La anatomía de la pena

La anatomía de la pena

JOSÉ A. SILIÉ RUIZ
Siempre se ha dicho que la pena es causa de numerosas alteraciones en el organismo, entre las que se encuentran los cánceres, las depresiones, los accidentes cerebrovasculares los popularmente conocidos «derrames cerebrales», enfatizando que en su génesis guardan relación con estos sentimientos de gran angustia que causan las penas. Tan negativos son que señala el psiquiatra José Gómez: «Existen culpas que no dejan dormir el cerebro, que no dejan descansar el alma, donde la fuerza y la intensidad de su tensión son tan altas que dañan las arterias». Nada más cierto, lo emocional afecta toda la intimidad del cerebro, considerado como el centro coordinador de todos los sistemas pertenecientes al organismo humano.

Pero pecaríamos de osados en tratar de resumir en un artículo los elementos que implican la conciencia, la anatomía y la personalidad humana, pero hecho el compromiso manos a la obra. El tejido nervioso tiene la más alta demanda energética, a pesar de que el cerebro humano constituye un 2% de la masa corporal para unos y para otros un 3%. En condiciones de reposo, el metabolismo cerebral es unas 7.5 veces el metabolismo medio del cuerpo. Esta actividad de altos gastos energéticos neuronales guarda una estrecha relación con la función de la conciencia.

Esa «conciencia» engloba una amplia variedad de situaciones con un denominante común: el ser vivida e informada por uno mismo. Los investigadores distinguen en la conciencia, una de fondo y la conciencia actual. En la profundidad de nuestros cerebros tenemos las estructuras antiguas, la parte animal, común con las especies más bajas en la escala biológica. El hipocampo, el tálamo y el tronco del encéfalo con la sustancia reticular que nos mantiene despiertos. El cerebro se comunica dentro de si mediante vías muy específicas, como verdaderas autopistas modernas que conectan las profundidades del cerebro con la parte cortical, esa corteza cerebral (sustancia gris) que si la pudiéramos extender tuviera el tamaño de una mesa de dominó nos hace superiores, es donde descansa la parte consciente de la conducta humana.

La conjunción de tálamo e hipocampo se acepta que es la puerta que da acceso a la conciencia. A través de los núcleos de enlace talamicos, los estímulos sensoriales llegan a zonas estrictamente delimitadas de las áreas sensoriales de la corteza, siendo el núcleo reticularis, el de mayor importancia en esta conexión, de nuestro cerebro antiguo y la corteza cerebral, esos 100,000 millones de neuronas que forman esa masa no mayor que un coliflor nos hace partícipes de la integración, lo que hoy se conoce como «corriente de la conciencia».

No ha sido tarea fácil la búsqueda de la conciencia, pero desde hace unos años y con el uso de la Tomografía de Emisión con Positrón y la Resonancia Magnética Funcional hoy sabemos que reside con principalía en la región más anterior del lóbulo frontal, siendo la base de la llamada memoria operativa en estrecha relación con los núcleos mencionados y cuando es necesario tomar una decisión más compleja participa por igual la porción orbitaria de ese lóbulo frontal.

Pero si vemos algunos de los factores demostrados que predisponen al infarto cerebral tales como: «Presión arterial alta, la edad, la herencia, la falta de ejercicio, el fumar, la diabetes, los problemas cardíacos, alcoholismo, la estenosis de carótidas, la activación de la renina agio tensinas, grasa en sangre, tienen todas una relación estrecha con este eje hipotalámico que hemos mencionado. Si pudiéramos hace un estudio íntimo celular, yo me atrevería a asegurar que todas estas causas demostradas de daño al cerebro, tienen relación unas más otras menos, con los estados de ansiedad, de angustia y desesperación emocional.

La práctica clínica está lejos de ser teórica o conceptual, es una realidad de todos los días. Si consideramos que hasta el 30% de los pacientes de la consulta general presentan síntomas psicológicos, convendremos en que es muy importante la carga emocional y la relación estrecha de estos estados de ansiodepresión con la organicidad de los vasos, el corazón y cerebro. La culpa productora de pena y de angustias es uno de los elementos más ansiogénicos, no puede escapar a esta consideración, pues si bien todavía el estrés como factor de riesgo principal se discute, no sin razón en la angustiante modernidad se convierten los derrames en una de las causas principales de muerte en los países desarrollados comportándose casi igual y en ocasiones sobrepasan al cáncer y las cardiopatías.

Está demostrado que los procesos de gran ansiedad y la pena están a la vanguardia en su producción, conducen a la depresión y que esta última produce daño tisular. Sí, así como se lee, la depresión daña las neuronas en las áreas que tienen que ver con el comportamiento, la conducta y la memoria, si esto es en el cerebro nos imaginamos que por igual será en los órganos diana de la ansiedad, riñones, páncreas, corazón y vasos sanguíneos.

Así que mientras menos pena usted acumule, esos transmisores ansiogénicos como las catecolamina, adrenalina, etc., dañarán menos los vasos del corazón y el cerebro, en fin de toda la economía, esa pena consciente o inconsciente, aflora y nos hace reos de deterioro emocional, depresiones, angustias y hasta de muerte, pues degenera nuestros vasos y el cerebro mismo, pues envejece la piel, el alma y la conciencia.

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