La arrogancia como estilo

<p>La arrogancia como estilo</p>

TEÓFILO QUICO TABAR
Se hace difícil para una persona que ha vivido todo el tormentoso proceso hacia la democracia dominicana y ha tratado con casi todos los protagonistas de primera fila. Mayor que muchos y con pequeñas diferencias de edad con otros, pero amigo de casi la mayoría de los actuantes, hacer planteamientos referentes a comportamientos, conductas y proceder de los que conforman la cúpula dirigencial de nuestro país, donde la arrogancia ha sido casi permanente. Ya no como característica particular o especial, sino como estilo.

A casi todos, pero de manera especial a los que por cuestiones generacionales nos ha tocado compartir escenarios, en algunos casos de manera ocasional, les hemos advertido con mucha preocupación, que a una gran parte de los dirigentes les gusta actuar con estilo y personalidad arrogante. Arrogantes por completo o simular arrogancia. Han llegado a confundir la arrogancia y la soberbia con la valentía o la gallardía.

En plena actividad partidaria, en campañas proselitistas o en el ejercicio público, los dirigentes no han dejado de soltar sus estilos arrogantes. Se ha impuesto sobre la moda y sobre el tiempo. No es cuestión de moda, es de estilo. La arrogancia, no importa si se escuda bajo un toque de mansedumbre, siempre les brota como el sudor ante el calor.

La actitud arrogante no ha sido exclusiva de un partido o de otro, aunque los hay con marcado acento. No lo ha sido tampoco de una década, aunque las ha habido con mayor presencia. No ha sido solo de dirigentes máximos o candidatos, sino de muchos de los que conforman las organizaciones en diferentes niveles. En los de más edad y en los de menos edad.

Pero este fenómeno de la arrogancia, tampoco es exclusivo de los partidos políticos. El estilo está presente en casi todas las actividades públicas como privadas. Empresariales, de servicios, no gubernamentales, sindicales. En todas, pero con mayor presencia en las cúpulas dirigentes como dijimos al inicio, sobre todo en aquellos que se creen poseedores del poder, de la verdad, de la inteligencia, del derecho o de la fuerza.

La humildad ha abandonado el comportamiento de muchos dirigentes. Al parecer no ha sido considerada como instrumento válido para el triunfo o el éxito. Se ha tratado y casi se logra, convertir en un axioma, que un dirigente, un político o un funcionario humilde es lo más parecido a un marcador de distancias. Hasta dentro de las organizaciones que realizan actividades de servicios que no son políticas ni empresariales, las actitudes arrogantes brotan con frecuencia, si no por estilos conductuales, por estilos verbales.

Está haciendo mucha falta en nuestro país, sobre todo en estos momentos, la presencia de actitudes humanistas, sencillas, fraternales, armoniosas, humildes. Humildes en palabras. Humildes en actitudes. Humildes en propuestas.

Si los problemas en vez de resolverse han ido aumentando. Si la arrogancia ha estado presente en casi todas las actividades públicas como privadas, habría que concluir que ella ha sido factor preponderante. El instinto, la percepción o la inteligencia indican que para cambiar de rumbo, se requieren nuevas actitudes. No actitudes de corte o estilo puramente cosméticos. Estilos diferentes marcados por la verdad, la humildad, la sensatez.

Al país le hace mucha falta un baño de actitudes consecuentes con las realidades que vive la mayoría. No de palabras, sino de acontecimientos que vayan acordes con el actuar y el decir de los hombres que pretenden dirigir y gobernar.

Hace falta una llovizna de sinceridad, capaz de borrar las tantas mentiras que en nombre del pueblo se han dicho. Que arrastre los desechos de los actos reñidos con las buenas costumbres. Capaz de eliminar los pesados lastres que venimos arrastrando desde hace tiempo. Una llovizna que ofrezca nueva luz de esperanzas a los dominicanos que estoicamente siguen creyendo en los partidos y por ende en los políticos. Una llovizna que convierta la arrogancia y la prepotencia en humildad y sencillez.

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