La agresión del calendario

La agresión del calendario

Cuando tenía unos dieciséis años de edad era de contextura física esquelética, y mas de un muchacho con menor escasez de libras en su anatomía me propinó una golpiza peleando a puñetazos.

Cansado de sufrir estas derrotas apelé a hacer ejercicios con rústicas pesas, consistentes en dos latas rellenas de cemento colocadas en los extremos de una barra de hierro.

Pese a que en mi familia el dinero no abundaba, y la comida era escasa, aumentó el tamaño de algunas partes de mi cuerpo, especialmente el pecho y los brazos.

Cuando mi padre instaló una lavandería nuestra situación varió, y un juego de pesas comprado en tienda deportiva, unido a un mayor  consumo de nutrientes, me convirtió en un joven de apariencia deportiva.

Esto fue un factor importante en la conquista de una hermosa joven con fama de fantochita, la cual gozaba tentando mis brazos, los que calificó de “remos de hombre verdadero”. Su admiración fue un aliciente para añadir libras a mi rutina con los hierros, lo que se tradujo en mayor amplitud de mi ya robusta anatomía.

El romance finalizó porque la atractiva moza viajó hacia los Estados Unidos, y no regresó al país sino treinta años después.

En ese lapso la erosión inevitable del calendario me obligó a ir haciendo cada vez más liviana la carga de las pesas, mientras me convertía en cultor de las caminatas y el trote.

El resultado era predecible, y consistió en una reducción considerable de mi musculatura, que me transformó en un pasado meridiano delgado y ágil. Una noche, saliendo de una sala de cine, vi a la noviecita de antaño convertida en una todavía atractiva mujer, y me acerqué a ella sin poder evitar un leve escozor nervioso.

– Veo que los años han actuado sobre ti como lo hacen con algunas bebidas alcohólicas, o sea, convirtiéndote en algo mejor- le dije.

Después de abrir la boca en gesto de asombro, retrocedió unos pasos para tener una mas precisa visión de mi apariencia.

-¡Qué flaco estás, hombre de Dios! Nadie adivinaría que fuiste un mini Hércules en tus días juveniles-dijo, con cara de pena.

-Sin embargo, mi examen médico anual arroja siempre que estoy en perfecto estado de salud-contesté, reprimiendo mi disgusto.

-Todavía hoy preferiría un fortachón enfermizo, a un petiseco saludable- dijo, mientras me alejaba sin despedirme, y sin volver la cara.

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