La ansiedad, invasora del mundo

La ansiedad, invasora del mundo

POR ANNA JIMÉNEZ
 “Ansiedad de tenerte en mis brazos, musitando palabras de amor…». La ansiedad de la que hablaba Nat King Cole, en una canción que hizo famosa, es una emoción que todo el mundo ha sentido en alguna ocasión. Los motivos son varios: un amor, un examen, la espera del nacimiento de un hijo, una competición atlética, una pérdida o una separación, etc.

El corazón se acelera y la tensión arterial aumenta, respiramos con más frecuencia, tenemos náuseas, nuestros músculos se tensan y las pupilas se dilatan. Este estado de activación resulta útil para enfrentarnos a determinadas situaciones de nuestra vida diaria y reaccionar ante los peligros.

Sin embargo, algo muy distinto es un trastorno de ansiedad. Cuando estos síntomas se dan de tal forma que paralizan a la persona y permanece en un estado de catástrofe continua, es cuando esa emoción se convierte en enfermedad. El individuo se siente abandonado ante el peligro, el temor puede aparecer en cualquier momento o está presente de forma continua. Podría decirse que es una condena a cadena perpetua, algo con lo que resulta muy complicado vivir o que incapacita a la persona a realizar determinadas actividades cotidianas.

Existen varias formas de angustia patológica, para cada una de ellas hay tratamientos médicos y terapias del comportamiento que ofrecen una solución a estas personas que por sí mismas no pueden salir del problema, que es una enfermedad.

TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA

El personaje que Woody Allen interpreta en sus películas podría ser un buen reflejo de una persona que sufre un trastorno de ansiedad generalizada. Pensar que un leve dolor de estómago es fiel reflejo de un cáncer, que la tercera guerra mundial va a estallar encima de tu cabeza, que tu familia va a morir por un accidente de tráfico o que cualquier terrorista va a poner una bomba en tu oficina, no es algo que le ocurra a todo el mundo sino que son las manifestaciones de un trastorno. En los filmes de Woody Allen todas estas situaciones provocan risas, y es que el genial director consigue que nos divertamos con sus ‘gracias’: despertarse por la noche debido a la angustia que sufre por la humanidad, temblar, sudar o marearse simplemente por imaginar su futuro, su ‘negro’ futuro. Todas estas características no son situaciones cómicas cuando una persona las sufre realmente sino que, muy al contrario, hacen sentir al individuo que vive en un infierno continuo. Pero no se alarme, al conjunto de estos síntomas se le denomina trastorno de ansiedad generalizada y, como muchas otras enfermedades, tiene cura.

El trastorno de ansiedad generalizada se diagnostica cuando algunos de los síntomas mencionados se dan en una persona durante más de seis meses. Es un estado de tensión y nerviosismo mantenido con preocupaciones constantes en torno a situaciones o acontecimientos pronosticados como desfavorables. Los temores se relacionan con el trabajo, la familia, la salud, la economía o cualquier otro aspecto de la vida diaria. Ninguno de estos miedos tienen base en la realidad.

Los síntomas físicos que acompañan a estas preocupaciones son temblores, tensión muscular, dolor de cabeza, irritabilidad, mareos, falta de aire, náuseas, necesidad urgente de orinar, sensación de nudo en la garganta, taquicardia, hiperventilación, dificultad para dormir, fatiga excesiva y dificultad para concentrarse.

Este trastorno se diagnostica cuando se dan tres o más síntomas de los mencionados, aunque en los niños sólo se requiere uno. El individuo puede ver mermada su vida laboral o social. Es labor del profesional de la salud el establecer el diagnóstico, no conviene realizar una autovaloración.

El tratamiento para esta patología conjuga los medicamentos con los procedimientos cognitivo- conductuales. Dentro de los últimos se incluyen la información al paciente sobre la naturaleza de su ansiedad, aprender a relajarse, identificación y neutralización de actividades contraproducentes, prevención de conductas patológicas, técnicas para solucionar problemas, exposición controlada y progresiva a situaciones temidas y desarrollo de habilidades sociales.

Entre los medicamentos habituales se encuentran los ansiolíticos, concretamente las benzodiacepinas, las azapironas también han mostrado eficacia, y los antidepresivos tricíclicos e inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS).

FOBIAS

El maestro del cine de suspense, Alfred Hitchcock, utilizó en algunas de sus películas a personajes que sufrían fobias. Así, en ‘Marnie la Ladrona’, la protagonista (Tippi Hedren) no podía ver el color rojo. Tal era su fobia que cuando aparecía alguna prenda manchada por este color quedaba paralizada, tenía sudoración y mareos, e incluso llegaba a desmayarse. También en ‘Vértigo’ sucedía algo similar, John Scottie Ferguson (James Stewart) tenía acrofobia o pánico a las alturas. En ambos personajes el porqué de su miedo se debía a un trauma.

En la primera fue un crimen presenciado en su infancia, en el segundo fue un accidente relacionado con las alturas. Eran fobias específicas que implican un miedo excesivo a una situación u objetos. Los dos tenían conductas de evitación y mientras no tuvieran que hacer frente a situaciones relacionadas con su fobia, podían llevar una vida normal. A veces esto no es posible debido a la naturaleza del miedo, que puede surgir en determinadas situaciones sociales o simplemente el temor a salir de casa o de sufrir una crisis de ansiedad en un lugar público. Son otro tipo de fobias, la primera es una fobia social y la segunda, agorafobia.

