¿La alfabetización forma parte de la calidad del sistema educativo?

¿La alfabetización forma parte de la calidad del sistema educativo?

Conjurar el analfabetismo no tributa a la calidad del sistema educativo, y ni siquiera tiene nada que ver con las estrategias de superación de los males que acarrea la educación dominicana. El analfabetismo es un resultado de la política de exclusión social, un lastre, una deuda acumulada de los casi doscientos años de la vida republicana, caracterizados por la predominancia absoluta del autoritarismo y la inequidad.  El analfabetismo es un despojo, una negación de derechos, un exilio espiritual que condena no a quien lo padece, sino al sistema que lo propicia. La acción destinada a conjurar el analfabetismo es una acción de política social, una decisión reparadora de esa injusticia que cíclicamente se convierte en preocupación de los gobiernos, y que la realidad socio-económica hace regresar, como la maldita piedra de Sísifo que infinitamente vuelve a rodar hacia abajo desde la cima de la montaña.

Esto es bueno aclararlo, porque si el analfabetismo es un resultado concreto  de la larga hegemonía de la exclusión social,  la educación es un sistema; y el combate para superar la condición de iletrados es coyuntural, mientras que el problema educativo es sistémico y estructural. Quiero escribirlo con todas sus letras frente a un país totalmente concreto, tan simple en su mismidad que desconcierta y pone a los pies de la fatalidad todo destino probable. Y porque ya es mucha la confusión que se ha generado al no distinguir entre una campaña de alfabetización concebida por un gobierno, y las necesarias políticas de transformación de  las deplorables condiciones del sistema educativo dominicano.  El propio presidente Danilo Medina habló emocionado del programa de alfabetización, y dejó fluir la siguiente idea: “Con el programa de alfabetización se inicia una revolución en la educación dominicana”. Y el Ministro actual, Carlos Amarante Baret, hablando en la  televisión comentó: “(…)un programa para combatir el analfabetismo que fortalece considerablemente la educación dominicana”. Y en ninguno de los dos casos es así. Eliminar el analfabetismo no equivale a una revolución en el área educativa, ni siquiera es una conquista permanente porque, como demuestran numerosos estudios, si las condiciones socio-económicas permanecen iguales no sólo se vuelve a reproducir, sino que los mismos alfabetizados retornan a la condición de iletrados funcionales.

¿Es saludable estimular esta confusión por la mera instrumentalización política? ¿No es impostergable la tarea de mejorar el sistema educativo dominicano, en un siglo veintiuno  al que se denomina “sociedad del conocimiento”? ¿Qué puede aspirar un pobre país como el nuestro, con escasas materias primas, periferia inexorable de la globalización; que no sea preparar a sus ciudadanos adecuadamente para competir en la economía del conocimiento que caracteriza a este siglo veintiuno? ¿No es conveniente hablar con humildad de un programa que tiene sus virtudes, pero que no es una “revolución educativa”, ni nada que se le parezca? ¿ Por qué el aspaviento demagógico quiere hacer creer que hay un nexo entre programa de alfabetización y sistema educativo?

Quienes han leído todo el pensamiento dominicano del siglo XIX saben que una de las angustias desplegadas con un dolor inconmensurable por los intelectuales dominicanos decimonónicos,  es la precaria formalización de la educación, y la secuela del analfabetismo.  Uno piensa a veces que no hemos salido todavía del siglo XIX. Pero hay que armarse de una purga emotiva para no volver a decepcionarse de los movimientos que hoy rodean la acción educativa. Ni el 4%, ni la alfabetización, son una revolución en la educación dominicana. En los sistemas educativos no germinan los decretos heroicos, no hay héroes solitarios, ni pululan los vengadores altivos. Nadie hace una revolución verdadera en la educación empinándose sobre consignas y proclamas.  Todo cuanto acontece en un sistema educativo es procesual.  La exigencia de mejorar los estándares educativos de este país no dimana de la voluntad altruista de los políticos, brota de la demanda social, de la lucha de todos; y más bien insurgea pesar de ellos. El mejor ejemplo es el propio 4%, arrebatado a la cicatería de los “líderes”,  que no priorizaban la inversión en educación para elevar el nivel de vida del dominicano.

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