cantante español frente a su puesto de frutas. Salió acompañada de su hijo, de unos dos años, el que estaba completamente desnudo. Julio lo alzó en sus brazos y le dio un beso, ante la cara de sorpresa e incredulidad de los campesinos.

“Se ve que este crío es sano”, comentó. “Hace bien estar en contacto con la naturaleza al desnudo”.

Tras elegir la fruta, el grupo volvió a emprender viaje a Puerto Plata para tomar el Gulfstream a La Romana, donde le aguardaba a Julio una villa de película junto al mar, contra cuyas rocas reventaban las olas del mar Caribe.

Acompañado de su orquesta permanente, dirigida en ese entonces por el español Rafael Fierro, Julio cantó bajo la noche estrellada de Chavón sus temas clásicos junto a versiones en inglés de melodías famosas.

Esa visita, al parecer, fue clave para que poco después tomara la decisión de establecerse en Punta Cana para estar cerca de su gran amigo, el diseñador dominicano de fama mundial, Oscar de la Renta, y de paso convertirse en un importante promotor internacional de esa área turística.

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*El autor es un periodista chileno con carrera en los Estados Unidos y residente en el país.

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