La anatomía del dirigente

La anatomía del dirigente

El mundo es de los hábiles, de los atrevidos y de los que arriesgan la palabra, el rostro y la moral, y de eso, de sobra lo sabe el dirigente. La propia socialización desigual en la que ha vivido le impone desconocer los límites; aprender el malabarismo del columpio social y de la cuerda floja que, en su discurso significa: jugársela, apostar a las circunstancia, vivir con el cuchillo en la boca, hacer lo necesario y, sobre todo, guardar las apariencias.

El dirigente es mitad oportunismo, mitad trepador, y comerciante de cuerpo entero, del activismo político, gremial o social. Es alguien que agoniza en la búsqueda del estatus, del ascenso y de legitimización, para explicarse a sí mismo su fama y su éxito. Literalmente, entre sus hábitos no se encuentran: la vocación de servir, el sacrificio social, asumir nuevos paradigmas, ni cambiarle el rumbo a la historia. Esos sacrificios lo asume el líder o el estadista.

Sin embargo, no todos los seres humanos dan para ser dirigentes. El dirigentes es útil, servil, aprende con el tiempo a ser un fanático de su líder, o por lo menos alguien de bajo perfil para no despertar celos, ni envidia y, mucho menos, deglutir posiciones ideológicas, ni ideales que se distancien de uno de sus propósitos: ser un recolector o repartidor de favores o de cosas materiales que le lleve a tener seguidores para calmar la vanidad de que le llamen “líder”.

El perfil lo va adoptando entre unos tintes con rasgos diferentes de personalidad, que van desde ser histriónico a pasivo-agresivo, otras veces antisocial; egocentrista de existencia, empático y seductor para alcanzar propósitos y ofertar esperanza, en fin un actor desde la piel hasta los huesos. A nadie más que el dirigente se le ocurre formar grupos o articular movimientos para ponerse en la acera del frente y abaratar el accionar social. Nadie más que él sabe cómo convivir entre la contradicciones de hacer una cosa, vivir de otra, practicar todo lo contrario, y atreverse  a convencer al espejo, de que él sigue siendo el mismo de siempre.

El colmo del dirigente es que le ha dañado la historia a algunos líderes y estadistas que debieron ser y terminar diferente. Claro, siempre que el líder y el estadista sean permisivos y de flojo carácter, para no decir líderes desacoñados, como lo dicen en buen dominicano.

El dirigente no cree en la historia, no asume sistema de referencia, ni tiene la luz larga para pensar en los cambios dinámicos de las fuerzas sociales. Así pensaba el dirigente Buenaventura Báez y Thomas Bobadilla. Ambos terminaron como dos modelos de referencias negativas y dos dirigentes nunca dignos de imitar. 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas