Justicia del hombre consigo mismo

Justicia del hombre consigo mismo

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Las dificultades de la justicia se inician con la incapacidad del hombre para ser justo consigo mismo. La estatura de cada ser humano está impregnada, centímetro a centímetro, de un peligroso ingrediente activo: autocompasión. El más dañino enemigo del hombre está dentro de su propio cuerpo; es él mismo. No hay modo de evitar la propia compañía. Todos los minutos de todas las horas de todos los días y las noches. No importa si evitamos la soledad para evadir el contacto íntimo con nosotros mismos. Nuestra personalidad está siempre presente, lista para ayudarnos o hacernos daño, según le demos libre curso a actitudes correctas o incorrectas, benignas o malignas. Resulta extraño que, teniendo que vivir toda nuestra vida con nosotros mismos, no tratemos de ser mejores personas, para así resultarnos más agradables y provechosos.

Queremos que todas esas personas con quienes, de un modo u otro, hacemos o mantenemos contacto, sean núcleos generadores de provecho nuestro. Aunque nosotros realmente no lo seamos.

Por supuesto que, a grosso modo, todos parecemos querernos mucho y trabajar por nuestro bien. Pretendemos ser nuestros mejores amigos.

Pero, cuidado!

Porque el hecho esencial de que nos constituyamos en máximos beneficiarios de nuestros ingresos monetarios, que nos tengamos en altísima estima, justifiquemos plenamente todas nuestras faltas con un automatismo centelleante y amplifiquemos heroicamente cualquier acción vigorosa que realicemos, todo esto no significa que seamos nuestros óptimos amigos.

A quien se quiere bien no se le consiente de modo ilimitado y automático.

Si queremos ser íntegros y provechosos para él, tratamos de ser justos aplaudiéndole lo que de bueno tiene y realiza y señalándole todo aquello que consideramos inconveniente para su verdadero beneficio.

Con nosotros mismos no nos ocupamos de ser justos. De modo inverso, actuamos como flácidos consentidores. Y es esta actitud la que conduce al fracaso multiforme.

A guisa de ejemplo, preguntémonos con honrada intención:

¿Qué hacemos con nuestro tiempo?

¿Estamos utilizándolo justamente para provecho de nuestros propósitos y ambiciones?

Aquel consejo del mundo antiguo grabado en los muros del templo de Apolo en Delfos y lanzado a la posteridad por la recia catapulta cultural griega y latina: «Conócete a ti mismo» mantiene su calidad trascendental sobrevolando épocas, hombres y civilizaciones.

Es necesario volver las gafas al revés para mirarse uno mismo, analizarse del modo más impersonal posible y entones, aceptado el análisis, tratar de ser justo con su propia persona.

Así podremos arribar al punto donde nos tropezaremos con nuestra verdadera imagen y sabremos la autenticidad de nuestras condiciones de talento, disciplina y bondad que nos capacitan para alimentar determinadas aspiraciones.

Si las alimentamos sin estar realmente calificados, no estamos haciéndonos justicia. Estamos condenándonos, impíamente, a una vida necesariamente amarga y sembrada de árboles de ambiciones que nunca habrán de florecer y fructificar porque no hay savia que los nutra.

Ambiciones tales, son árboles de la muerte.

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