La asíntota del poder

La asíntota del poder

Cada día se afianza más en mí el temor de que no sabemos hacia dónde nos dirigimos y que, en medio de una incertidumbre atroz que nos niega la esperanza en el futuro, vagamos por una existencia triste esperando que un día incierto quizás ocurra algo, un golpe ligeramente perceptible que nos haga comprender que algo ha cambiado, que otro mundo es posible, que hemos dejado atrás una horrible pesadilla de la que empezamos a despertar en medio de la zozobra y el estupor.

Yo solía pensar que era una persona extraña porque me aferraba a una idea, un pensamiento que imaginaba capaz de transformar la sociedad, modificar las reglas del juego y hacernos más libres, mejores seres humanos. Creí que nadie más sentía esta sensación con la fuerza poderosa de quien se estremece ante la injusticia y clama libertad. Me equivoqué.

Cada vez veo a más hombres y mujeres a mi alrededor que solo cuentan con su conciencia como último refugio de una dignidad que ha sido pisoteada y rebajada a la ignominia. Reivindicamos la democracia real cuando el poder prefiere la economía y los mercados para imponer su elevado tributo, que nunca podremos pagar. Solo el capital puede reclamar el poder absoluto mientras que la mayoría de los ciudadanos lamenta con impotencia el sometimiento a una fuerza ilegítima que no puede ni parar ni siquiera controlar.

Ya únicamente nos queda la indignación, incapaz de contener la rabia, mientras que la ambición desmesurada y la codicia sin límites construye una sociedad en la que – ya lo advirtió Marcuse – el ciudadano es reducido a la dimensión productiva. No es que el sistema sea injusto, que lo es, o ecológicamente insostenible, es que un pueblo con esa perspectiva renuncia a su conciencia social colectiva y se convierte en lo que Max Weber definía como ciudadanos que de lunes a viernes son trabajadores sin espíritu y los fines de semana gozadores sin corazón.

Créeme, si sientes como yo siento, si te hierve la sangre y no estás dispuesto a claudicar ni quieres permanecer más tiempo de rodillas, únete a los que pensamos – y al pensar corremos un riesgo  que encadenar el propio sufrimiento, levantar murallas en torno a la razón, es arriesgarte a que te devore desde el interior el miedo insuperable. Pese a que la desigualdad crece y la brecha de la pobreza se agranda, pocos han sido los que se han movilizado, incluso cuando la crisis dejó de llamar a la puerta de tu casa y se instaló en tu hogar como si fuera el suyo. Ahora que hemos constatado que (casi) todos los políticos son iguales, no podemos caer en el error de aceptar que todas las políticas sean también iguales.

Es lo que quiere el poder, no el poder legítimo que tendría que representarnos y actuar en nombre de la mayoría, que eso y solo eso es la democracia real, sino el poder económico que asiste complacido al fin de la historia y que lo mismo aplaude que se acaben los derechos y las conquistas sociales que los recortes en el gasto público.

Algunos lo llaman recurriendo a las matemáticas la asíntota del poder, esa especie de línea recta que, prolongada indefinidamente, se acerca de continuo a una curva, sin llegar nunca a encontrarla. El poder que nunca cae. Es preciso dar el paso, pasar de la democracia formal que nos impone la globalización de los mercados a la democracia real de representación ciudadana y poder popular. Ahora toca movilizarse y, en ese empeño, coincido con Ángel Ganivet, el pensador de la incertidumbre vital y la angustia espiritual, en que para destruir las malas prácticas, la ley es mucho menos útil que los esfuerzos individuales.  

Publicaciones Relacionadas

Más leídas