La AMET, tras el problema que no es

La AMET, tras el problema que no es

Cualquiera que converse con el Director de AMET, general Brown Pérez, tendrá la impresión de que se trata de un oficial inteligente y bien intencionado. Pero hay un telón de fondo que afecta a toda la institución policial y a otros cuerpos del orden y de la seguridad de la nación. En el pasado, la PN, en particular, y las FFAA en general, tenían un sentido de identidad de cuerpo, diferenciados, a menudo de mala manera, de los civiles. Se les entrenó con la idea de que ellos estaban para someter a los civiles al orden y obediencia a los poderes públicos, y para también defender la patria de amenazas extranjeras. Se les hizo entender que ellos eran parte del un proyecto nacional, liderado por Rafael Trujillo.

Más tarde, durante la Guerra Fría y los 12 años de Balaguer, estos cuerpos mantuvieron su unidad ideacional frente a la amenaza interna de planes y actividades subversivos, aunque ya entonces, el cuestionamiento de los partidos y grupos opositores, y la disidencia de miembros importantes de esos cuerpos, por una parte, y la corrupción de los gobiernos, por otra, habían mermado la unidad y la disciplina de la PN y las FFAA.

En su primer momento la AMET fue diferente, pero poco a poco ha estado deviniendo en más de lo mismo. Actualmente, la entidad carece de estrategia para mejorar su labor, y de capacidad operativa para manejar el desorden vehicular. Pero sobre todo, se mueve dentro de un esquema institucional de dudosa vocación de orden público.

Los agentes de AMET, además, no parecen tener propósitos claros en cuanto saber a qué salen a la calle, o antojadiza o selectivamente deciden a qué dedicar su tiempo, frecuentemente, a charlar con venduteros y con taxistas que ocupan áreas de circulación ilegalmente.

Sabemos que el desorden no se debe a la AMET, pues los dueños de las vías públicas, choferes de variados tipos y layas, y especialmente la falta de una ley que funcione a la altura de las circunstancias, dejan al cuerpo policial, en una situación de poca efectividad. No hay duda de que en varios sentidos, los agentes y la institución hacen una labor importante.

Pero por falta de enfoque, es frecuente ver muchos agentes inventando a su conveniencia un papel inocuo y aleatorio, pareciendo a menudo entes anodinos, que viendo el desorden ante sus narices, se comportan como actores de una comedia carente de autor. Por lo cual, impotentes, objetos a menudo de burla y falta de respeto, suelen violentarse e incurrir, a su vez, en actos impropios y vejatorios contra “el transgresor que no es”. Eso suele indignar a conductores y transeúntes que no entienden la misión ni el diario accionar de los agentes y, por tanto, tampoco pueden apoyarlos. Los que son detenidos o amonestados por los agentes, suelen sentirse discriminados frente a otros infractores reiterativos y perniciosos.

Como hubiera observado el padre Avelino: persiguen al infractor equivocado. La gente agradecería, al menos, poder comprender mejor los propósitos de los AMET.

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