TRASTORNO DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

«No podía imaginar que vivir iba a ser más duro que morir. Me dirigía con mi familia a París en un tren, cuando en mitad de la oscuridad me desperté por un ruido, un golpe, unos gritos. No sé qué es lo primero que oí o sentí, sólo sé que cuando pude ver algo, vi una situación dantesca a mi alrededor. Mis hijas murieron al igual que varias decenas de personas. Los demás fuimos llevados al hospital. Después de un mes ‘ya estábamos curados’ y pudimos regresar a casa. Antes de pedir ayuda, estuve más de tres meses sin poder ir al trabajo en el tren de cercanías como habitualmente lo había hecho hasta entonces, no tenía fuerzas para salir a la calle, me costaba seguir una conversación, y sentía vergüenza cuando alguien intentaba hacerme sonreir. Yo no merecía seguir viviendo, tenía que haber muerto allí con mis hijas. Me gustaría haber pedido ayuda antes, pero creía que no me la merecía. Ahora, tras recibir tratamiento, toda esa angustia ha desaparecido y tengo esperanzas de que esta nueva etapa me ofrezca momentos buenos».

El trastorno de estrés postraumático (TEP) se produce tras una situación de terror no previsible. Este evento puede ser originado por muchas situaciones, un accidente aéreo, un ataque terrorista, un terremoto, un secuestro, una guerra, una violación.

Las personas que les ha tocado pasar por circunstancias de este tipo, o presenciarlas, pueden sufrir este trastorno inmediatamente después de la tragedia, en los siguientes días, varios meses después o incluso mucho más tarde cuando ya se piensa que el individuo ha superado el trauma. El TEP se diagnostica cuando los síntomas duran más de un mes.

Esta patología puede presentarse a cualquier edad. Puede ir acompañada de depresión, de abusos de sustancias como el alcohol, o de ansiedad. Las personas que la padecen pueden llegar a cambiar sus hábitos de vida, su trabajo, su lugar de residencia, incluso la relación de pareja puede llegar a destruirse. Las actividades cotidianas pueden evocar el suceso trágico.

Cuando la persona recuerda el hecho, puede perder contacto con la realidad y volver a vivir el evento durante unos minutos, horas o días. Tienen continuamente pensamientos sobre su experiencia y se sienten emocionalmente paralizadas. Suelen tener problemas para dormir, pierden el interés por las actividades cotidianas, tienen un sentimiento de profunda tristeza, pierden la autoestima y les cuesta trabajo sentir afecto o alegría.

El tratamiento consiste en fármacos antidepresivos y ansiolíticos y en psicoterapia. Esta última incluye la ayuda para tomar decisiones, exponerse a la situación traumática, aprender a ser sosegado y a mantener el control en determinadas circunstancias, etc. Aunque generalmente, se requiere de una terapia prolongada, si se cuenta con el apoyo de familiares y amigos la recuperación se puede agilizar.

TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO

Todos recordamos cómo Jack Nicholson en la película ‘Mejor Imposible’ se lavaba repetidamente las manos y no podía comer con otros cubiertos que no fueran los suyos pues pensaba que si lo hacía cualquier tipo de germen lo iba a matar. Además, no permitía el contacto con los demás, un simple abrazo o estrechar su mano con la de otra persona, le daba pánico. Tampoco podía pisar las líneas de los baldosines de la acera y cualquier elemento que saliera de su rutina diaria le acarreaba una gran angustia. En este filme Jack Nicholson no sólo era una persona curiosa, sino que era un enfermo, sufría un trastorno obsesivo compulsivo y aunque él se ‘curase’ con la aparición de una mujer en su vida (Helen Hunt, la protagonista), en la vida real probablemente se necesite de ayuda para curar esta patología.

Cuando el tiempo se va en comprobar si se tienen las llaves del coche, si se ha cerrado bien la puerta de la casa o el gas, si hemos conectado el despertador, y muchas más situaciones, puede ser que tengamos un trastorno obsesivo compulsivo.

Sufrir esta patología no es sinónimo de ser una persona cuidadosa, ordenada o meticulosa. En este caso sólo nos llevaría algo de nuestro tiempo, cuando se diagnostica esta enfermedad es cuando se alcanzan niveles extremos, es decir, cuando dichas actividades consumen por lo menos una hora al día de nuestro tiempo, nos provocan descontrol y angustia.

Este trastorno se caracteriza por presentar pensamientos (obsesiones) o rituales (compulsiones) indeseables y la necesidad urgente de realizarlos. Pueden aparecer ideas absurdas o pensamientos de violencia y temor a hacer daño a las personas de nuestro entorno. Estos pensamientos se dan con frecuencia y se adueñan de la mente durante horas o días.

A veces lo característico es un comportamiento repetitivo: contar el número de coches que hay aparcados cada día, comprobar que no hay nadie debajo de la cama antes de dormir, lavarse las manos una y otra vez al llegar a casa o al tocar algo. La obsesión y la compulsión pueden ir unidas en la persona que sufre este trastorno, pero no siempre es así.

El individuo que sufre esta enfermedad, a veces no se da cuenta de que está haciendo o pensando algo ilógico, sobre todo cuando el paciente es un niño. Sin embargo, muchos reconocen que lo que hacen no tiene sentido pero no pueden evitar dejar de hacerlo. Este trastorno puede darse a cualquier edad y sexo y afecta a una de cada 50 personas.

Dos medicamentos han resultado eficaces para este trastorno, la clomipramina y la fluoxetina. Aunque lo que se recomienda generalmente es que se combine el tratamiento farmacológico con la terapia de comportamiento. Así, la exposición de la persona a lo que origina el problema y luego ayudarla a dejar de lado el ritual suele tener éxito. Para ello es necesario haber llevado a cabo una terapia completa que fomente paso a paso la seguridad en el individuo.

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