Según el poeta, “El amor es una bebida fuerte, unas veces salva y otras, causa la muerte”. Salomón se hizo poeta y experto sobre el tema con su sublime poema Cantar de los Cantares… y sus cientos de concubinas.
Pero el amor tiene un rol mucho más importante y glorioso que el de Cupido o San Valentín. Y es, por cierto, un asunto muchísimo más complejo y complicado que lo aprendido de los esfuerzos de conceptualización de Sigmund Freud; y los de Alfred Weber, quien apenas clarifica algunos aspectos del tema con sus “Esencias y Formas de la Simpatía”.
Fromm escribió “El Arte de Amar”, una joya que no trata de enseñarnos “técnicas ni chulerías amatorias”, sino aprender a conocer y respetar al prójimo, en especial a los seres cercanos.
Adler desarrolló el concepto de “incapacidad de amar”, explicando que a menudo los que más necesitan y demandan ser amados, son precisamente los menos capaces de dar y recibir amor.
Hollywood idealizó demasiado el amor de pareja, y luego el marketing lo “estresó” atándolo a la obligación de mostrar afecto mediante objetos y mercancías.
La sociedad occidental liberalizó y relajó demasiado la relación erótica y la experiencia sexual. Primero fueron los romanos, con el degenerado de Nerón, pero en siglos recientes fueron grupos de liberales ingleses; y a principios del siglo pasado, en New York hubo comercialización abierta de la sexualidad. Luego los hippies enarbolaron la libertad sexual absoluta.
Pero el amor es un asunto muchísimo más serio y profundo que la sexualidad, el erotismo y el romance. Yahvé lo propuso enfáticamente de esta manera: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.
Los demás mandamientos son una consecuencia necesaria y obligada de este primer mandato.
Lo primordial en este mandamiento de Yahvé, es establecer la legitimidad de la autoridad de Dios y de sus leyes y ordenamientos; pero con el mayor énfasis en no desobedecer ni de violar, por amor a Dios, ninguna de sus disposiciones.
Especialmente el segundo mandamiento: “Amarás a los demás como a ti mismo”.
Interesantemente, se trata de la herramienta más eficaz, efectiva y económica de gobernar y convivir.
Como decir, que si todos amáramos la patria, y unos a otros, (empezando por los poderosos y gobernantes), no necesitaríamos leyes ni cárceles para sancionarnos. Y bastarían simples indicaciones para guiar nuestras conductas en el diario vivir.
Todos los grandes tiranos y dictadores de la historia supieron igualmente que si elevaban el amor del pueblo hacia ellos, tendrían que ejercer menos coerción para someterlo a la obediencia. En lenguaje actual, sin el amor no funcionaría ninguna relación humana, no solo por la dopamina, la serotonina y la oxitocina, o sea, la sensación de bienestar que la afectividad produce en los humanos y los animales.
Dios los inventó como parte vital de su diseño de la vida. Por ello, el amor se expresa en todas las formas de vida y existencia.