La abstención es un derecho

La abstención es un derecho

ROSARIO ESPINAL
El llamado voto abstencionista es una contradicción porque la abstención electoral se refiere a abstenerse de votar. No obstante, en las últimas semanas ha resurgido en el país el tema de la abstención, tanto en su acepción de no acudir a las urnas, como de emitir un voto en blanco para manifestar apoyo a la democracia y rechazo a las candidaturas presidenciales.

El debate se debe al descontento que sienten algunos sectores sociales y hacedores de opinión pública con las candidaturas para las elecciones de 2008, y a la reciente propuesta de la Junta Central Electoral (JCE) de prohibir el proselitismo abstencionista en el reglamento de las campañas electorales.

Lo primero a señalar es que el sistema electoral dominicano no contempla el voto en blanco. No hay casilla vacía en la boleta para marcar. Una posibilidad es que los votantes abstencionistas depositen la boleta sin escoger ningún candidato, o que marquen toda la boleta con una gran X.

En uno u otro caso, el voto se computaría como nulo, no blanco; pero sin duda, un número muy elevado de votos nulos mostraría el descontento de un amplio segmento del electorado con las candidaturas.

Por otro lado, en una sociedad democrática, el voto es un derecho y un deber. Pero que sea un deber no quiere decir que se establezca por ley su obligatoriedad y se penalice a quien no cumpla con esa responsabilidad; ni tampoco que el reglamento electoral deba prohibir el proselitismo abstencionista.

Votar es un derecho democrático fundamental, pero abstenerse de asistir a las urnas o de seleccionar un candidato al emitir un voto en blanco debe ser también un derecho ciudadano, independientemente de que los candidatos sean buenos o malos, confiables o no.

La democracia es un sistema político de respeto a la diversidad de opiniones en la sociedad, incluidas las opiniones políticas disidentes que cuestionan las ofertas electorales. Es un sistema que garantiza derechos de convivencia mutua a toda la población en su heterogeneidad.

Por esta razón, es improcedente que se prohíba el abstencionismo o que se impongan penas a quienes promuevan esta opción.

En democracia, la ciudadanía debe tener la posibilidad de expresar sus preferencias electorales, ya sea votando por un candidato, absteniéndose de marcar un candidato en la boleta, o no acudiendo a votar.

Dicho esto, sin embargo, es necesario plantear que defender el derecho de la ciudadanía a la abstención no soluciona el problema fundamental que enfrenta el electorado cuando las candidaturas son precarias.

Las elecciones están diseñadas para que la ciudadanía vote, no que se abstenga, y la democracia para legitimarse necesita que el electorado participe y escoja el gobierno.

Cuando las opciones son tan negativas que no ameritan ser seleccionadas por un amplio segmento de la ciudadanía, hay urgencia de que el sistema renueve su liderazgo y sus proyectos políticos.

De lo contrario, el desencanto termina socavando la misma democracia, o la democracia se hace insensible a las necesidades de amplios segmentos de la ciudadanía.

Además, abstenerse de votar significa en la práctica endosar las decisiones electorales de los demás, porque, a fin de cuentas, algún candidato será elegido. Es decir, no votar por las opciones existentes no evita que una de las candidaturas resulte ganadora.

Por eso, antes de popularizar la abstención como un mecanismo deseable de participación electoral, sería más atinado promover mejores candidaturas políticas, de manera que la participación electoral retenga su valor y mediante ella se pueda elegir un mejor gobierno.

Sucede que en diversas democracias se produce una alta abstención en nombre del desencanto con las opciones políticas, y, sobre todo, ante la imposibilidad que siente la ciudadanía de incidir en las políticas públicas de los gobiernos.

Con frecuencia, estos segmentos del electorado tienden a desligarse de la participación política en sentido general, no sólo de las elecciones, lo que debilita el poder de la sociedad para producir cambios.

 El fenómeno es evidente incluso en las democracias liberales consolidadas, como la de Estados Unidos, donde el nivel de abstención electoral es relativamente alto, y quienes más se abstienen son los grupos minoritarios que se sienten y mantienen excluidos del sistema.

La sensación de exclusión les lleva a recurrir a la abstención electoral, pero, al no votar, pierden la capacidad de tener mayor incidencia en los políticos electos, y tienden a desarrollar mayor apatía hacia todo lo político.

Por eso, aunque la abstención debe ser un derecho ciudadano, en sí misma, no es opción de poder.

En muchos casos, quienes no acuden a las urnas tampoco ejercen otras formas de participación política que requieren mayor tiempo y compromiso social. Mientras, aunque votar en blanco registra descontento, no se traduce en poder real para los desencantados, ya que algún candidato entre los disponibles será elegido y gobernará.

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