Una raya puede ser una línea divisoria o una línea discriminatoria. Algo así como la raya que guarda y representa la línea divisoria entre dos naciones.
Hablaremos de tres rayas: la de Pizarro, la de Luperón y la de algunos manes heroícos de nuestra historia.
Se tiene como cierto que en una isla del Pacífico frente a Panamá, se encontraban Francisco Pizarro y un grupo de indecisos y vacilantes. Pizarro que era la cabeza del grupo, desenvainó su espada y en la arena trazó una raya y dijo: por aquí se va a Panamá a ser pobre. Y por aquí se va al Perú a ser rico.
Del grupo trece hombres cruzaron la raya y se colocaron al lado de Pizarro.
Esos fueron con Pizarro a la cabeza, los catorce de la fama y de la gloria. Esos fueron los conquistadores del Perú.
Con ese ejemplo inmortal, si hoy el conquistador del Perú resucitara y trazara una nueva raya en las arenas movedizas de los siglos, es decir en las arenas movedizas de los tiempos transcurridos, no trece hombres lo siguieran, sino trece pueblos.
El 30 de septiembre de 1863, recién comenzada la guerra restauradora, en Arroyo Bermejo se encontraba Gregorio Luperón para evitar que el anexionista Pedro Santana escalara las estribaciones del Sillón de la Viuda y como un desbordado torrente de muerte aventara sus huestes, sobre las rebeldes comarcas cibaeñas. Entre Santana y Luperón había una raya. Había una línea divisoria. Se trataba de la raya circulante y movediza de las aguas de Arroyo Bermejo. De un lado estaba Pedro Santana con muchos hombres disciplinados y con las armas necesarias para vencer, arrasar y aniquilar. De un lado estaba Pedro Santana con la experiencia de la larga guerra contra Haití, de 1844 a 1856. Y del otro lado de la raya se encontraba Gregorio Luperón, un combatiente improvisado, con pocos hombres y con armas de precaria calidad.
Pero eso sí, un hombre con coraje, con mucho orgullo y sobrado patriotismo de auténtico puertoplateño. Así las cosas, de un lado estaba España; del otro lado estaba Quisqueya. De un lado estaba la vieja metrópoli ibérica. Y del otro lado estaba la rebelde colonia de Santo Domingo. De un lado se encontraba el rudo vasallaje y del otro lado se encontraba la sacrosanta libertad. Arroyo Bermejo era una línea divisoria, era una raya que separaba a un ex héroe, a un ex dominicano, de un ardiente soñador de patrias glorias. En Arroyo Bermejo llegaron las sombras de la noche del 30 de septiembre de 1863. Santana dejó parte de sus tropas y se retiró a la Sabana de San Pedro. Luperón corajudo violó la raya de Bermejo y cruzó el arroyo. Derrotó la retaguardia santanista y con coraje se acercó a la Sabana de San Pedro. Santana se replegó a Guanuma. Luperón desafiante se planteó en la sabana y para desalojarlo hubo que cuajar de fusiles y preñar de sables y bayonetas la sabana de San Pedro.
A finales de abril del 1965 corajuda y dominicanista, renació la Raya de Bermejo. Y testigos fueron el Puente Duarte y el Río Ozama ¡Loor para los manes, de los que hicieron renacer las glorias de la Raya de Bermejo! Loor para Caamaño Deñó, Lora Fernández, Montes Arache, Arias Collado y otros ahijados de la fama y de la gloria.