La Antología Poética, de León David: criterios de valoración

La Antología Poética, de León David: criterios de valoración

Desde tiempo inmemorial, la poesía ha sido el eco de la conciencia humana. Ha sido reflejo de sueños, angustias y epifanías de quienes han osado desafiar, con el sortilegio del verbo, los límites de la expresión. La Antología poética de León David se asienta en esa noble estirpe de la literatura que conmueve profundamente pero que busca además emplearse en el ejercicio estilizado del pensamiento… y todo por disolver las fronteras entre lo inteligible, lo perceptible, lo sensible y lo inefable.

No hallaremos en esta selección poética una sucesión de versos al servicio de la trivialidad o de la anécdota, sino una vasta exploración de los misterios que intrigan a la humanidad desde los albores de la palabra. Aquí, la metafísica del ser, la incertidumbre del destino, la perseverancia de la memoria y la luz fugaz del perpetuo instante se entretejen en una estructura poética de proporciones universales.

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León David, con dominio maestro de la forma libre o tradicional, conjuga en su poesía una cadencia que remite al ceremonial de los clásicos y a la inquietud de los modernos. Se percibe en él la influencia de Borges, en la exactitud del concepto, del razonamiento; de Rilke, en la exquisitez de lo trascendente; y de Octavio Paz, en la intrepidez con que el lenguaje se convierte en ente autónomo, manifestada en León David esta autonomía como línea fina (fundente y divisoria) entre lo dicho y lo innombrable.

No es poesía que ceda a la complacencia. No que se amolda a las expectativas de una lírica meramente funcional o decorativa. Es, en cambio, la poesía davidiana, una evidencia de la lucha del ser contra el tiempo, de la palabra contra el silencio:

Las sombras que me asedian, ¿son mi infancia?
La imagen del espejo,
¿acaso es mía?
¿Quién enhebra mi voz?
La lejanía.
¿Quién mis silencios urde?
La distancia.

En los versos de esta primera estrofa resuena la gran tradición del pensamiento existencialista, se evoca la angustia de Unamuno y las perplejidades de Sartre y Kierkegaard. La identidad se presenta como incertidumbre inacabable, abismo del que brotan más y más preguntas de las respuestas dadas…

El imaginario de esta obra —extracto de obras anteriores— se arraiga en una simbología que oscila entre el atavismo y la inmediatez, lo impalpable y lo terrenal. Como en los grandes poetas universales (por derecho propio, León David lo es) encontramos aquí una reivindicación de la totalidad y una celebración de la permanencia por vía del apercibimiento de la transitoriedad. A través de compases rítmicos de marcada tradición, el poeta nos introduce en un estado de abstracción y meditación sobre la memoria, la percepción y los atributos de lo real.

Un pasaje, de un lirismo exuberante, nos sitúa en el epicentro de lo mudable de la condición humana. Se encuentra en el memorable poema «Ulises», del valiosísimo apartado Los nombres del olvido:

Joven partió una vez
sobre la plana
Superficie del mar
ronco y huraño,
Y quien regresa
ahora es un extraño
Que yergue al viento
la cabeza cana.

La apelación aquí al mar, constante e inmutable, aparece para contraponerse a la alegoría del fluir del tiempo. Dibuja la permanencia de lo eterno en la entraña de lo fugaz, como dijimos, visión que nos retrotrae al tono afectivo de Antonio Machado y a la musicalidad excelsa de Verlaine o de Darío.

En la historia de la poesía universal, pocas veces se ha logrado conjugar con tal maestría lo abstracto con lo sensorial, lo filosófico con lo vivencial, como en la obra davidiana. Es en la capacidad para dialogar con la tradición sin renunciar a su propia individualidad donde radica la grandeza de sus desfogues poéticos. Su obra ejemplifica un proyecto ambicioso en el que cada verso se graba en la memoria del lector como misterio, como signo que nos interroga desde el propio secreto.

