La agresión a la democracia (y II)

La agresión a la democracia  (y II)

Pese a que el 24 de septiembre era un día no laborable, la actividad era frenética en el Palacio Nacional, ante la inminencia de acontecimientos que se habían previsto desde hacía meses. Ya se estaba al punto de la culminación, cuando en horas de la noche se fueron tomando decisiones para ver si se frenaba el colapso de la constitucionalidad, que ya los militares estaban decididos a sacar del medio al supuesto régimen comunista del profesor Bosch.

El profesor Bosch redactó a mano su renuncia a la Presidencia y se la mostró a su viceministro de confianza, Fabio Herrera Cabral, que le argumentó que tal acción no debía tomarla y si persistía en la misma le señaló la forma correcta de proceder, que era con una convocatoria de ambas Cámaras Legislativas, para lo cual ordenó que se mandara a buscar a Palacio a los presidentes de las Cámaras, del Senado a Juan Casanovas, y de la de Diputados, Rafael Molina Ureña, los cuales llegaron a Palacio minutos antes del golpe. Al presidente Bosch, Herrera le devolvió de nuevo su renuncia para que la guardara o la destruyera, enfatizando que su historia (la de Bosch) no había terminado. El destino final de esta misiva nunca se conoció, pese a las numerosas especulaciones que se tejieron en torno a la misma, hasta de gente que nunca estuvieron en Palacio, diciendo que estaban presentes como testigos de esos hechos.

Cuando el ministro de las Fuerzas Armadas Viñas Román oyó la lectura de la renuncia, se marchó hacia el sector de Palacio donde estaban sus oficinas y el cual estaba colmado de los altos mandos militares que preparaban el golpe con un entusiasmo inaudito de salir del “ovejo”, como despectivamente se le llamaba al presidente Bosch. Transcurrido poco tiempo, la comitiva militar, con algunos políticos golpistas, se dirigieron en trulla hacia el ala presidencial en donde se le informó al presidente que estaba detenido y lo arrinconaron en su despacho y le llevaron una cama colombina por pocas horas hasta que los militares recapacitaron, y en comitiva con los demás ministros detenidos, se lo llevaron a la tercera planta del Palacio, donde habían varias habitaciones que se habían preparado para la juramentación presidencial de Bosch en febrero y se alojaron distinguidos invitados internacionales.

El pueblo reaccionó con una pasividad sorprendente al golpe de Estado, ya que se esperaba una avalancha de protestas violentas, pero las mismas no se produjeron, con excepción de algunas manifestaciones públicas reclamando el retorno a la constitucionalidad, pero el régimen de facto se consolidaba y daba rienda suelta al proceso de corrupción más descarado con aquellas cantinas militares en donde todo se compraba o se vendía, dejando un amargo sabor en aquellos sectores conservadores que creían haber actuado de buena fe al propiciar el derrocamiento del profesor Bosch por sus inclinaciones comunistas.

Se creyó que se vivía un período de paz obligada, pero las fuerzas de la inconformidad estaban latentes y trabajando con ahínco para organizar un retorno a la constitucionalidad, mediante la remoción del gobierno ilegal del Triunvirato y reposición sin elecciones del profesor Bosch, cuyos simpatizantes se habían despojado de los miedos de septiembre de 1963 y estaban decididos a trabajar con afán para propiciar un estallido cívico a los 19 meses del golpe de Estado.

La lección del golpe de Estado le sirvió a los políticos y militares aprender a respetar la voluntad de un pueblo y evitar estallidos inconvenientes a la vida en armonía de las colectividades. Todas las alteraciones al orden constitucional de los pueblos dejan su secuela de odios y revanchismo, pero cuando se superan esas crisis cívicas, los países se reencauzan y aparentemente abandonan esa tradición para que los golpes de Estado dejen de ser una vía de hecho en sociedades, que por siglos estuvieron entusiasmadas en su hacer con las alteraciones frecuentes de la constitucionalidad.

La secuela de ese golpe de Estado se vivió intensamente al ocurrir el estallido cívico de abril de 1965, cuando el pueblo arrinconado en la capital le dio una lección al mundo de valentía al enfrentar en condiciones adversas al imperio norteamericano que se consolidaba en el mundo, e imponía sus reglas de juego, en cuanto a impedir que fuerzas progresistas y populares alcanzaran un poder notable en sus países tercermundistas.

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