La agropecuaria

La agropecuaria

JOSÉ LOIS MALKUN
Laboré en el sector agropecuario por más de 15 años. Cuando asumí por primera vez el cargo de subsecretario de Producción en el año 1977, Amílcar Romero y Eligio Jáquez, dos queridos amigos, ya eran técnicos reconocidos que ocupaban cargos importantes a nivel regional. Después estuve más de 10 años como experto del BID en el tema agropecuario en tres países de Centroamérica.

Mi primer post grado en la Universidad de Chile (CIENES) se enfocó en el análisis estadístico y los modelos macroeconómicos. Posteriormente, realice otra maestría en University of Florida (Gainesville), Estados Unidos, donde la especialidad fue el análisis económico de los recursos naturales y con un minor en el tema del financiamiento.

Recientemente escribí un artículo sobre este sector. Fue el 16 de junio pasado. Decía que la agropecuaria iba de mal en peor. Es fácil demostrarlo. Porque ha ido de mal en peor desde hace más de 40 años. Conozco cada detalle, cada punto débil, cada fortaleza, cada desacierto, cada falsedad, cada demagogia que ocurre en el sector agropecuario. Tengo datos suficientes, información y diagnósticos del sector no publicados, viajo a los campos, tengo una finca de plátanos de 250 tareas y soy un experto en el tema aquí y en cualquier país del mundo. Y les pido perdón a los lectores por esta inmodestia pero entenderán porque lo hago.

Resulta que un tal señor Manuel A. Fermín a quien no conozco, escribe un artículo en Hoy en fecha 22 de agosto, lleno de diatribas y ofensas personales porque se molestó con mi afirmación de que la agropecuaria va de mal en peor. Y como hacen todos los que no tienen criterio para opinar o son utilizados por otros para ofender a sabiendas de su ignorancia e incompetencia, comparan las grandezas de esta gestión con los desastres de la pasada. Y lo hacen sin el menor escrúpulo. Usando cifras inexistentes, tergiversando los hechos y politizando todos sus planteamientos. Típico de la mediocricidad.

Durante la gestión anterior, no fueron una ni dos las veces que le hable al amigo Eligio sobre las transformaciones que requería el sector. Lo mismo hice recientemente en mi artículo, analizando la gestión del amigo Amílcar. Ambos son de la vieja escuela fomentalista.

La realidad es que después de 30 años, se sigue hablando de cerrar a INESPRE, el IAD, la ODC, y otras decenas de oficinas y departamentos a nivel nacional y local, que solo en República Dominicana siguen existiendo. Es inaudito que una Secretaría de Agricultura mantenga más de 14 mil empleados en su nómina, que si se suma al de las otras instituciones y oficinas vinculadas al sector, sobrepasan los 25 mil.

La actividad productiva agropecuaria está en crisis.

Su competitividad es prácticamente nula, excepto por algunos nichos que se han desarrollado hacia el mercado externo que no representa todavía nada significativo en términos de ingresos en divisas. Guineo, mangos, aguacate y algunos vegetales, son buenos ejemplos de ello. Pero ningún Gobierno puede vanagloriarse de estos avances porque su desarrollo ha durado muchos más años de 4 años. La instalación de los invernadotes, abre nuevas posibilidades para rubros no perecederos, que pueden insertarse en esos nichos de competitividad.

La avicultura y porcicultura son actividades tecnológicamente avanzadas pero que aportan poco al producto agropecuario. Aquí se ensamblan los pollos y los cerdos porque después de 40 años no hemos podido producir internamente los alimentos que estas especies necesitan.

La ganadería de leche es un desastre y la de carne sigue padeciendo los males de la incompetencia y baja calidad. El arroz nacional se vende a un precio 30% mayor al importado y nos vanagloriamos de las cosechas récord. El subsidio a este cultivo es una sangría innecesaria para el país ya que nos ahorraríamos millones de dólares si se deja la mitad de las tierras arroceras de baja calidad en descanso y se concentra la producción en la otra mitad, que debe ser donde la productividad alcance su nivel de rentabilidad y competitividad. Esas tierras en descanso podrían ser utilizadas en otros cultivos rentables.

Pero mientras ese subsidio indiscriminado e injusto siga latente seguiremos produciendo el arroz más caro del mudo en beneficio de unos pocos molineros. Porque el productor arrocero sigue tan pobre y jodido como siempre.

En fin, podríamos seguir ampliando el rosario de derroches en los gastos administrativos, de inconsistencias en las políticas y de los absurdos institucionales que caracterizan al sector agropecuario años tras años. Para colmo, ahora las cifras que le suministra la SEA al Banco Central, se fabrican en los escritorios de los burócratas.

Y como corolario, lo que fue un generador de empleo rural en el pasado hoy es un generador de empleo ilegal de haitianos. Los haitianos, preparan la tierra. Los haitianos, abonan. Los haitianos cosechan. Los haitianos cargan y descargan. Los haitianos cuidan las fincas. Los haitianos manejan el ganado. Los haitianos lo hacen todo.

Pero para entender esto al margen de la política, al margen de los gobiernos de turno y al margen del culto a la personalidad, que heredamos del trujillismo, se necesita objetividad. Se necesita profesionalismo. Se necesita autoridad moral. Se necesita no ser utilizado como ave de rapiña.

Como he dicho en otras ocasiones. La mediocricidad es el peor mal de nuestro país. Y como dijo una vez el doctor Balaguer, todavía el mejor secretario de Agricultura, sigue siendo la lluvia.

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