La arrogancia del poder

La arrogancia del poder

HAMLET HERMANN
¡Qué duro es ser libre pensador y honesto de convicciones en un país contaminado hasta el tuétano por la politiquería! Para los afectados por la minusvalidez política parecen imperar las convicciones al estilo Bush: usted está conmigo o contra mí. Todo es blanco o negro. Los grises no existen. Los que así piensan no se dan cuenta que ese tipo de comportamiento es delirantemente paranoico. Desde que se trepan en el poder político de la nación ensordecen ante la opinión ajena si esta les es adversa.

Usemos como ejemplo el caso de las opiniones de José Luis Alemán, magnífico economista, maravilloso ser humano, humilde hasta la molestia y sacerdote jesuita «part time». Cuando Hipólito Mejía empezaba su desastre gubernamental por allá por 2001, al padre Alemán se le ocurrió opinar con criterio científico sobre algo de lo que el entonces Presidente de la República nada sabía. Fruto de la ignorancia y del sectarismo político, Hipólito arremetió de manera procaz contra un símbolo profesional como es José Luis. El economista había tocado una de las fibras sensibles de quienes tenían un plan para enriquecerse, al tiempo que arruinar al país. La bien intencionada disensión del cura lo convertía en enemigo del gobernante de turno.

De nuevo, en 2006, este libre pensador opina con toda la fuerza que su voto de humildad le permite. Pero cometió un inaceptable acto de sinceridad al decir que la construcción del tren subterráneo en la ciudad de Santo Domingo «es una obra tramposa al constituirse en una imposición gubernamental que suscita un amplio rechazo de la sociedad, sobre todo porque se levanta en desmedro de la salud y de la educación». No bien el jesuita había dicho esto, el vocero del gobierno agarró el rábano por las hojas y declaró que esas declaraciones de José Luis Alemán reflejaban un desconocimiento de la historia de la iglesia católica. ¡Ofrézcome! ¿Qué tiene que ver la construcción de las catedrales católicas durante dos mil años con la realización de un proyecto rechazado por cuanto urbanista e ingeniero calificado y desinteresado hay en República Dominicana? Lástima daba el vocero, y más la sentíamos quienes apreciamos la calidad humana de Robertico Rodríguez Marchena, mientras trataba de defender su «faro a Colón». Exageraba tanto que amputaba una pierna donde lo que había era una uña enterrada.

Este exagerado dislate pone a uno a pensar y a preguntarse, ¿cómo debía reaccionar entonces el vocero gubernamental ante la más reciente encuesta realizada por la Fundación Global, Democracia y Desarrollo (FUNGLODE)? En ella se revela que el 56% de los dominicanos considera que los empleados y los funcionarios públicos actuales están involucrados en casos de corrupción. Ante esta encuesta, ¿no se siente aludido el funcionario por esos resultados obtenidos gracias a la organización no gubernamental que dirige el presidente Leonel Fernández? ¿Será más leve para su entorno que le llamen malversador del erario que aceptar críticas contra lo que se ha convertido en, como dice el padre Alemán, «una obra tramposa al constituirse en una imposición gubernamental que suscita un amplio rechazo de la sociedad»? ¿Le duele más al gobierno el rechazo a su obra faraónica que la valoración ética que hace todo un pueblo?

El vocero gubernamental no puede perder de vista que el Metro que él defiende no es un proyecto del Partido de la Liberación Dominicana. De haberlo sido, habría sido incluido en el programa de gobierno que se comprometieron a cumplir en este período. Y si no está políticamente sustentado, menos lo está en el aspecto financiero porque el Banco Mundial, el AID, el BID, el FMI, el EXIMBANK y todas las demás siglas han advertido sobre las graves consecuencias que este proyecto podría tener sobre la economía nacional. Menos aún está técnicamente sustentado el inefable Metro porque ningún estudio integral de transporte que se haya realizado en la historia de República Dominicana ha propuesto un tren subterráneo como necesidad. Evidentemente, este proyecto es parte de un truco como el del conejo sacado de la chistera de un prestidigitador gitano.

De todas maneras, la encuesta de FUNGLODE también nos muestra que cerca de la mitad de los dominicanos está convencido de que al gobierno no le importa mucho lo que opina el pueblo dominicano. Y como no quiere hacerle hace caso ni siquiera a las opiniones de sus más desinteresados amigos, es por eso que el Metro va «p’alante», aunque se hunda el país. Y el que venga atrás, que arree.

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