La antorcha y sus pavesas

La antorcha y sus  pavesas

Y miren que la vida tiene flecos en su invisible trama, porque venir ahora Temístocles Montás a saltar, cuando Leonel Fernández le da lecciones de liderazgo a los jóvenes; y explicar que el PLD es un partido “democrático, de múltiples liderazgos”, es como el escultor cuya obra le parece grotesca, y le entra a mandarriazos a la estatua, creyendo que de esta forma borrará la identidad irónica que obstinadamente permanece en el rostro de su criatura.

Leonel Fernández es una construcción social, ¿acaso es necesario ver una primera crisis de conciencia, todavía marginal y alusiva, hacia dentro del PLD; en las afirmaciones de Temístocles Montás que niegan a Leonel Fernández su condición de Dios tutelar, de ser angélico y predestinado? Para quienes lo han olvidado, fue casi toda la ciudadanía la que se transformó en una masa de clientes, y se encanalleció cumpliendo la agenda personal de Leonel Fernández. El uso del poder que Leonel Fernández ha desplegado en el país recupera una constante de la historia dominicana: la vocación de eternidad. Erigió un poder desmesurado, que desde los órganos del Estado tuvo el privilegio de ir instalando un dispositivo de control social que lo ha reagrupado todo (dádivas de beneficencias, bonos y becas estudiantiles, bono-gas, tarjetas solidaridad, nóminas secretas con fondos públicos, bono-luz, barrilito para senadores y diputados, constitución de un grupo económico propio, enriquecimiento personal de la estructura de dirección del partido oficial, reforma de la Constitución y control de las instituciones judiciales, dominio de los medios de comunicación y de los comunicadores por la vía del dinero, práctica desvergonzada del transfuguismo, rentismo, corrupción e impunidad generalizada, control de partidos políticos “opositores”, cooptación de intelectuales e historiadores, etc).

De esa construcción social no estaban ajenos ni TemístoclesMontás, ni Francisco Javier, ni ningún otro dirigente del PLD; porque fue con la complicidad de todos que la humildad de Juan Bosch se transformó en el espectáculo de ostentación de riqueza más infamante de la historia contemporánea, desde el momento en que la acumulación originaria de capital se encontró justificada. Leonel Fernández no se tiene que ocupar ahora de la existencia del otro, dado el carácter encarnado de la ilusión de un Dios con que ejerció su liderazgo hacia adentro del PLD y en el país. Y es por eso que les dice a los otros aspirantes que “al líder no se le debe arrebatar la antorcha”, porque quien lo haga se puede quemar con sus pavesas, olvidando que, en los términos tan burdos que él concibe el liderazgo (recuérdese la parábola del sobrecito amarillo), Danilo Medina es hoy más líder que él, y él nunca le pasó la antorcha. ¿Qué es lo que podría ocurrir en una sociedad inundada por el vaho sagrado de una vocación de eternidad que usa el Estado para construirse el pedestal de un Dios? Lo primero es que la realidad se despoja de su significación, de su verdad; y el derecho supremo al porvenir se subordina a los designios del Dios.

A esa construcción social tan arbitraria y ridícula es que Temístocles Montás le ladra; porque, en su lógica pequeño burguesa, Leonel Fernández ha simulado reemplazar la política por la patria, los otros son los que hacen política, él es la patria. Y porque, hasta hace poco, en el PLD él era el amo que tiraba bruscamente de la cadena del perro. Leonel Fernández es un adicto al poder, no lo abandonará sino mediante la lucha y la confrontación social. El Balaguer de 1978 es poca cosa ante sus ansias de gobernar eternamente. Y si uno lee práctica y no discursos, sabe que a él no le importa más que el poder. Y, además, su grupo económico tiene una necesidad vital del manejo del aparato del Estado. En la figura de Leonel Fernández la densa malla de lazos sociales que envuelven la vida de una nación se convierte en expresión de la voluntad de un individuo. Es el mismo hombre que dilapidó una fortuna presupuestaria jamás vista en el país, la disolvió en agua de borrajas, en el dispendio que le ha permitido construir las lealtades de la interacción social y política. Y de esto sí que sabe Temístocles Montás. ¿Crisis de conciencia?… La vida tiene flecos en su invisible trama.

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