La anécdota de Ninguno

La anécdota de Ninguno

En la escuela secundaria, mis coetáneos y yo, por supuesto, poníamos en apuros a nuestras adoradas compañeritas en los recesos reglamentarios: Simplemente les mostrábamos una hoja de papel con dos penes; uno más pequeño que otro, con dos nombres conocidos como José y Juan y les preguntábamos a cuál preferían y todas, sonrojadas y/o avergonzadas, respondían que ninguno y entonces le volteábamos la hoja donde había dibujado un enorme pene con un nombre destacado que decía “Ninguno” y las reacciones eran para morir de la risa.
No fui a votar porque me avergonzaba presentarme al solemne escenario de una mesa electoral, con tanta gente seria afuera, adentro y honorables delegados del organismo electoral y de los partidos, a usar una moderna tecnología para votar por Ninguno, porque, recordando la broma estudiantil, seguramente me acusarían de loco por no aguantar la risa o me sacarían del recinto de votación por caerle a trompadas a la computadorita por si acaso tenía “algo-rítmico”, como las máquinas de refresco o papitas que se les atrabancan los productos y los expulsan a patadas limpias, como si se tratara del evolucionado “pata-leo” escenificado por el expresidente y candidato Leonel que ahora incluye invitaciones a españoles, estadounidenses, miembros de la OEA, ONU y auditorías forenses a software, módems y otras lindezas que fueron usadas en el certamen electoral, pero, paradójicamente “re certificados” por prácticas artesanales.
Fue aleccionador lo que ocurrió con la madre del precandidato Gonzalo, a quien la nueva tecnología la confundió y usó su sentido común, o menos común de los sentidos, y votó por “Ninguno” probablemente por temor a equivocarse votando erróneamente contra su hijo.

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