Deberían extenderse, muy a regañadientes, títulos de propiedad sobre los espacios públicos a todos esos conductores irrespetuosos que viajan sobre dos ruedas llevando desasosiego a la sociedad con violaciones de tránsito. Niegan paz y multiplican la inseguridad vial y no hay autoridad que lo evite, aparentemente. Son dueños también de los ambientes que han dejado de ser un bien común de los dominicanos, aquellos individuos que en la plena libertad que permiten las omisiones de insensibles representantes de la ley, exceden desastrosamente los volúmenes de aparatos que emiten estruendos llamados música a todos los niveles sociales, en desconsideración a moradores circundantes ya sin derechos a la tranquilidad y al sueño, aún estando en pleno desacuerdo con horripilantes preferencias sónicas. El exceso de daños al prójimo que llena de peligros las calles y de agresión a la convivencia urbana no deben ser subestimados por el Poder. La paciencia se agota cuando ciertas impunidades niegan que en materia de tránsito la nación haya recibido algún cambio significativo.

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Enjambres calamitosos de vehículos de dos ruedas siguen llenando a vertiginosas velocidades y sin detenerse ante luces rojas los espacios entre filas de las demás máquinas de la movilidad utilizadas también para negar civilización a la ciudad con un epidemial irrespeto a restricciones de estacionamiento llevando vías a tortuosas estrecheces propias de las que deberían llamarse junglas de asfalto.