La oralidad subyacente de estos poemas no pasa inadvertida. Su arquitectura invita a la declamación, a la enunciación solemne y al seguimiento de un ritmo que resuena más allá de la página escrita. Poesía que no solo dice, sino que experimenta en el decir. Reproduce la grandeza épica de los versos de Saint-John Perse, la hondura de los himnos de Hölderlin y la armonía de Valéry.

El poeta que nos ocupa no teme enfrentarse a la vastedad del cosmos. Su palabra es herida y revelación, abismo y ascenso.

Al escoger al azar entre los poemas que constituyen esta extractada Antología, que he tenido el honor de seleccionar y ordenar, conjuntamente con el autor, atisbaríamos la hondura filosófica que recorre la obra. Pero hay una parte medular, intitulada De profundis…, constituida por trabajos de incuestionable belleza, en los que el calado del razonamiento existencial da a la estructura formal un caudal estético incomparable. Veamos de esa zona algunos fragmentos del extraordinario poema “Heráclito el Oscuro”, en que el pensador dominicano evalúa, embellece, interpreta y redimensiona las lucubraciones del antiguo pensador griego:

Todo fluye y se va. En el avieso
Torbellino del cambio,
¿quién atrapa
Al Ser que muda,
vuela, fuga, escapa?…
Así argüía el pensador
de Éfeso.

No hay durable estación
ni altivo muro
Que a la caducidad
no se sujete
Y sufra ileso el
golpe de su ariete,
Aseguraba Heráclito el Oscuro.

La palabra se esfuma
como el labio
Sensual que la
pronuncia…, escalofrío
Que nunca bañará
en el mismo río,
Concluía gravemente el sabio.

De más están la loa
y los denuestos:
Todo es fluencia y
devenir y lucha
Y brota el universo
de la ducha
Abrasiva tensión
de los Opuestos.

Lo que afirma el
Ayer presto lo niega
El instante que
asalta tu ventana,
Borra a este Hoy
la esponja del Mañana
Que abrupto se
despide apenas llega.

¡Oh insolentes y
pérfidos enredos
Los de esta sin igual filosofía
Que presume encontrar
razón y guía
En el agua que
escurre entre los dedos!

¿Será verdad cuanto
hosco dictamina
El jonio ilustre en
su intrincado verso?
… De fiarnos al ojo, el universo
Pareciera ajustarse a
su doctrina.

Mas, detrás de la luz,
lo que ilumina
Es otra realidad pura y serena
Que al segundo
inestable acuna y llena
Con la sed de lo
eterno que germina…

El poema, como la filosofía en que se apoya, reflexiona bellamente sobre el cambio constante e ineludible que define la existencia. A lo largo de sus versos, con absoluto dominio del lenguaje, cuestionan el filósofo y el poeta la capacidad de la filosofía y el lenguaje para captar una realidad siempre efímera, mientras plantean la lucha entre opuestos, lucha que da forma al universo. Sugieren el filosofar y el poetizar la búsqueda de lo eterno detrás de la inconstancia, tensión entre el deseo de estabilidad y la naturaleza fugaz de las presencias.

Pero la grandeza de esta obra, de la obra de León David que ahora asume la modalidad de antología, no radica únicamente en su magistral dominio del lenguaje, sino también en su capacidad de despertar en el lector una resonancia profunda, un eco interior que lo impulsa a interrogarse sobre el misterio del ser: poesía que no se conforma con describir el mundo, sino que lo desentraña e ilumina desde la propia esencia, ofreciendo un espacio de revelación donde -como hemos apuntado- lo cotidiano y lo metafísico se entrelazan en un único pulso vital.

La obra poética de León David deja en la memoria de quienes en ella abrevan un fulgor imposible de disipar.

En esta valiosa Antología, embellecida en portada por los finos trazos de María Aybar, consumada artista y consorte del poeta, cada línea es umbral hacia lo inexpresable, chispa que enciende la triple llama del lirismo, de la belleza y del pensamiento universales.

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