Es una costumbre establecida, en los medios escritos, de reseñar las noticias cuando interviene una persona de más de 60 años, como si se tratara de un anciano. Así leemos los titulares de que atrapan a un anciano de 70 años en una fábrica de armas caseras, o que una anciana de 60 años fue atropellada por un vehículo.
Se trata que los redactores de tales noticias tan discriminatorias de la edad humana, son jóvenes periodistas del siglo XXI, que no superan los 35 años de edad; para ellos una persona en una edad tan avanzada lo consideran casi como un estorbo o una nulidad para aportar algo que ellos solo conocen y pueden hacer en sus intentos juveniles de arrollar con lo que ya consideran obsoleto y pasado de moda y de utilidad.
La historia de la humanidad está dominada por los que los ancianos han aportado a sus conglomerados humanos tanto en sabiduría como en consejos y acciones, que son las que han salvado en diversas ocasiones a las naciones de caer en las manos impacientes y rebeldes de los jóvenes, que en sus ímpetus, provocan distorsiones del desarrollo de las naciones.
En esos de las edades, los orientales son mucho más considerados que los occidentales, y aún más que los de sangre latina, que marginan a sus ancianos y ya los jóvenes quisieran verlos en esos depósitos de seres humanos abandonados que son los hogares de ancianos que, en muchos casos, ni los parientes vuelven a visitarlos jamás en su soledad y olvido.
La vida después de los 60 años contribuiría a un desarrollo más estable, si se le hiciera caso a las producciones científicas, orientaciones, consejos, creaciones literarias y humanitarias, que están muy por encima de los aportes en etapas tempranas de la edad.
Son muchos los ejemplos mundiales de grandes hombres y mujeres, que después de los 60 años, es que desarrollaron su vida útil con aportes valiosos a sus naciones, con lo que el pensamiento, ciencias y literatura mundial se han enriquecido de los mismos.
Y como dice José Saramago en su obra La Caverna que la vejez, la auténtica, la insofismable, aquella de la que no podrá haber retorno, ni siquiera fingimiento, solo comienza a partir de los ochenta años, de hecho y sin disculpas, a merecer el nombre que damos al tiempo de la despedida.
Es lógico que a los 70 años la parte física se resiente, surgiendo los problemas artríticos, de hipertensión, de la próstata con la necesidad de ir al baño con más frecuencia en las noches y las incomodidades que resultan después de haber estado sentados por mucho tiempo, que todas las coyunturas se entumecen y se requiere de tiempo para volver a la flexibilidad habitual.
Pero a los 70 años, como es mi caso en el día de hoy, creo que los medios no deben ser tan severos y discriminatorios, cuando todavía hay un apogeo del deseo de vivir y contribuir a su comunidad por las más diversas vías.
A los noveles informadores que respeten la gravitación de los hemos llegado a las siete décadas siendo útiles a los demás.