Juventud: tesoro en peligro

Juventud: tesoro en peligro

Correspondió al  ruiseñor de América trinar desde Nicaragua para encantar el oído  de las letras hispanas con estos versos: “Juventud, divino tesoro,/ ¡Ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar, no lloro…/ Y a veces lloro sin querer”.

A Rubén Darío, ícono de la literatura centroamericana, no sé si en estas circunstancias llamarle simplemente poeta, o ser más justo en la ocasión y agregarle lo de filósofo. El autor de Azul no se me escapa de la mente cada vez que a diario saco balance de las muertes violentas hijas del gatillo, de la pólvora y el plomo en la capital dominicana.

Al final de la jornada diurna en el Instituto Nacional de Patología Forense hacemos un inventario de los fallecimientos acaecidos a consecuencia de disparos por arma de fuego y nos encontramos que más del noventa y cinco por ciento de esas defunciones ocurren en jóvenes cuyas edades oscilan entre los 17 y los 35 años con una media alrededor de los 26 años. La mayoría de las víctimas moraban en las zonas periféricas del casco urbano capitalino y cayeron a la sombra de la noche en complicidad con los frecuentes y prolongados apagones que con regularidad nos oferta la eternamente fallida corporación eléctrica sin nacionalidad. ¿Cuál es el perfil social de estos jóvenes?

Poca escolaridad, desempleados, propensos a resolver los conflictos con el uso de la fuerza bruta, amantes de la vida fácil, usuarios de alcohol, drogas y otras minucias, procedentes de hogares hacinados cargados de actos de violencia intrafamiliar, y barriadas con pocos espacios asignados a los deportes y diversiones sanas. Caen abatidos en confrontas de bandas, luchas intestinas, o en encuentros con agentes de la inseguridad. Afirman las estadísticas que el país cuenta con una población de dos millones setecientos mil muchachos y muchachas en un ambiente en donde menos de la tercera parte de la gente en capacidad productiva cuenta con un empleo formal y más de la mitad chiripea.

Por el camino que vamos tendremos que utilizar más terrenos para inaugurar nuevos cementerios, solares para edificar grandes cárceles y más recursos financieros para agrandar el cuerpo policial, la marina, ejército y la aviación. Tal vez se  piense que militarizando la nación es la forma más eficaz para llevar seguridad al pueblo dominicano.

Hace ya varias décadas que los grupos poderosos y las capas medias altas de nuestra sociedad se dieron cuenta de lo ineficiente del Estado Dominicano para garantizarle los bienes y vidas por lo que se han agenciado de compañías de guardianes privados y sistemas de alarmas para asegurarle la paz y la seguridad de la que el resto de la población carece. ¿Hay aún espacio para que la juventud siga soñando con la patria que visualizaron Duarte, Luperón y Juan Bosch? ¿Cabe todavía en Quisqueya el sermón de la montaña? Para lo que estoy seguro que hay y habrá espacio y tiempo es para declamar un millón de veces:

“Juventud, divino tesoro,/ ¡Ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar, no lloro…/ Y a veces lloro sin querer”.

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