La Academia de Ciencias, mi padre en su día

La Academia de Ciencias, mi padre en su día

Un convenio de colaboración entre la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD) y la Pontificia Universidad Católica Madre Maestra fue presentado a la comunidad científica en un acto solemne celebrado en Santiago de los Caballeros. La actividad llevada a cabo en el salón de actos de la facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Pontificia, se inició con las palabras de bienvenida del Lic. Milcíades Mejía, presidente de la ACRD, a quien acompañamos como parte de la directiva.

En la oportunidad fueron puestas en circulación en Santiago, dos obras publicadas por la ACRD, ambas de la autoría de la Dra. Irene Pérez Guerra: “Biografías. Académicos Fundadores ACRD (Fallecidos y Activos); y “Biografías dos, Académicos Presidentes y Miembros Laudatio Académica de la ACRD”. En la oportunidad se realizó un homenaje auspiciado por ambas intuiciones al distinguido profesor Ing. Dinápoles Soto Bello. Su semblanza bibliográfica fue leída por Monseñor Agripino Núñez Collado, presidente de la Junta de Regentes de la universidad santiaguera.

La primera obra fue presentada por su autora, la Dra. Irene Pérez, escritora de ambos libros, talentosa lingüista y etnóloga, miembro directiva de la Academia. El libro sobre las biografías de los Laudatios, máximo honor que otorga la Academia, fue presentado por el prominente médico, nuestro muy querido Profesor Dr. Bernardo Defilló, destacando las aportaciones de esos hombres y mujeres que alcanzaron este máximo galardón por sus contribuciones a los distintos campos del saber humano y todos con una vida digna y prestigiosa.

Al hablar la Lic. Irene Pérez Guerra, con su apacible voz señaló que en la elaboración de sus libros no había encontrado una biografía más organizada y detallada que la de mi padre. Al ella estar platicando, cerré los ojos y no les niego a mis amables lectores que lo volví a “ver”, volví a “oír” sus sabias enseñanzas. Abriendo el libro de los Laudatios Académicos, torné a releer la apreciación que sobre el biografiado plasmó la muy inteligente autora, su opinión sobre mi progenitor, “don José A. Silié Gatón: Hombre de buena voluntad, de fina y penetrante inteligencia, agudo y acucioso, trabajador incansable que siempre encuentra entre tarea y tarea, el tiempo extra para realizar nuevas faenas de bien. Abogado, profesor universitario… conferenciante, experto en asuntos electores y propulsor de toda obra de bien”.

Recuerdo que al yo pasar de curso en el tercero de la primaria por buena aplicación y conducta me gané el libro Hamlet (edición infantil), una tragedia del dramaturgo inglés William Shakespeare. A veces me pasa como al príncipe Hamlet, me ronda la sombra de mi viejo y hoy por celebrarse el Día de los Padres tengo uno de esos –hálitos nostálgicos-. Recuerdo a ese hombre sabio, que nunca quiso más de lo que sus brazos podían alcanzar, a ese hombre de una estricta conducta terrenal plena de dignidad moral y de ética, al padre amoroso, el hombre muy valiente pero tierno de una permanente y bella sonrisa, un aristócrata del pensamiento pero con un inmenso compromiso social, se empeñó siempre en educar y adecentar nuestra sociedad. Alegremente, no tengo hoy que decir con remordimientos “es demasiado tarde”. Todo lo opuesto, mis relaciones con él nunca fueron como las de muchos jóvenes de hoy con sus padres donde: la mudez, lo lacónico, la manquedad, la amputación de palabras, las mutilaciones emocionales son las acciones que priman. Felizmente, he aplicado el “manual de la buena paternidad” aprendido de él con mis hijos: Carol, Omar y Meli, de los que me siento inmensamente orgulloso y por ello nuestras relaciones son esplendorosas y trascendentes, celebrando hoy el día de nosotros en la máxima felicidad. Al morir mi padre y ver de frente la intrincada parca, con su invencible e inexorable mansedumbre y bajarle los párpados por última vez, solo le dije “te quiero mucho viejo”, no tuve que decirle perdóname, no tenía nada de qué arrepentirme frente a él. Gracias muy sentidas a doña Irene, pues de alguien aprendí que: “el agradecimiento es la memoria del corazón”. Sus hijos en su día, agradecemos a don José Silié Gatón su sobrio legado moral. Mi padre y yo éramos entrañables, pero más que eso, fuimos ¡amigos fraternos!

 

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