Julio Vega Batlle sirvió a Trujillo sin loas y discursos

<STRONG>Julio Vega Batlle sirvió a Trujillo sin loas y discursos</STRONG>

Hijos de antiguos servidores del régimen de Trujillo viven exculpando o justificando a sus padres aun cuando, en muchos casos, son evidentes sus pasadas nefastas actuaciones por las pruebas documentales que las avalan. Bernardo Vega no ha procedido igual con su progenitor a pesar de tener la certeza de que no son veraces acusaciones que le imputan.

Cuando comenzó a publicar la serie “Los Estados Unidos y Trujillo” antepuso a la verdad el respeto por la historia: reprodujo documentos sobre Julio Vega Batlle a sabiendas de que es mentira lo que expresan. No los comentó, anotó ni ofreció explicaciones o interpretaciones.

Por eso afirma que no han leído esa y otras obras suyas sobre el trujillato quienes dicen que él ha sacado el historial político y personal de todos los viejos colaboradores del Generalísimo ocultando el de su progenitor.

El celebrado autor de “Anadel, La novela de la gastrosofía”, “Los imbeles”,        “El tren no expreso”, comedias, sainetes, versos y cuentos cortos, perteneció al grupo “Paladión” y fue de los iniciadores del Surrealismo. Se mantuvo ocho años sin acceder a las ofertas del tirano.

Licenciado en derecho, después de estudiar en Montreal, fue juez en Samaná,  de la Suprema Corte de Justicia y rector de la Universidad de Santo Domingo. Encabezó misiones diplomáticas en Londres, La Habana, Bogotá, Río de Janeiro.

Pero contrario a otros embajadores que utilizó el tirano como confidentes, Vega Batlle no lo fue y así le testimoniaron a Wenceslao, su hijo mayor, figuras prominentes del exilio antitrujillista en Cuba.

Al contrario, allí protegió de la furia del sátrapa a Max Henríquez Ureña en momentos en que el intelectual estaba en problemas con Trujillo, al que sirvió. Bernardo, entonces adolescente, escuchaba sus cátedras después de cargarle el maletín hasta la Universidad durante un verano que pasó en esa antilla.

“No he encontrado ninguna evidencia de que papá delatara a personas o estuviera involucrado en acto sangriento”, declara. Vega Batlle nació en Santiago, el seis de mayo de 1899 y murió en Santo Domingo el 23 de abril de 1973.

Pocas veces ha tratado Bernardo públicamente el tema del trujillismo de su padre, al que con tal envilecimiento trató José Almoina, servidor de Trujillo que luego se rebeló y fue asesinado por órdenes del déspota.

Bernardo manifiesta que desconoce las razones de esta animadversión. “Almoina conocía a papá y luego le cogió tirria, pero sé que lo que dice no es verdad”, expresa.

Resume la participación de su padre en el trujillato: “Fue miembro de una generación que yo le llamo perdida. Trató de mantenerse al margen durante los primeros ocho años, tuvo sus dos últimos hijos y aceptó empleo, pero tú no encuentras libros ni discursos suyos a favor de Trujillo”.

“Si no hubiese existido el régimen de Trujillo quién sabe si su aporte literario hubiera sido más interesante. Fue muy activo en la literatura en los años 1920, 1930”, agrega. Críticos de su tiempo, y más recientemente Manuel Rueda, ponderaron su obra.

La  Universidad Católica Madre y Maestra y el Ministerio de Cultura reeditaron sus libros. Muchas de sus comedias fueron llevadas a escena en Santiago. Dirigió las revistas “Anarkos” y “Hélices”.

Bernardo  no disfrutó de privilegios en “la Era” debido a las posiciones de su padre, aunque confiesa que “al estar en ese ambiente no percibía lo que era la dictadura hasta que salí del país e inmediatamente devine en antitrujillista”, a los 17 años.

De los hijos de Trujillo solo conoció a Angelita, que era la de su edad, porque coincidieron en algunas fiestas. Nunca habló con Ramfis ni Radhamés. Le invitaron a ser parte de la coronación de la “Hija Mimada” y encontró una excusa para no asistir.

La desgracia política. Cuando regresó en 1959 se abría la mina de bauxita de la Alcoa Exploration Company, en Cabo Rojo, donde obtuvo empleo como jefe de contabilidad. Era una forma de exilio que le agradaba. Venía cada 15 días a “Ciudad Trujillo” y por eso fue el único hermano que no cayó preso cuando se descubrió la implicación de Wenceslao en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio.

Lo apresaron junto a Eduardo, estudiante de medicina que pese a no pertenecer al grupo fue acusado de tal por un chivato de la academia. Bernardo se enteró en Cabo Rojo de los apresamientos y aunque temió por la vida de sus hermanos, se sintió honrado por el gesto de Wenceslao.

“Iba a verlo a la cárcel. Me sentía orgulloso de él, yo era antitrujillista desde Pennsylvania, había leído a Orwell, a Galíndez, que desapareció viviendo yo en Filadelfia. Además, yo vivía en un país de libertades”, exclama.

Wenceslao Vega Boyrie aparece en “El complot develado”, libro encargado por el régimen para denunciar la organización. Al igual que su hermano Eduardo, pudo salir del país. Es historiador y abogado. Eduardo, fallecido hace unos años, se graduó posteriormente de médico.

 Julio Vega Batlle fue destituido del cargo de Abogado del Estado y atacado por lisonjeros trujillistas. Colocaron permanentemente un calié frente a su vivienda y todos los viejos amigos dieron la espalda a la familia. La persecución se extendió más allá del trujillicidio.

La misma noche del 30 de mayo de 1961, cuando ajusticiaron al tirano, la casa de los Vega fue allanada hasta el sótano en busca de Antonio Imbert  y Luis Amiama y a Bernardo le negaron pasaporte para un viaje que debía hacer a Puerto Rico. Al ser Vega Batlle padre de Wenceslao, explica, “era un elemento sospechoso”.

Aún con los residuos del trujillato en el país, Bernardo Vega por poco pierde la vida porque ordenó oficiar una misa en Pedernales en memoria de los héroes, y los calieses entraron con picos y palos a agredir a la feligresía, que se salvó por la intervención del sacerdote oficiante.

“Fue una imprudencia, era el sitio más alejado”, reconoce. Cuando salió del templo rompieron a pedradas los vidrios de la camioneta en que viajaba”. Después, Bernardo se inscribió en la Unión Cívica Nacional, asistió a sus mítines, firmó documentos oficiales de la agrupación “y rompí la palmita”, como se llamaba popularmente al carnet de afiliado del Partido Dominicano, de Trujillo.

 ¿Tú portabas la palmita?- se pregunta con asombro.

“¿Y quién no la tenía?”, responde.

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