La antropología urbana y las 13 tribus del diablo

La antropología urbana y las 13 tribus del diablo

Rafael Acevedo Pérez

La antropología cultural urbana haría un gran servicio a la sociedad dominicana si mediante un estudio de amplia profundidad, cobertura y difusión, logra darnos a conocer, a las clases medias y en general a todos los dominicanos residentes en Santo Domingo, Santiago, y otras urbes densamente pobladas, de qué se tratan determinados fenómenos urbanos, a fin de que podamos compartir estos espacios con mayor armonía y respeto mutuo.

Acaso no tengan nada de malo ni peligroso, determinadas manifestaciones y actividades que para un clase-media, alguien que venga del interior o del extranjero, suelen crearles tensión, aprensión o repulsión, incluso temor y miedo. Y que obliga a estos buenos ciudadanos a abstenerse de visitar ciertas zonas barriales, a ciertas horas y días.

El miedo es libre, los prejuicios no tanto. Estos últimos, como saben los antropólogos, toman tiempo para desarrollarse y suelen basarse en el desconocimiento de hábitos culturales de los otros.

Muchas gentes de clase media, razonablemente educadas o “cultas”, suelen sentir temor o aversión al estruendo producido por cualquier grupo que esté celebrando, de manera pacífica, en una esquina, sea en la calle o frente a un colmadón, botella en mano, bailando o dando saltos endemoniados.

Pero es de justicia que, antes de permitir que siga aumentando el distanciamiento cultural y social entre clases, regiones o subculturas nacionales, los estudiosos de estos temas, algunos de merecida fama, ayuden al resto del país a conocer aquellas manifestaciones culturales.

Y así poder diferenciar una conducta mágico-religiosa tipo carnaval, que celebra con alcohol, pipas especiales aromas y compuestos herbales; distinta cualitativamente a comportamientos que pueden ser puro y simple desorden y tigueraje.

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Sería muy tranquilizador que ciertas músicas que para un clase-media cibaeño o semi-rural, les parecen cosas del demonio, se nos explique de forma tal que aprendamos, no solo a perderles el miedo, sino acaso a disfrutarlas y compartirlas, o al menos mirarlas y escucharlas con tolerancia y respeto.

Pues, por lo común, lo que se escucha en cualquier barrio, incluso de clase media, suelen ser cosas que parecen tener poco que ver con nuestra música (ni música alguna). Y cuya resonancia rítmica, sus roncos gorjeos o cacareos parecen absolutamente infernales.

Realmente urge una cátedra, una exposición seria de directores de museos, expertos en folclore, o periodistas de arte reputados.

La grave preocupación de muchas gentes aún no se ha manifestado. Acaso por descreimiento respecto a las autoridades policiales Anti-Ruido.

Necesitamos con premura que se nos informe: si acaso es el propio Diablo quien controla la paz de nuestro descanso nocturno, y de nuestras calles y barrios. Saber, al menos, si tienen contubernio con poderes públicos o establecidos. O si presenciamos un preámbulo del advenimiento de los infiernos a nuestro corrompido mundo.

Acaso terminaremos agradecidos de nuestros expertos en cultura y folklore cuando nos demuestren la gran valía en estas “manifestaciones populares o culturales”.

Y venturosamente, esas buenas gentes de nuestras tribus urbanas, tan curiosa y estrambóticamente festivas, hasta nos inviten a participar en sus estruendosas y desaforadas celebraciones.

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