La ausencia de cultura burguesa en nuestro país

La ausencia de cultura burguesa en nuestro país

En el artículo del sábado pasado afirmé que en nuestro país de las medias tintas no había burgueses ni clase burguesa, sino gente rica, muy rica, millonaria y multimillonaria que luego de la muerte de Trujillo ha acumulado enormes fortunas, pero son pequeñoburgueses sus hábitos, cultura e ideología.

En cincuenta años de capitalismo, y con el tipo de acumulación que se ha verificado en nuestro país desde 1962 a través del saqueo del Estado (fecha del primer gobierno oligárquico=Consejo de Estado) hasta el segundo gobierno oligárquico que estableció un récord de corrupción (el Triunvirato, 1963-1965), es imposible establecer una cultura burguesa en el país, cuando a Francia le tomó 300 años y a los Estados Unidos 150, pero se les computa la cultura inglesa y europea con su acumulación originaria estudiada por Marx.

Juan Bosch estableció que a la llegada de Trujillo al poder en 1930 había escasamente unas cuantas pequeñas fábricas de velas, hielo, cigarrillos, ron (y un enclave azucarero dominado por el capital norteamericano fruto de la exacción de la intervención militar de los Estados Unidos en 1916-24. José del Castillo estableció la cifra de la fuerza de trabajo haitiana y de las islas inglesas que trabajaban en el enclave azucarero y sus dificultades para convertirse en mano de obra libre sin la  represión policial y militar y del ejército privado de guarda campestres, el uso de vales para el pago de salario y el consumo cautivo de la fuerza laboral criolla y extranjera en las bodegas de los ingenios.

De modo que en su libro “Capitalismo tardío en la República Dominicana y en “La fortuna de Trujillo”, Bosch demostró que el primer burgués de nuestro país fue nuestro dictador. ¿Pero fue nuestro primer burgués o nuestro primer capitalista?

Creo que fue lo último, por las siguientes razones. La cultura burguesa y la formación de una clase burguesa es un lento y largo proceso, mientras que capitalistas aislados han existido desde que surgió el capitalismo mercantil en las grandes repúblicas aristocráticas de Venecia y Florencia, por ejemplo. O en Francia, desde finales de 1400 hasta que en 1789 la clase burguesa tomó el poder y guillotinó, como ya lo había hecho en Inglaterra, a Luis XVI y María Antonieta. A pesar de las vicisitudes y vaivenes de la Revolución con el Terror y el Imperio “republicano” de Bonaparte, la clase burguesa tomó las riendas de su proyecto de desarrollo capitalista después de 1850, atravesó los escándalos financieros, el anarquismo, la Comuna y salió indemne hasta el día de hoy. Todos los requisitos de lo que es una clase capitalista y burguesa se aplican a este país.

Mientras que en nuestra República Dominicana, que fundó un Estado a través de la centralización administrativa llevada a cabo por Santana luego del golpe de Estado de julio de 1844 contra los trinitarios, ninguna revolución sucedió que cubriera todo el territorio y en ella participara todo el pueblo. De modo que el Estado que heredó Trujillo en 1930 era el mismo Estado autoritario, centralizador, construido sobre el pueblo y no sobre la nación, y carente de los atributos que definen un Estado capitalista burgués: control total del territorio, un ejército profesional, fuerza de trabajo libre, juridificación de la sociedad, reconocimiento, aplicación y respeto de los derechos humanos, con especial énfasis en la libertad de prensa, expresión del pensamiento, libertad sindical y funcionamiento de partidos políticos sin cortapisas ideológicos, la separación entre el Estado y la Iglesia, aseguramiento en el ámbito de la formación social de los derechos a la salud, la educación y la vivienda, monopolio absoluto de la violencia (de 1844 a 1930 el monopolio de la violencia fue de carácter tribal, y lo detentaba la miríada de caciques y jefezuelos políticos de los campos, cantones, municipios, provincias y regiones).

De modo que este cuadro, del cual los ingenuos creyeron salir con la muerte de Trujillo, se ha agravado hasta el día de hoy, ya que hemos heredado un Estado santanista construido sobre el pueblo, no sobre la nación, donde campean el clientelismo y el patrimonialismo como formas de repartir el excedente deficitario que son los préstamos internacionales o los que el propio Estado se hace a través de su banco oficial. Excedente capitalista, no hay, en puridad de verdad económica y financiera. Si lo que vendemos en el extranjero es siempre menor a lo que importamos, ¿cuál excedente repartir?

¿Cuáles son esos hábitos pequeñoburgueses de nuestros capitalistas millonarios? En primer lugar, el chisme, analizado por Juan Bosch en sus obras sociales, y que Trujillo elevó a la categoría de Estado. En segundo lugar, son religiosos y juegan gallos, la mayoría. No han logrado, como hizo el burgués francés, separar a Dios de su empresa y conservar su fe como un asunto individual, privado. En tercer lugar, la inexistencia de sindicatos como polo dialéctico de la unidad capital-trabajo, permite que los capitalistas criollos se atrofien mental y culturalmente, pues no tienen a nadie a quien enfrentarse en el tira y afloja de las negociaciones obrero-patronales que permiten ejercer la inteligencia y evitar la huelga.

Los sindicatos dejaron de existir a partir de la firma de la fusión del  Partido Reformista y el Revolucionario Social Cristiano, pero ya antes la división y el politicismo de izquierda habían hecho el trabajo que poco esfuerzo costó a Balaguer y a los tecnócratas socialcristianos. Esto posibilitó la destrucción de los sindicatos azucareros, labor comenzada en el del Central Romana y luego en los ingenios estatales del CEA, donde Fernando Alvarez Bogaert creó miles de colonos azucareros con los remanentes sindicales y la clientela distribuida alrededor de todos los bateyes de ese emporio.

Hoy, casi como si hubiéramos regresado al siglo XIX de Bonó, tenemos un impresionante ejército de productores independientes y trabajadores informales que peinan la capital y las ciudades del interior para ofrecer sus servicios y productos ligados al tipo de economía implantado en el país a partir de la quiebra de los modelos balaguerista, perredeísta, peledeísta y el neoliberal-globalizador.

En medio de ese tráfago de productores independientes (micros, medianos y pequeños), se mueve otro productor que constituye casi un Estado dentro de otro Estado: el narcotráfico y el lavado de dinero. Esta estructura ha puesto a prueba el modelo del Estado santanista y ha demostrado que éste no tiene control total del territorio, que su monopolio de la violencia no funciona, que la guarda de la frontera es un mito, que avionetas y lanchas rápidas aterrizan y desembarcan con toda libertad por el lugar escogido, que distribuyen también al modo clientelista y patrimonialista de nuestro Estado, todo el dinero necesario para lograr impunidad, comprar autoridades y financiar campañas políticas. Tiene el narcotráfico la virtud de ser una organización abstracta e impersonal, lo que no ha podido lograr nuestro Estado santanista, que la única conquista que se le puede reconocer  es haber contribuido a sembrar la corrupción y su impunidad en toda la formación social dominicana. Esto es un inminente peligro de disolución social, cultural y política porque se presta a todas las aventuras mesiánicas. (Continuará)

Publicaciones Relacionadas

Más leídas