Cuarenta y tres años han transcurrido de aquel memorable discurso inaugural pronunciado por el entonces jefe de Estado norteamericano que llegara a ser el primer católico en gobernar aquel país y quien también sería el más joven en alcanzar el solio presidencial. John Fitzgerald Kennedy nació en Brookkline, Massachussets en 1917, siendo el segundo de los hijos de una adinerada familia de raíces irlandesas.
John fue muy buen atleta, nadador y futbolista, pese a sufrir de dolencias en la columna vertebral. Voraz lector y estupendo escritor ganador del premio Pulitzer con uno de sus libros titulado Perfiles del coraje, ensayo acerca de los políticos estadounidenses que habían arriesgado sus carreras defendiendo causas justas aunque impopulares.
A la corta edad de 29 años era congresista y en esa carrera logró en 1957 llegar a ser miembro del prestigioso «Comité de Relaciones Exteriores del Senado». Desde allí se perfiló como experto en asuntos internacionales. Favoreció la independencia de Argelia y lanzó severas críticas contra el colonialismo francés. Siendo fiel al partido demócrata supo apoyar las iniciativas justas y provechosas para la nación aún cuando las mismas viniesen de la camada republicana.
Su arenga de campaña por la primera magistratura se basó en la consigna «Progreso para todos», instando a sus conciudadanos a marchar con fe hacia las nuevas fronteras del futuro. En los encendidos debates televisados contra su oponente Richard Nixon consiguió neutralizar el argumento de que su juventud e inexperiencia estatal lo hicieran lucir inferior al candidato republicano quien entonces era vicepresidente de la república.
Volviendo al mensaje inaugural, quisiéramos insertar algunos fragmentos de esa elocuente pieza oratoria, ya que a nuestro parecer, en ella se emiten ideas progresistas de la coexistencia pacífica de carácter universal y con vigencia en el presente. Decía el fenecido líder: «A las hermanas repúblicas al sur de nuestra frontera le planteamos un compromiso especial, que convirtamos las bellas palabras en hechos, en una nueva alianza para el progreso, a fin de ayudar a los pueblos y gobiernos libres a romper las cadenas de la pobreza… A nuestros adversarios les recordamos que la cortesía no es un signo de debilidad y que la sinceridad debe ser sometida a prueba. Nunca negociaremos por miedo, pero tampoco nos atemoriza el negociar. Exploremos juntos los problemas que nos unen en vez de maltratarnos trayendo a flote las diferencias que nos separan. Busquemos juntos las maravillas de la ciencia y no las del terror. Y si en la oleada de cooperación fuéramos empujados a la selva de la sospecha, unámonos en esfuerzo para crear no un nuevo balance del poder sino una nueva ley mundial en la que el fuerte sea justo, el débil sienta seguridad y la paz sea preservada. Todo esto no lo conseguiremos en los primeros cien días de gobierno. Tampoco lo obtendremos en los primeros mil días, ni tampoco durante el tiempo que dure la presente administración, ni siquiera quizás en esta generación. Pero debemos empezar. Compatriotas, en vuestras manos, más que en las mías descansará el éxito o el fracaso de nuestro destino».
Concluía Kennedy dicho histórico documento con el siguiente párrafo: «Y yo les digo, hermanos americanos, no pregunten qué puede hacer el país por ustedes, sino qué pueden ustedes hacer por su país. Hermanos ciudadanos del mundo: no pregunten qué harán los Estados Unidos por ustedes, sino que podemos hacer todos juntos en pro de la libertad del hombre. Finalmente, ya sean ustedes ciudadanos americanos o ciudadanos del mundo, pídannos los mismos niveles de fortaleza y de sacrificio que nosotros solicitamos de ustedes. Nuestra sana conciencia será la recompensa, la historia juzgará nuestros actos; dirijamos la tierra amada, pidamos la ayuda y la bendición de Dios, a sabiendas de que el trabajo terrenal del Creador deberá ser nuestra labor».
El próximo 16 de agosto 2004 comienza una nueva gestión de gobierno. El presidente entrante Dr. Leonel Fernández Reyna heredará una de las peores crisis económicas del país. Para esa ocasión pudiéramos parodiar una de las frases finales transcrita, la que estilizada a la realidad criolla rezaría: Y yo les digo, hermanos dominicanos, no pregunten qué puede hacer el país por ustedes, sino qué pueden ustedes hacer por su país.