En estos meses, las exposiciones se suceden – si no dos en un mismo día y a la misma hora-, y, digamos la verdad, casi todas presentan obras de artistas magistrales. Por este alto nivel, quisiéramos asistir a todas. Algo difícil… e imposible se hace para quienes escriben, analizar o comentarlas. No pocas pasan en silencio, tampoco reciben la frecuencia de visitas que les corresponden.
Acaba de inaugurarse en el Museo de Arte Moderno, una exposición que no vacilamos en calificar como excepcional, en todos sus aspectos. Es una retrospectiva de Julio Valdez, que ganó el Gran Premio de la última Bienal Nacional de Artes Visuales.
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Del expositor y la exposición
Julio Valdez tiene la edad y la calidad de un maestro. Es un artista ya consagrado en Nueva York – donde vive desde hace más de 30 años-.
Ha tomado el timón del éxito por un trabajo arduo, una energía creadora, una capacidad sobresaliente al multiplicar las categorías de su arte. El dibujo -básico en sus dotes–, la pintura, la gráfica, la instalación, y más… le han distinguido entre los mejores, sin que se olviden actividades permanentes de gestión cultural. Su temperamento privilegia un sentido humano y social fuerte.
La exposición, colocada en la primera planta, está muy bien curada y montada, acompañada de buenos textos, necesarios y suficientes.
Desde que llegamos y vemos los primeros cuadros -un conjunto mayoritariamente pictórico-, su seducción nos embarga, con una repartición temática en tres ubicaciones. Un verdadero encanto, si no queremos hablar de emoción.
“Mapeando las capas”
Ahora bien, si la primera impresión es de un deleite total, bienvenido y relativamente sencillo en la receptividad de los espectadores, cuando se profundiza la mirada, la observación se vuelve compleja… y la fascinación aumenta. Es más, una interrogante empieza desde el título: “Mapeando las capas”.
El término “Mapeando” no deja de sorprender, con la tentación de referirlo a una información genética, a una transmisión de generación en generación hasta la formación de una característica humana. Pero pronto, lo captamos como un proceso de creación de una imagen y de la representación consecuente, por “capas” sucesivas, esencialmente pictóricas. Llegamos a evocar la herencia caribeña, plural, mixta, heredada, tan presente en varios autorretratos de Julio Valdez. Este Caribe, bañado por el mar que lo une y lo separa…
Tres temas
Las reales-maravillosas “Pinturas acuáticas”, las que vemos entrando, en la gran pared de la plataforma, nos sacuden perceptivamente, superponiendo las transparencias, verdeando un agua movediza, revelando y develando segmentos humanos… Es el mar de Julio el caribeño, a la vez acogedor y peligroso, más que el mar neutral de Julio el newyorkino…
En la sala cerrada, los “Autorretratos”, de frente y de perfil, a menudo más que a un personaje insular, sugieren a un verdadero hombre territorio, abierto, encerrado, rodeado de naturaleza, de signos, de fragmentos, de infinito… Próximamente, esperamos ser más extensos y precisos – estas obras maestras lo ameritan-.
Hoy, es una simple presentación… que, sin embargo, quiere elogiar el sensacional Autorretrato de la pandemia, donde parecen revolotear gotas de sangre y virus amenazantes. Luego, ¡cuánto placer nos comunica volver a admirar el Gran Premio de la Bienal, mucho mejor ubicado ahora!
La retrospectiva incluye una tercera parte, la más social, comprometida y audaz. “I can’t breathe” (no puedo respirar), que recuerda el estrangulamiento del hombre negro por el policía, y otros clamores en contra de la discriminación racista.
Sin embargo, esta protesta, muy importante, se encuentra en el pasillo frente al Auditorio, a menudo olvidan mirarlo… Lo hemos comprobado en otras exposiciones.
Coda
Queremos recordar el comentario acerca del indiscutible Gran Premio de la XXX Bienal Nacional que se otorgó a Julio Valdez:
“Respecto a la obra ganadora, es la única cuyo compromiso ha plasmado los tiempos sombríos del Covid-19 -del 2020 al 2022-, además en imágenes, unidas todas por la terrible enfermedad y 15 decesos…
Linaje trágico, son retratos de personas conocidas de aquí y de allá, una sola es anónima y se convierte en el símbolo de las incontables víctimas… Luego, otro reto, lo constituye el soporte: solamente mascarillas, al “natural”, que propician una animación iconográfica-.
Surge aparentemente un inconveniente: por esa misma textura, tan irregular, el dibujo, delineado fielmente, tiene rusticidad… y no el refinamiento al cual Julio Valdez nos tiene acostumbrados”.