Justificado reconocimiento

Justificado reconocimiento

R. A. FONT-BERNARD
Mediante su decreto número 116-89, fechado el 26 de marzo del 1989, el Presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, dispuso el traslado al Panteón Nacional de los restos mortales de varios ciudadanos, cuya conducta, conforme al texto de uno de sus considerados, se les consideraba dignos de ese reconocimiento histórico.

Entre los beneficiarios de la decisión presidencial, figuraron los ex jefes de Estado, los generales Ramón Cáceres y Horacio Vázquez Lajara. El susodicho decreto no especificaba, si para los fines indicados, se había consultado previamente a la Academia Dominicana de la Historia.

La mayor parte de las personas consultadas, -principalmente historiadores- por la prensa de la época, coincidieron en considerar, que la escogencia de los ex presidentes Vázquez y Cáceres debió ser una apreciación personal del presidente Balaguer, en torno al protagonismo de ambos en los acontecimientos del 26 de julio del 1899, fecha en la que cayó abatido en un charco de sangre el dictador Ulises Heureaux. En la ocasión, conforme lo recordamos, nosotros externamos la opinión de que el aludido decreto debió incluir al héroe anónimo de la Independencia y de la Restauración, quienes como lo significó el poeta “pelearon por la libertad sin saber porqué pelearon”.

Expresándose en términos personales, a nosotros se nos ocurrió considerar que la selección de los ex presidentes mencionados, era el resultado de una de las peculiaridades que caracterizaban al presidente Balaguer, en lo relativo a su inclinación a lo imprevisible. Aunque podría ser, por otra parte, la ocurrencia de una de las siguientes consideraciones: Una rectificación relativa al tratamiento acordado por el protagonismo histórico de los mencionados ciudadanos, o una evidencia de la admiración que suscita en el ánimo de determinados intelectuales, la reciedumbre de personajes que como el general Ramón Cáceres, según expresase el propio Presidente Balaguer, “capitaneó una expedición punitiva, en la Línea Noroeste, que después de haber barrido a hombres, mujeres y niños, consumió pavorosa obra de exterminio, realizando con implacable crueldad, la matanza del ganado”.

En el caso específico del general Horacio Vázquez, fue el entonces licenciado Joaquín Balaguer hijo, como queda consignado en su obra titulada “Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo”, quien redactó el manifiesto “Al País”, mediante el cual se intentó justificar el derrocamiento del gobierno presidido por aquél. En ese documento, el derrocado Presidente de la República fue certificado como “el gran corruptor de la justicia” y responsable de la impunidad escandalosa con que prosperó el fraude en todos los sectores de la Administración Pública. El ex presidente Vázquez, según el citado documento, “fue el responsable del descaro con que a cada paso se desconoce la suprema ley que rige la vida institucional del Estado”. Tenía entonces el licenciado Balaguer hijo, apenas veintidós años de edad.

Nada extraño sería, argumentamos nosotros, que ya en el ocaso de su asombroso protagonismo político, el presidente Balaguer hubiese querido vindicar la memoria de sus estigmatizados antecesores en el solio presidencial.

Fue el presidente Balaguer, “sintiendo una incontrolable repugnancia”, quien dispuso el traslado de los restos mortales del general Pedro Santana,al Panteón Nacional. El general Santana, considerado por su valedor, como “una especie del monstruo, el apatrida que vendió su mérito de libertador”, fue llevado al sagrado recinto “con una creciente animadversión” del jefe del Estado. Y allí reposan sus restos, junto a los de María Trinidad Sánchez, el general Antonio Duvergé, “El Centinela de la Frontera”, y los de los hermanos Joaquín y Gabino Puello.

Como lo dijese Winston Churchill, luego de la reunión de Casablanca, al referirse al general De Gaulle, éste era un “enigma dentro de un acertijo”. Y en su protagonismo de más de sesenta años en la actividad política nacional, el doctor Joaquín Balaguer califica para ser objeto de una opinión semejante. En lo personal, halagaba por conveniencia y a veces era deliberadamente olvidadizo. Y en lo político era refinadamente enredador. Se mostraba benévolo cuando esa actitud favorecía sus designios, era severo y valiente, cuando servía a sus propósitos políticos. Era ingenioso y culto por excelencia y fue el principio, consagrando al poder y a la gloria. Se le recordará por la esencia altamente dramática de su impresionante carrera política, y en la actualidad ocupa por méritos propios uno de los más extensos capítulos de nuestra historia contemporánea.

La conferencia pronunciada por el doctor Balaguer el 19 de septiembre del 1952, en el Ateneo Dominicano, es el espejo que refleja con la mayor nitidez, su polifacética personalidad. No sólo como el político que conocía la fragilidad de los virgos ideológicos, sino como el estadista que conocía los baches idiosincrásicos de nuestro pueblo. “El principio de la alternabilidad -dijo entonces- es una ficción constitucional, que sólo ha tenido vigencia para los presidentes que no supieron vestir en el solio, la toga de la virilidad, como Ulises Francisco Espaillat y Gregorio Francisco Billini, o para aquellos que aunque surgidos del cantón y de la montonera, carecieron del suficiente olfato político para ejercer por largo tiempo el dominio de sus conciudadanos”.

Prevalido de una enciclopédica cultura y de su indisputable talento, el doctor Balaguer fue, en el ejercicio del poder, un creador de leyendas y un destructor de mitos. Durante su amplio paréntesis histórico, fue el creador de los “buenos” y los “malos”. Duarte bueno, y Santana y Sánchez, malos. Este último malo, por haber manchado sus manos con sangre fratricidas en la Mojarra, y luego haberse postrado de rodillas ante la satrapía de Santana.

Esto explica, y en cierto modo justifica, sus inapelables decisiones políticas en el ejercicio del poder.

Conforme tenemos entendido, el decreto número 116 del 26 de marzo del 1989, dictado por el doctor Joaquín Balaguer, no ha sido derogado o modificado. Una observación que nos autoriza a proponer que el mismo sea ampliado, para que en el mismo se consignen las figuras de nuestra historia contemporánea que respondían a los nombres de los doctores José Francisco Peña Gómez, Joaquín Balaguer y el profesor Juan Bosch, como merecedores de compartir bajo las bóvedas del Panteón Nacional, el reconocimiento nacional acreditable históricamente a quienes como ellos, han de ser racionados, como los padres de la restauración democrática, iniciada a partir del 30 de mayo de 1961.

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