Kadhim Nwir, en el Museo de las
Casas Reales

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MARIANNE DE TOLENTINO
En la vida de un crítico de arte hay momentos sobresalientes, y uno de ellos, en nuestro itinerario profesional, corresponde  a la amistad con un colega de Bagdad. Conocimos algunos ejemplos  de pintura iraquí en la Bienal de Sao Paulo y en el Festival de Cagnes-sur-Mer, pero hasta un Congreso de la AICA(1) celebrado en Caracas, nunca nos habíamos acercado a colegas  y también artistas de aquella nación milenaria, de extraordinaria cultura, hoy desgarrada.

Representaba la sección AICA de Irak, Jabra Ibrahim Jabra, un especialista y escritor de alto nivel, también pintor célebre. Él estaba terminando un estudio sobre el arte de Irak. Ese libro lo recibimos un año después de su envío (!), con una hermosa dedicatoria. Pasaron algunos años, y, en otro Congreso de la AICA, un minuto de silencio se dedicó a la desaparición de un colega muy estimado. La exposición de hoy resucita ese episodio emotivo y triste, y sabemos que el artista Kadhim Nwir considera al profesor Jabra como uno de los maestros de la historia del arte iraquí.

UNA OPORTUNIDAD INESPERADA

Muy pocas veces hemos tenido en Santo Domingo la oportunidad de ver el arte actual de los países árabes, y esta exposición es la primera de un pintor, viviendo y trabajando en Irak, cuyas obras disfrutamos gracias  al amor de un dominicano por el arte y la gente.  Parecerá un milagro que, desde tan lejos y en circunstancias  tan dramáticas, Kadhim Nwir, uno de los mejores creadores plásticos de Irak, apenas entrando en su joven madurez, también catedrático de muy alta formación, presente hoy casi sesenta obras en el Museo de las Casas Reales, pero ese milagro, surgido de la sensibilidad compartida, sería largo de contar…

Kadhim Nwir, que nos acompaña con el pensamiento  a falta de haber podido viajar a República Dominicana, proyecta la riqueza de la plástica iraquí moderna. Consideramos como una suerte tener obras fehacientes de la identidad  cultural, a un nivel tan profesional y creativo. Al mismo tiempo, aunque sea la consecuencia de una situación difícil y de escasez, disfrutamos especialmente el colorido y su excepcional  riqueza: el artista fabricó personalmente  los pigmentos a la usanza antigua, lo que da tonalidades de variación y sutileza infinita  a la paleta.

Recordaremos que el movimiento artístico iraquí moderno es reciente, datando de unos 50 años, con la creación de un grupo llamado Grupo de Arte Moderno Iraquí. Al igual que en otros países del Próximo y Medio Oriente, el creador conjuga expresiones diversas, nacidas de las tradiciones locales y regionales, cruzadas  con las influencias occidentales. De ahí una identidad plástica, que alterna la figuración y la abstracción, pero transmite una visión interior y espiritual del mundo. Los signos caligráficos alimentan a menudo esa clase de pintura, de índole predominantemente  sacra, por las palabras escritas.

RASGOS PLURALES

Una característica que sorprende a nuestras miradas occidentales es la pluralidad estilística de la pintura, alternadamente realista, impresionista, expresionista, figurativa, abstracta, informal aun, no solamente en un enfoque colectivo, sino referida al expositor. Más inclinada a la línea o al color, a la descripción o a la síntesis, a la geometría o al lirismo, testimonia de la misma esmerada calidad de técnica y factura. Una primera explicación reside en el alto nivel del doctor Kadhim Nwir –adrede mencionamos su título académico- en la teoría y la historia del arte, conociendo en profundidad tanto los movimientos y escuelas occidentales  como –por supuesto- las fuentes árabes e iraquíes.

Pero una segunda explicación  concierne a la definición del arte iraquí. Escribe el crítico, historiador y artista, Jabra I. Jabra (2) “En el arte iraquí, las influencias tradicionales vienen con toda clase de disfraces. El espíritu que lo guía ha sido a menudo el deseo de conjugar la conciencia del tiempo (formas y temas asociados  con el viejo arte árabe y pre-árabe en Irak) con una consciencia del lugar (motivos, costumbres, escenas  folclóricas), subordinando ambos a las necesidades de su propio impulso creador.” Además encontramos en el dibujo y pintura –indisociables- de Kadhim Nwir, la impronta de las grandes corrientes llamadas “universales”. Un muy importante pintor moderno de Irak, que murió muy joven en plena gloria –antes de que Kadhim naciera–, Jewad Selim, es otro testimonio de esa versatilidad experta., y él dice:

“El artista siempre ha estado libre de expresarse, hasta en medio del arte estatal de Asiria, donde el verdadero artista habla a través del drama de la bestia herida.” La frase, escrita hace más de medio siglo, adquiere hoy una resonancia trágica.

Luego, aunque no podemos  incursionar en un dominio que nos es ajeno, hay un origen propiamente cultural y religioso en esa diversidad pictórica, que unen sin embargo la emoción, la espiritualidad y el talento. Acerca del arte islámico y su capacidad de síntesis, dice Hashim Ibrahim Cabrera (3): “El Islam (…) vive en comunicación con otras culturas y extrae de ellas los elementos técnicos  y los procedimientos que pueden ayudar a mejorar  la condición del ser humano”.  Forma, color y espacio  son los elementos que el historiador ve como una “comunidad permeable” en ideas y morfologías.

Esa facultad se percibe en las pinturas de Kadhim Nwir, que, en cualquier expresión estilística, exhalan apertura, meditación y belleza, con un elevado poder de comunicación. Su paisajismo patrimonial o rural, reúne la precisión del toque pictórico, el canto del color y el poder de evocación de la naturaleza mediterránea, su luz y sus espacios.

La interpretación de los seres humanos, contemporánea en su capacidad de síntesis o fiel retrato de ambientes y costumbres, se enraíza siempre en la vivencia familiar tradicional. En cuanto a la obra sobre papel, completamente distinta y próxima a la abstracción, igualmente hábil y apasionada, es una escritura comunicando sensaciones  poéticas  y visuales, sin la necesidad de referencias.

La pintura de Kadhim Nwir amerita prolongada contemplación y análisis cuidadoso.  Anhelamos que pronto, en ocasión de otra exposición, ese artista y hombre de fe, culto e inspirado, pueda viajar a Santo Domingo.  Ahora bien, no quisiéramos terminar este comentario  sin agradecer al hermano Pablo y al coronel médico Antonio del Orbe, autores intelectuales de esta exposición, y por supuesto a Anita Yee de Cury, directora del Museo de las Casas Reales, que ha acogido esta muestra con verdadero entusiasmo y generosidad. ¡La espléndida inauguración fue un éxito!

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