La amenazada nacionalidad dominicana

La amenazada nacionalidad dominicana

POR  M. DARÍO CONTRERAS
Fuertes corrientes, tanto mundiales como locales, empujan a la nacionalidad dominicana hacia un posible limbo o estado de irrelevancia. Si en una ocasión las palabras del insigne historiador Américo Lugo de que no somos una nación necesitase una confirmación, puede ser que nos encontremos más cerca de lo que creemos para que se compruebe esta afirmación. De hecho, hay quienes hoy afirman, entre ellos reconocidos y respetados académicos y agudos observadores del panorama internacional, de que el estado-nación como tal dejó de existir en la década de los noventa. La identidad nacional se encuentra asediada por la globalización, el vertiginoso desarrollo de las comunicaciones y el creciente flujo migratorio entre los países. Ya el fenómeno de la globalización desborda la capacidad de gestión de los estados-nación, siendo suplantado por una red global interconectada que no reconoce fronteras ni soberanías, motorizado por los mercados financieros capitalistas en busca de mayor rentabilidad.

Adicionemos a este potente cóctel mundial recién descrito, la internacionalización de la criminalidad por redes organizadas y poderosas. Agreguemos, en el plano local, un Estado con instituciones públicas débiles, con escaso control de sus fronteras y una gran cantidad de ilegales cuyo número simplemente no conocemos. La actividad política, como muchas otras actividades, cada día requiere mayores sumas de dinero para poder ejercerla, lo que se ha dado en llamar una «política mediática», en la que se trata de mercadear imágenes maquilladas, disminuyendo así la discusión de verdaderas alternativas políticas, poniendo el énfasis en la destrucción de la credibilidad del adversario. ¿Y qué de la corrupción y de las promesas incumplidas de los políticos, con el consiguiente desprestigio de la clase política y de la legitimidad del Estado?

En la llamada Sociedad de la Información, una ciudadanía educada y bien formada es indispensable para poder competir por los mercados internacionales. ¿Estamos haciendo todo lo que podemos para preparar a nuestra juventud, mental y físicamente, para confrontar un ambiente competitivo global que no permite tregua ni error? Los factores productivos tradicionales, como la dotación natural de un país o la cantidad de personas, han ido perdiendo su importancia a favor de la capacidad de las naciones para innovar y utilizar el conocimiento inteligentemente. Hoy cuenta mucho más incrementar la productividad de los recursos que empleamos en nichos del mercado en que podamos tener ventajas competitivas. Más que el Estado, los que compiten son las empresas. A tal fin, los gobiernos como el que tenemos deben reformar su administración pública para que la misma se convierta en agente catalizador y propulsor de la investigación y de la innovación, al mismo tiempo que la actividad económica se regula por medio de instituciones profesionales distanciadas del quehacer político partidario. De la misma manera, como antídoto a la desnacionalización – y lo que algunos llamarían como «haitianización» – debemos impulsar nuestra identidad cultural, comenzando por estudiar y conocer a profundidad nuestra historia para así desarrollar y poder apreciar mejor nuestros valores y símbolos patrios. Las universidades, colegios y escuelas públicas – estas últimas son esenciales para formar la capacidad de convivir en un mundo de identidades plurales – deben articular y sincronizar sus planes de estudios al nuevo modelo de desarrollo «informacional», de manera que con la adquisición de conocimientos especializados y de nuevas herramientas tecnológicas se forme también a un ciudadano solidario y orgulloso de su país.

Toda época de cambio y transición trae aparejado desafíos y oportunidades. La apertura de los mercados y la globalización para ser bien aprovechados requerirán de mucho ingenio y confianza en nosotros mismos. Sin duda que poseemos el ingenio y la tenacidad como pueblo. La confianza en nosotros mismos deberá ser reforzada por el ejemplo de nuestros propios líderes políticos, líderes empresariales y forjadores de opinión pública.

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