El grado de confianza que existe dentro del tejido social e institucional en una sociedad constituye uno de los determinantes más poderosos para su desarrollo. De hecho, si no existe un mínimo de confianza entre los actores sociales, la sociedad se inmoviliza y se perpetúa en la pobreza.
Cuando, en cambio, existe calidad en la confianza y en su gestión, individuos y grupos se mueven activamente en el espacio de sus derechos, respetando metódicamente los límites de sus deberes.
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Gobernanza
Validar y honrar, en los hechos, la confianza es tarea de todos los días. Esto quiere decir que la confianza ciega y absoluta es insostenible en el tiempo. Los mecanismos que fortalecen la gobernanza en los grupos y las instituciones – contrapesos y regulaciones, transparencia y rendición de cuentas – son vitales para mantener la calidad de la confianza o, en su defecto, construirla.
Partiendo de ese punto, la confianza se vuelve transferible y se facilita tanto la articulación de soluciones participativas como la creación de riqueza social y económica. Entonces, y solo entonces, el desarrollo sucede.
Si analizamos el caso de la República Dominicana, no es difícil concluir que estamos sumidos en una crisis de confianza. Hay, incluso, quienes están convencidos de que jamás superaremos la desconfianza ni el individualismo que nos atenaza.
Sin embargo, esto no tiene que ser así. De hecho, no siempre lo fue. Solo hay que recordar cómo eran nuestros vecindarios hace pocas décadas, donde la solidaridad y la confianza entre vecinos eran la norma.
Además, existen muchos ejemplos actuales – casi todos a nivel local y regional – que demuestran que los dominicanos sí somos capaces de organizarnos de manera inteligente para producir riqueza y desarrollo social. Para muestra, las experiencias positivas de cooperativismo son numerosas en el país, así como la capacidad de asociación de algunos gremios y sectores productivos.