King Lear y las falsedades nacionales

King Lear y las falsedades nacionales

No cabe duda. Estamos rodeados de mentiras, de hipocresías, de imposturas, de malas intenciones ocultas. No tenemos, los dominicanos, por supuesto, la exclusividad en tales prácticas pero, lamentablemente, avanzamos en ese territorio perverso. Por no escuchar verdades ni siquiera hasta el punto en que la política lo permite sin que peligren. Teniendo enfrente nuestro panorama nacional, en el cual el apañamiento, el disfraz, el encubrimiento, lo falseado, han ido ganando progresivamente cada vez más terreno, se  me ha plantado ante la mente el recuerdo de la tragedia del Rey Lear de Shakespeare, obra teatral que ha sido considerada a la altura de la Quinta y Novena Sinfonía de Beethoven,  del “Juicio Final” de Miguel  Ángel  y la Misa en si menor de Bach, paradigmas de la creación en el arte.

Es que el rey Lear, monarca de Bretaña y padre de tres hijas, Goneril, Regan y Cordelia,  ya en sus ochenta años, decide dividir su reino entre sus hijas (to shake all cares and business from our age)  según el cariño y devoción que cada una de ellas le manifestara. Goneril y Regan se desbordaron en expresiones de amor filial. Llegado el turno a Cordelia, la hija menor, honesta e íntegra, a quien le tocaría un tercio del reino, ella, de quien Lear esperaba las mayores muestras de amor, por lo cual habría de otorgarle un tercio mayor que a sus hermanas, simplemente dijo que no podía llevar su corazón hasta la boca  (I can not heave my heart into my mouth),  yo amo a Su Majestad de acuerdo a mi relación, mi ligazón ; no más, no menos (According to my bond; nor more nor less) . Lear furioso la desheredó.

Las “devotas hijas”, Goneril y Regan al alcanzar el poder, niegan toda protección a su padre que, abandonado, deambula sin amparo  por el campo en medio de una tempestad.

 Es el conde de Kent, quien fue desterrado por Lear por oponerse a la división del reino, quien lleva a Lear hasta Dover, donde su hija Cordelia lo recibe amorosamente y lo cuida.  La tragedia continúa con una sucesión de terribles eventos, pero donde quiero yo llegar es a la invariable realidad de que quienes ofrecen mucho, los que se desbordan en expresiones de lealtad, fidelidad a los mejores intereses de la comunidad y a las autoridades que manejan la buena función nacional, pareciendo Santos redivivos, no son de fiar. Son de temer por impostores, infundiosos y patrañeros.

Es necesario y urgente limpiar, hasta donde es humanamente posible –que no es mucho- la conducta nacional.

Estamos mintiendo demasiado, ocultando demasiado los males, las malandrinadas.

 Cierto que estas ocurren en todas partes, pero la diferencia está en que son –en alta medida- castigadas.

 Vemos renuncias de altos funcionarios gubernamentales hasta porque sobre ellos caen sospechas de inconductas o malos manejos de fondos públicos (que, en verdad no resultan ser tan públicos, sino más bien privados, en manos de los ejecutivos de ocasión).

Necesitamos abandonar las erróneas percepciones de King Lear, las “humanas y tradicionales”  monstruosidades de Goneril y Regan  y acoger la nobleza y compasión de Cordelia.

Antes de que nos ahogue el mal.

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