Juventud y elecciones

Juventud y elecciones

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
El pasado día 8 de marzo, mi segunda hija, Adriana, de 17 años, me acompañó al acto que tendría lugar en el Palacio Nacional con motivo del Día Internacional de la Mujer. Su abuela, doña Ana María, recibiría una placa de reconocimiento por su meritoria labor en favor de la comunidad, de manos del Presidente de la República. Orgulloso y feliz disfruté enormemente de aquellos momentos en compañía de mis hermanos.

Es impresionante estar tan cerca de los altos poderes del Estado en la propia Casa de Gobierno. Uno piensa muchas cosas cuando ve a los señores Presidente y Vicepresidente a tan corta distancia. En ocasiones se tiene la oportunidad de hablar con ellos. Se pasa por el lado de importantes funcionarios y, ¿por qué no?, a veces se saluda a uno conocido. El ajetreo del protocolo, la seguridad, la majestuosidad del edificio y la sensación, siempre difícil de describir, de estar allí con toda la historia que guardan aquellas paredes, trajeron a mi mente una serie de pensamientos: “Quizá yo sea pequeño. Sólo una persona en este gran grupo, pero me preocupo. En este lugar se toman las decisiones que nos llevan por determinados caminos en determinados momentos”.

Sé que por la mente de mi hija también pasaron muchas cosas esa noche. En el camino de vuelta a casa, al poco rato de salir del área del Palacio, empezó a hablarme. Lo más curioso es que el tema que puso en ese momento tenía mucho que ver con mis pensamientos. Me habló de las elecciones. A ella le tocará ir a votar por primera vez pronto. Me expresó su preocupación. No conoce a los candidatos. No está segura de lo que ofrecen ni de lo que realmente vayan a hacer a la hora de alcanzar las posiciones que pretenden. La historia le habla de decepciones, de repetición de vicios. Del relativo mejoramiento de algunas pocas cosas en un principio. Del fatal empeoramiento de muchas otras posteriormente. Vez tras vez.

Me habló de sus amistades y compañías. También tienen esa inquietud. En algunos se notan definiciones claras dependiendo del hogar del que proceden. Otros están perdidos. Los hijos de los que están, los de los que estaban, lo de los que fueron sacados, los de los que quieren estar, los de los que aprovechan, los de los que se ven afectados, los de los que tratan de hacer algo pero no ven resultados, los de los que critican y no hacen nada, y los de los que ni siquiera hablan del asunto. Algunos tienen ya su mente hecha, libremente o por la coacción de sus mayores. Otros dudan.

Muchos de ellos desconocen hechos básicos y fundamentales de nuestra historia, incluida la más reciente, absolutamente necesarios para poder juzgar y tomar decisiones. Los patrones de educación, los métodos, algunas materias, han cambiado. Ahora aprenden otro tipo de cosas, tienen otro tipo de metas y, en algunos casos, se alienan con video juegos u otras drogas, o se adhieren a sub-culturas de reciente creación y extraños rituales y objetivos.

Mi intención en aquel momento fue decirle: “¡Vota! No dejes de ir. Ejerce tu derecho y cumple con tu deber como ciudadana de un país libre y democrático. Si no te interesa nadie, haz que tu voto sea nulo. No lo dejes en blanco. Que no pueda ser utilizado luego de ninguna manera, por si acaso. Ráyalo de punta a punta. Que se sepa que estuviste allí, pero deja claro que lo que te ofrecen no vale ni el pequeño sacrificio de pasarte un día de pie a la intemperie. Ni la desagradable sensación de una noche de angustia, como ha sido la costumbre, durante la cual ellos acostumbran hacer sus arreglos particulares pasando por encima de la voluntad de los votantes. El abstencionismo no llama suficientemente la atención en estos tiempos. Ya está muy gastado, no ha dado resultados y es completamente inofensivo para los candidatos que, como quiera, obtienen los cargos. Me gustaría ver qué pasaría si el censo completo de personas en capacidad de votar concurriera a las urnas y los resultados dieran un 80 por ciento de votos nulos. Eso sí llamaría la atención del mundo entero”.

Pero preferí dejarlo para discutirlo con más calma en otra oportunidad. Otro momento en el que yo mismo pudiera estar más preparado, sabiendo que como padre responsable debo dirigir sus pensamientos, y fuera capaz de hablarle sin la vehemencia producida por la hartura de la continuidad. Sin el mal sabor de lo mismo y lo mismo y lo mismo repetido hasta la saciedad. Con ligeras modificaciones, si acaso.

Ya debía ser hora de estar viendo resultados. Pero andamos tarde. Nos cogió la noche. Tenemos un tiempo razonable con ella y, desafortunadamente, no se satisfacen las expectativas. Tampoco se vislumbra que vaya a haber un cambio significativo para mejorar en el futuro. Hasta el momento la Cuarta no ha dado los resultados que esperábamos de ella. ¿Deberíamos, quizá, ir pensando ya en la Quinta República?

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