Ante cualquier situación estresante, es normal sentir ansiedad. La ansiedad es un mecanismo de autodefensa, con el objetivo de emitir una señal para alertar ante un riesgo real o no, con el fin de poner en marcha acciones que ayuden a escapar del peligro percibido.
Comúnmente entendemos que sólo los adultos pueden sufrir de ansiedad, sin embargo los niños y adolescentes pueden tener episodios de ansiedad e incluso desarrollar un trastorno de ansiedad generalizada.
Las situaciones o circunstancias que pueden llevar a un niño a experimentar ansiedad por lo general son:
Estrés por el divorcio y/o separación de los padres, muerte de un familiar o ser querido; pérdida de una mascota, tensiones o mal manejo de las asignaciones escolares, tales como proyectos, exposiciones, exámenes entre otras.
También los pleitos, agresiones físicas o verbales, son generadores frecuentes de ansiedad en cada miembro de la familia, sobre todo en los infantes. Los problemas económicos de los padres, mal manejados así como por cambios drásticos y significativos en la calidad de vida, son otras de las experiencias que suelen precipitar un trastorno de ansiedad o la aparición de algunos rasgos.
Situaciones típicas de la edad, tales como los conflictos con sus compañeros o amigos puede estresar al menor y los efectos pueden devenir en ansiedad cuando este no tenga un buen desarrollo de sus habilidades sociales.
Otras manifestaciones de ansiedad son normales, por lo que su aparición no es patológica. Por ejemplo, que los niños pequeños sientan temor al separarse de sus padres, sobre todo cuando los cuidadores con los que estos los dejarán, sean desconocidos o alguien no muy familiar para el menor, aunque tenga la confianza del progenitor.
Otros miedos frecuentes en algunas edades, son el temor a la oscuridad, a estar solos, incluso a los “fantasmas” o “monstruos”. Aunque estos miedos son más esperados dentro de la normativa, suelen ocurrir con mayor frecuencia e intensidad en los casos de niños cuyos padres utilizan el infundir temor como un recurso para corregirlos, provocando en el infante una ansiedad innecesaria y sin ningún efecto positivo ni correctivo.
Dentro de los miedos usuales también se encuentran el temor excesivo a los insectos, incluso hacia los animales más inofensivos y esto genera ansiedad si dichos temores no son trabajados correctamente en el niño.
También es frecuente que la ansiedad se manifieste en la infancia con rechazo a ir al colegio, por apego excesivo a los padres y/o miedo a la separación y distancia de estos.
Muchos niños pequeños no saben expresar que sienten ansiedad y suelen utilizar frases como estas : “me preocupa no ver a mami”, “me preocupa que se burlen en la escuela”,” me preocupa cuando te vas y me dejas solo”, “ no me gusta estar solo”, “no me gusta ese insecto o animal”. De hecho, algunas teorías bien fundamentadas en el campo de la psicología, plantean que la ansiedad puede desplazarse hacia un objeto, animal o situación que inicialmente no lo genera, pero en el cual el niño encuentra una oportunidad de manifestar su tensión o ansiedad.
En los adolescentes un generador de ansiedad suele ser la alta expectativas sobre sí mismos o la presión de los padres con relación a lo que esperan de sus hijos. Incluso, el infundir en ellos la competitividad de manera excesiva persiguiendo que estos sean los mejores en todo, llegando a exigir por encima de las habilidades del menor.
Cuando los temores producen ansiedad o interfieren con el día a día del niño, alterando las interacción socio-emocional, o cuando hay una evasión severa de la emoción, es recomendable llevar al niño a un terapeuta de la conducta para evaluar y trabajar con un equipo interdisciplinario.
Hay síntomas físicos y psicológicos que podemos observar en nuestros hijos como sentirse inestables, inquietos, irritables, agitados o intranquilos, con sudoración en las manos, o con tendencia a comer frecuentemente o más de lo habitual, así como respiración agitada, pulso acelerado, diarrea o malestar estomacal, nerviosismo, dificultad para concentrarse, pensamientos abrumadores o negativos, tics nerviosos, hiperactividad y hasta problemas para dormir. Las manifestaciones más comunes son quejas somáticas. Estos signos físicos pueden complicar el diagnóstico.
Las causas de la ansiedad pueden ser genéticas y de origen bio-químico, aunque también pueden deberse a conductas aprendidas de un familiar o situaciones de la vida que marcan con estrés.
Las terapias más frecuentes son la cognitivo-conductual, basada en la exposición sistemática realizada por un experto, aunque también existen otros modelos de terapia que son efectivos, además de que en ocasiones se necesita la ayuda de psico-fármacos por un periodo de tiempo.
Es importante que ayude a su hijo a identificar el grado de irrealidad de su miedo y a evaluar la veracidad del fundamento de dicho temor. Además, dependiendo de las características de la personalidad de su hijo, puede serle útil ayudarlo a cambiar los pensamientos negativos por positivos, o bien a reajustar el nivel de confianza y la intensidad con que se concentra en los pensamientos que tiene.
También es importante modelarle cómo manejar la angustia, los miedos o ansiedad, ya que cuando los padres respondemos de la misma manera, los hijos pueden imitar las acciones que ven, o pueden estar recibiendo reforzamientos de sus conductas caracterizadas por la ansiedad.
Es muy importante ayudar a sus hijos a afrontar sus miedos y permitirles hablar de estos, a través de una escucha activa. Es fundamental respetar sus sentimientos. Por último, recuerde que el proceso de terapia para la ansiedad requiere de paciencia. La autora es psicóloga y educadora, directora y fundadora de MLC SCHOOL Twiter: @MLC_Schoolrd @SVirginiaP Instagram: @pardillavirginia