La atomización de los liberales

La atomización de los liberales

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En la conformación del llamado Frente Patriótico de 1996 entre el PLD-PRSC operaron dos factores esenciales para entender los últimos veinte años de vida política. Aunque la pasión redujo ese acontecimiento a la puja electoral del momento, lo trascendente tiene que analizarse desde el trasiego de fuerzas sociales deseosas de un relevo y la transformación ideológica que modificó sustancialmente a la organización beneficiaria de ese entendimiento.

El ascenso al poder de Leonel Fernández pautó un reordenamiento en el espectro conservador porque los sectores que acompañaron a Joaquín Balaguer desde 1966 sabían del agotamiento de su mentor y guía. Y así como el reformismo facilitó la llegada al gobierno de los peledeístas, al asumir a ese sector, los hábitos del partido ético, amigo de la revolución cubana y preocupado por el adecentamiento de la clase política se transformaron inmediatamente.

Los sectores del PLD pasaron a representar la agenda conservadora del país. Inclusive, la maroma conceptual del ex presidente identificándose como Boschista – Vinchista retrata un giro inexplicable desde lo ideológico, pero con un sentido pragmático capaz de expresar una heredad donde la mutación se tradujo en un ejercicio de poder abrazado a las tradicionales ideas conservadoras con un nuevo rostro y un color morado-amarillo.

Fernández Reyna le dio tintes discursivos a ese arroz con mango. Ahora bien, el armador y arquitecto por excelencia ha sido Danilo Medina. Y si bien es cierto, los resultados electorales revelan una eficacia para la causa morada, el verdadero planteamiento consiste en establecer hacia dónde ha ido la otra franja de la sociedad que no coincide con sus ideas, visión de gobierno y políticas públicas.

Desafortunadamente, ha hecho falta un intérprete social con olfato político y en capacidad de consolidar el bloque de sectores hastiados de años de gestión peledeísta.

Ahora que el país proyecta la celebración de elecciones el año que viene, resulta indispensable conformar un proyecto presidencial que recupere el centro liberal y democrático que con tanta inteligencia orquestó José Francisco Peña Gómez. El dilema radica en encontrar al candidato con vocación para acompañar a la ciudadanía en el reclamo social y plantear la concepción alternativa a un modelo que se mantiene profundizando las desigualdades, incapaz de combatir con efectividad el crimen, con bajos salarios, alto endeudamiento y pasivo frente a la corrupción.

El que observa con objetividad y sentido crítico la propuesta opositora sabe de las preocupaciones alrededor de reproducir los viejos vicios del histórico partido, en el ámbito de una organización nueva, debido a que una parte de su tradición insiste en aparecer en primera fila, cuando lo sano e inteligente lo constituye mantener su rol, pero a distancias del foco público.

La fuerza esencial del variopinto opositor tiene que ceder, actuar con amplitud y promover a los aspirantes que conecten con el electorado porque reproducir el dedo, apadrinar colaboradores impopulares y reiterar los clásicos favoritismos podrían convencer a muchos de que el esfuerzo para edificar lo nuevo no valió la pena. Y como de costumbre, la atomización prevalecerá.

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